Champions: Sevilla - Olympique de Lyon · la crónica

Un atisbo de luz en la idea de Sampaoli (1-0)

  • El Sevilla supera el escollo del Olympique de Lyon con un segundo tiempo en el que, por fin, se vio al equipo que quiere el argentino. Con el 1-0 y la entrada de Iborra por Franco Vázquez, la orquesta sonó bien.

Por fin, la orquesta dirigida por Jorge Sampaoli sonó realmente bien durante un tiempo entero y los seguidores de la fe balompédica sevillista hallaron motivos para creer en esa idea que tanto pregona su entrenador. El Sevilla no sólo se impuso al Olympique de Lyon, lo que significa dar un paso de gigante para pelear por esa segunda plaza del Grupo H a la que aspiran los nervionenses si la Juventus no pega un petardazo inesperado, sino que, además, dejó buenas señales para que los suyos puedan volver a soñar con otro curso venturoso. Esto puede tener mucha más trascendencia con vistas al futuro que el resultado en sí, por mucho que éste sea importante, ya que parece que la pócima mágica para que todo el bloque funciones está mucho más cerca de salir del caldero.

El segundo periodo sirvió para eso, para que se viera que si Sampaoli es capaz de darle el equilibrio necesario a este grupo de futbolistas sí existen mimbres, y de sobras, para poder hacer un buen cesto. Porque tras el descanso, con ese gol de Ben Yedder que se encargaba de poner justicia al brioso arranque de los suyos y con la entrada de Iborra por el desconocido Franco Vázquez, la orquesta por fin sonó redonda, con todos los músicos tocando la música al mismo tiempo y con el director dando las instrucciones adecuadas para que aquello funcionara a la perfección.

El Sevilla se convirtió en un equipo, con mayúsculas si alguien lo prefiere así, y todos sus hombres fueron capaces de interpretar el fútbol como éste les demandaba. Desde el cada vez más acertado Sergio Rico hasta una pareja de delanteros que sí sabía combinarse en esta ocasión para buscarles las cosquillas a unos zagueros franceses incapaces de detenerlos por mucha ventaja física que tuvieran sobre los menudos Vietto y Ben Yedder. Pero no se quedaba ahí la cosa. Los defensas sevillistas se encargaban de evitar que los visitantes tuvieran las opciones del primer acto, se anticipaban, peleaban, cerraban los espacios con un paso adelante, también con el apoyo de dos laterales, Mariano y particularmente Escudero, que subían y bajaban como si no les costara nada de trabajo hacerlo. Por delante también ya tenían garantizada una primera barrera con Iborra, que se compaginaba con el omnipresente N'Zonzi para que todo fuera mucho más cómodo para el resto de los futbolistas.

Y, por fin, se llega a quienes son los encargados de desequilibrar dentro de este Sevilla tan prometedor, un Vitolo que nada tenía que ver con el de antes del intermedio y que pasaba de tropezarse, casi, con el balón, a dominar todas las pelotas, a buscar a sus compañeros, a combinar y también a correr sin parar para estar en todas partes.

Claro que falta un futbolista, un superlativo jugador de fútbol llamado Nasri. El francés, llegado en las últimas horas del mercado estival, volvió a demostrar que no ha venido a Sevilla a echar el año, a pasar unas vacaciones extraordinariamente pagadas. Nasri evidenció, una vez más, que el cartelito de crack no se lo regalaron en ningún momento y fue un gustazo ver sus controles, sus caracoleos, sus pases al sitio justo, las llegadas al borde del área rival, incluso el penalti que le hizo el joven Gaspar por anticiparse en un centro. Cualquier amante del balompié, sea del equipo que sea, debe disfrutar con este pequeño duende que es capaz de acabar en el minuto 94 con la frescura necesaria para volver loco a todo el Lyon.

Ése es el relato individual del rendimiento de este Sevilla en la segunda parte del partido de ayer, pero sería tremendamente injusto quedarse sólo en el uno por uno, ya que el equipo fue mucho más que eso gracias a ese equilibrio que halló cuando Sampaoli metió a Iborra por Franco Vázquez. El cuadro local se había puesto con ventaja no hacía mucho y lejos de pertrecharse atrás para defender, aunque la permuta de piezas así pudiera indicarlo, se protegió con el balón, con un ataque continuo para buscar el dos a cero.

Aunque no llegó, algo que fue tremendamente injusto porque prolongó la incertidumbre hasta los últimos ataques del Lyon, el Sevilla había acopiado méritos para liquidar por la vía rápida. Para corroborarlo, a quien suscribe le basta con mirar un folio de anotaciones que estaba no fue suficiente para albergar todas las ocasiones de gol del segundo periodo. Hasta un penalti llegó a tener Vietto en el minuto 69 para haber dejado finiquitado el litigio, pero el balón se le fue tremendamente alto.

Lo paradójico, sin embargo, es que este torbellino del segundo acto llegó después de los silbidos de buena parte de la grada al fútbol exhibido en el primero. El Sevilla, que había partido con un equipo tremendamente ofensivo con dos delanteros y Franco Vázquez por detrás, además de Nasri y Vitolo, no conseguía sentirse cómodo y erraba tanto a la hora de conectar con sus hombres de arriba como cuando tenía que proteger a Sergio Rico. Todo a pesar del espectacular partidazo de N'Zonzi en la resta y también en la suma.

Pero el fútbol tiene esas cosas y la química aparece tal vez cuando menos se la esperan sus propios actores principales. Y si éstos no son capaces de atisbarla qué se puede decir de quienes se sientan en la grada. El Sevilla mutó la faz en el entreacto y desde entonces no sólo barrió al Olympique de Lyon, también provocó la admiración de los suyos. El triunfo, pues, era lo más lógico con semejante caudal de fútbol y ahora sólo cabe esperar que Sampaoli, que tiene piezas suficientes para ir refrescando al equipo, entienda que N'Zonzi con otro pivote defensivo al lado, ya sea Iborra o Kranevitter, y Nasri junto a ellos es la clave para que la orquesta suene así de fina. El entrenador argentino tiene la batuta, de él depende.

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