El Fiscal

Semana Santa de Sevilla: ¿una Madrugada con alcohol?

Un penitente pasa junto a un bar.

Un penitente pasa junto a un bar. / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Atentos todos porque nos están preparando el sofrito de una Madrugada con menos controles para que, llegado el momento, nos tomemos a cucharadas el arroz caldoso, muy caldoso de una supuesta libertad que no es otra cosa que la rendición de la autoridad a ciertos negocios hosteleros (porque ni siquiera son mayoría). Dice el alcalde que no entiende que no se pueda tomar un café o una cerveza en pleno centro en las que deberían ser las mejores horas de la ciudad. ¡Ya nos gustaría que así fuera, señor alcalde! Todos añoramos eso, al menos los ciudadanos de buena fe que son inmensa mayoría. Tampoco se la puede tomar (la cerveza) si va al graderío de un estadio de fútbol. Y no pasa nada, salvo que sea sin alcohol o disfrute del exclusivo bar del palco. El alcohol aumenta el riesgo, por eso se quita de recintos con alta presencia de público. Es una medida aceptada desde hace años. Nunca hay una seguridad garantizada al cien por cien. Se trata de tomar medidas y, sobre todo, de mucha anticipación. Se trata de disuadir, generar la imagen de máxima tensión y vigilancia, arbitrar todas las medidas que reduzcan riesgos... No hay otra que apostar por esa reducción si se analizar la evolución de la Semana Santa de los últimos 25 años. 

La Semana Santa se celebra fundamentalmente en el conjunto histórico de la ciudad, que todos sabemos que es de los más grandes de Europa. ¡Inabarcable! Por eso la Feria es más fácil de controlar al desarrollarse en un recinto grande, pero limitado. En el fondo es abarcable. Por eso a los aficionados de una final de fútbol se les reconduce a zonas concretas (Fan Zone) al objeto de un ejercer un mejor control de la masa. Pero eso es imposible con la Semana Santa, más allá de factores que evidentemente la hacen muy distinta a otras fiestas y aglomeraciones. 

Anunciar el levantamiento de la denominada ley seca es un error que revela hasta que punto la hostelería ejerce como un grupo de presión. ¿Tanto sacrificio supone no vender alcohol durante unas horas en una zona concreta de la ciudad? La Semana Santa llena la caja de muchos establecimientos. Solo se trata de blindar una franja horaria muy concreta por razones por todos conocida. No se entiende la voracidad recaudatoria cuando todos sabemos la peligrosa influencia que tiene el alcohol en esa noche amenazada desde 2000. 

También quiere el alcalde quitar vallas. ¡Claro que nos gustaría que no hubiera ninguna! Que todo fuera en ese aspecto como la Semana Santa de los años 80, cuando solo las había dentro de la Catedral o en las salidas o entradas. Por cierto, eran de un color amarillo horroroso. Igualmente nos gustaría que todos los bares que quisieran pudieran abrir y despachar todo tipo de productos. Pero el público de hoy no es el de hace 30 o 40 años. Las medidas eficaces hace décadas no lo son hoy. El político hoy debe tomar decisiones en función de los actores de riesgo actuales, no de los gustos ni mucho menos de los intereses de parte. Inteligencia se llama. Aquí no cabe consenso, sino responsabilidad. Un error de seguridad en la Semana Santa se llevaría por delante al alcalde después de meses anunciando la relajación de medidas en un contexto de cesiones y más cesiones con la hostelería. Pero lo más importantes sin duda sería que la Semana Santa resultara dañada de nuevo por haber bajado la guardia. Que le pregunten a Zoido y Juan Bueno por la Madrugada de 2015. De nada sirvieron los intentos por silenciar la gravedad de los hechos. No juguemos con la Semana Santa. Porque su seguridad se trabaja desde muchos meses antes con la vigilancia de horarios de apertura, veladores, etcétera. 

Por supuesto que nos gustaba más la Madrugada con todos los bares abiertos. Hemos disfrutado de ellos muchísimos años. Igual que disfrutamos de una Semana Santa en la que bastaba el Plan Trabajadera para garantizar la seguridad. Pero la sociedad de hoy exige más. Porque los acontecimientos de masas están vinculados al consumo de alcohol. Por eso la ley seca de estos años atrás no ha sido solo enfocada a los bares, sino a las tiendas que venden los lotes de la botellona. Por eso los controles empiezan desde antes de Semana Santa. Está todo más que estudiado. Siempre es igual en Sevilla y en otras ciudades que han sufrido problemas similares. La Policía Local sabe perfectamente que hay negocios que solo podían dar café que tenían ventanas traseras por las que despacharon bebidas de alta graduación. La tentación de hacer caja en la Madrugada al despachar la copa a diez euros en plena carrera oficial es muy elevada. Ahí está la clave. El problema no es el café que el alcalde se quiere tomar. Es el público cargada de alcohol desde horas antes. Por eso muchísimos bares han optado por el cierre, porque no soportan la mala educación del gentío, no les compensa el esfuerzo. Levantar determinadas medidas de seguridad sería una irresponsabilidad. Anunciarlo ya es un riesgo. La Semana Santa que nos ha tocado vivir debe estar en una suerte de UCI que no nos gusta, pero que es necesaria para que el público hostil se desvincule de ella definitivamente.