Luis Casimiro es uno de los pocos entrenadores nacionales que puede presumir en su currículum de haber ganado una Liga ACB. Podría, pero no lo hace, ni siquiera pese a que conquistó el título de la 97-98 dirigiendo a un histórico TDK Manresa que dio la campanada. Por eso volver al Nou Congost es siempre especial para el técnico que, sentimentalismos aparte, sólo piensa en ganar con el CB Sevilla para tratar de alejarse del descenso.

Aquel conjunto campeón contaba con un puñado de jugadores de la casa comandados por Creus y unos americanos como Derrick Alston y Bryan Sallier que marcaban las diferencias. Eran otros tiempos y la distancia entre los grandes y los equipos más modestos no era la insalvable de la actualidad, en la que es casi imposible que un club así pueda dar semejante sorpresa.

Casimiro se estrenó como primer entrenador en la ACB esa campaña y con un título. Debut inmejorable para un técnico que después ha pasado por Cáceres, el Valencia, Valladolid, Alicante, Fuenlabrada, el Estudiantes y el Unicaja antes de recalar en la capital andaluza para reflotar un barco hundido.

Sin extracomunitarios que marquen esas diferencias como los que tuvo en Manresa, el técnico manchego cogió a un equipo colista en la previa de la jornada 19 con tres triunfos y 15 derrotas. Ahora el balance es de 8-20, un 5-5 con Casimiro al mando que sin la rémora de la primera vuelta mantendría al cuadro sevillano en la zona media alta de la clasificación.

Casimiro fue el hombre milagro en Manresa y ahora pelea por serlo también en Sevilla, adonde recaló tras ser destituido en el Fuenlabrada -al que salvó la campaña anterior- sin miedo a nada. Firmó con el club sevillano "a pecho descubierto", llegó a decir, ya que no se guardó ni una cláusula de renovación automática. No es de los que presume de éxitos como el ser campeón de Liga, sólo del trabajo.