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El lado oscuro de Unai Emery

  • El sábado, el vasco volvió a pagar cara su renuncia al manual. El paso atrás en el dibujo y la presión, más los retoques en la zaga, despersonalizaron al equipo.

Fue un baño de fútbol. Y también un baño de realismo. El Atlético de Madrid le marcó el techo al Sevilla, que vio frenada de forma abrupta, muy dolorosa, su carrera hacia los terrenos que moran los colchoneros: la azotea de la Liga. Y no fue porque los sevillistas salieran al Vicente Calderón con el pecho henchido y más confianza de la aconsejable. Todo lo contrario, el que encaraba la jornada como colíder saltó a la hierba arrugado, acomplejado. Aceptando, de salida, la superioridad del enemigo desde la misma alineación. Volvió a aflorar el lado oscuro de Unai Emery, el vicio que suele mostrar el vasco cuando llega un partido de campanillas: ser infiel al manual de los éxitos y retocar el dibujo en función del potencial del rival. Fue como si el crédito recuperado lo legitimara a otro de sus ataques de entrenador.

Es habitual que ese cambio, en el caso de Emery, equivalga a un empeoramiento. También ocurrió así junto al Manzanares. Desnaturalizó al equipo que había igualado los mejores arranques históricos del Sevilla en las cinco primeras jornadas, con sus cuatro triunfos y un solo empate. Le cambió la cara con tres gruesos trazos. Y le quedó un adefesio.

El primer trazo supuso el primer paso atrás: Denis Suárez al banquillo, Kolodziejczak como central izquierdo y Carriço al medio para reforzar la sala de máquinas con Krychowiak más M'Bia. De repente, descarta el dúo de centrales que le da resultado, Pareja-Carriço. No parecía el sábado el día oportuno para ese retoque. El Atlético arrancó con dudas la temporada. Y más, en casa. El Eibar, un recién ascendido que estrenaba categoría, estuvo a punto de empatarle y el Celta, semanas más tarde, lo hizo. Y ambos, siendo fieles a sus principios, sin dar el paso atrás y con el patrón y la alineación habituales. Todo lo contrario que el Sevilla timorato que compareció ante un equipo que, además, tenía pronto una cita clave, la de este miércoles ante la Juventus en la Champions. Reforzar la medular no equivalió a control. Gaby, Tiago, Koke y Arda pusieron mucha más intensidad.

El segundo trazo viene aparejado al primero: ese trueque de piezas conllevó un paso atrás del colectivo, que se plantó muy cerca de Beto. Ni rastro hubo de esa presión adelantada que tanto rédito le ha dado a los sevillistas ante equipos de perfil medio o bajo.

Aleix Vidal y Vitolo, que a la voz de mando de Krychowiak suelen morder en la salida del balón del rival, se enroscaron en el mediocampo propio, como el polaco y el propio M'Bia, dos medios que ante el Córdoba o la Real se alternaron también para apretar arriba.

No es que el Sevilla saliera dispuesto a litigar con el Atlético por el control de la zona ancha y los campeones de Liga le ganaran el pulso hasta atornillar a los blancos cerca de Beto. No. Fue la propia tropa de Emery, acoquinada, la que acató su inferioridad desde que el colegiado González González ordenó que el balón rodara. Tras el pitido inicial, el 4-1-4-1 que esta vez ordenó Unai fue más bien un 4-5-0-1, tal fue el aislamiento de Bacca, entregado arriba a su suerte ante dos centrales top, como Miranda y Godín.

La pasada temporada, en el partido inicial de la segunda vuelta, el Sevilla arrancó un empate en el Calderón cuando en el descanso, con 1-0 en contra por el gol de Villa, Emery quitó a Pareja por Gameiro y retrasó a Carriço. De salida, volvió a las andadas: Beto; Coke, Fazio, Pareja, Fernando Navarro; Carriço, Iborra; Vitolo, Rakitic, Alberto Moreno; y Bacca. La entrada de Alberto por delante de Navarro ya anunció ese paso atrás. Y el equipo salió a merced de los colchoneros. Luego, con el obligado paso adelante, el Sevilla se hizo con la pelota y empató con un penalti transformado por Rakitic.

Tres meses antes de ese meritorio empate en el Calderón, el Sevilla había recibido una tremenda paliza en el Bernabéu. Por una vez, Emery adoptó un planteamiento audaz en el feudo de un grande. Pero se le fue la mano ante el Real Madrid y volvió a desnaturalizar al equipo: Beto; Carriço, Pareja, Fernando Navarro; Figueiras, M'Bia, Rakitic, Alberto Moreno; Jairo, Vitolo; y Bacca. Del 4-2-3-1 habitual a un 3-4-2-1 con laterales muy ofensivos, dos medios centro como M'Bia y Rakitic, que no se anclan por delante de la defensa, y encima, la zaga muy adelantada. El Madrid fue inmisericorde y la goleada, grosera (7-3).

Quizás esa humillación hizo desistir al entrenador de Fuenterrabía de más aventuras temerarias ante los grandes del campeonato. Pero de ahí a dar el paso atrás hasta el punto de hacer irreconocible al equipo, va un largo trecho.

El sábado, el Sevilla modificó su dibujo, también su actitud sobre la hierba... y también cambió piezas en la línea defensiva que horadaron un sistema de contención que se había mostrado coriáceo hasta entonces. Entró Figueiras por Coke en el lateral derecho, cuando el portugués ha evidenciado que le cuesta defender aún más que al vallecano, y entró Kolodziejczak -un stopper aún inexperto- como central del perfil zurdo para recolocar a Carriço -muy solvente junto a Pareja atrás- como pivote. Tampoco Tremoulinas ofreció argumentos para jugar antes que Fernando Navarro en partidos tan exigentes.

El mismo Emery que en Mestalla, la pasada Liga, prescindió de Gameiro y dio un paso atrás que llevó al equipo al farolillo rojo, apareció ante el vigente campeón de Liga. El mismo Emery que en la primera jornada de este campeonato, ante un Valencia con diez, metió a Luismi en lugar de algún jugador ofensivo que aplacara el arreón del rival, como Deulofeu. Acabó mal. Como el sábado.

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