Sevilla - Villarreal · el otro partido

Boskov se le aparece a Emery

  • La apuesta precipitada de los dos delanteros, uno pasado de forma y el otro sin tenerla aún, colapsó al Sevilla hasta que mediaron el coraje y la fortuna.

Pocos, por no decir ninguno, de los sevillistas que saltaban alborozados por el triunfo agónico que logró el Sevilla ante el Villarreal podían imaginarse en el minuto 88 que su equipo acapararía portadas por se el colíder de la Liga en la jornada novena. El fútbol tiene esa capacidad milagrera que otros deportes envidian. Vujadin Boskov esculpió en piedra esta realidad cuando dijo aquello de "fútbol es fútbol". No hay otra explicación para lo que sucedió anoche en un Ramón Sánchez-Pizjuán que enloqueció sólo unos minutos después de lamentar una ocasión única.

La derrota que parecía irremediable podría haber tenido feas consecuencias. Hay una legión de sevillistas que no comulgan con el entrenador vasco. Le achacan que su juego es feo, desnortado, que no termina de dar con la piedra angular de una plantilla con un potencial, aparentemente, muy grande. Es el pan de cada día en el Sevilla, que, temporada tras temporada, pone en el foco de las críticas al entrenador sin permitirle otro abogado defensor que los éxitos incontestables.

Marcelino lo sufrió hace tres años en Nervión, en este mismo escenario en el que anoche tuvo un agrio enfrentamiento con la grada. Es parte del fútbol esa visceralidad sin alma que provocó los silbidos a Cheryshev, un futbolista que entregó su esfuerzo en vano en el Sevilla. Un hombre que se fue de Nervión dejando una estela de caballerosidad similar a la que dejó Marcelino, que este domingo intercambió desgradables gestos con la parte más visceral de esa afición.

Marcelino se llevó los palos que podría haberse llevado Emery. Sobre el vasco pende una espada de Damocles amenazante: la duda de que ante rivales iguales se arruga. El Villarreal le ofrecía la ocasión de zafarse de esa sombra perniciosa. Y la magnífica jugada trenzada entre Trigueros, Cani y Vietto en el minuto 80 parecía haber cortado el hilo de la espada. La cerviz de Emery estaba más desnuda que nunca ante el peligro de una herida letal. Pero se le apareció Boskov, como una luz salvadora.

Emery parece obsesionado con jugar con dos delanteros. Ya tiene a disposición a Gameiro y en la primera ocasión clara lo puso junto a Bacca. Uno, el francés, aún no tiene la forma adecuada para partidos de tal voltaje. Otro, el colombiano, lleva varios partidos como pasado de rosca, sin toque, sin tino. Y Mbia también puso su granito exhibiendo la cara mala de su dual personalidad. Quizá está precipitando Emery los tiempos del fútbol, generalmente reñido con la paciencia, quizá arriesgó demasiado y por eso se rompió el equipo, pero sigue ganando.

Es curioso que Giovani dos Santos, el futbolista en el que se emperró Marcelino cuando llegó al Sevilla, fuera el que cometió el absurdo penalti sobre Tremoulinas que decantó el crucial duelo. Fue como el pago a la tozudez que exhibió aquel verano de 2011. El asturiano no tiene suerte en Nervión. Todo lo contrario que Emery. El Sevilla, al que le faltaba ese toque de magia en el área, logró el empate en una jugada de coraje, de fe, de Coke y de Denis Suárez. Luego, apareció la fortuna, en el enésimo intento de Tremoulinas. Y el Sevilla, gracias a su mejor arranque histórico, es colíder. Y eso es incontestable. Cosas del fútbol.

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