Literatura y pensamiento

Pantalla de letras

  • Quien haya contemplado almacenes enormes con cientos de miles de libros apilados en palés comprenderá qué peso se quita de encima el mundo

José Luis Rodríguez del Corral

Escritor

Libros electrónicos los hay desde que hay ordenadores. De hecho, hoy todos los libros son electrónicos antes que cualquier otra cosa, puesto que se escriben en un procesador de textos y se componen en un programa de edición. Desde hace décadas circulan por la Red miles de libros escaneados por particulares sin que eso haya supuesto problema alguno para la industria editorial. La pantalla de un ordenador es un mecanismo deficiente para la lectura prolongada por varias razones, emite luz en lugar de recibirla, dispone de un reducido rango de visión, prácticamente frontal, y se nubla con la luz del día. La tecnología conocida como tinta o papel electrónico resuelve esos problemas y reproduce con más fidelidad la lectura en papel, además de suponer un coste energético sensiblemente menor al carecer de retroalimentación. Aunque en investigación por Xerox desde los ochenta, fue la compañía E-INK, fundada en el Laboratorio de Medios del MIT (Massachussets Institute of Technology) la que desarrolló una pantalla de lectura más nítida, que permite hoy reproductores de libros como el Kindle o el Sony Reader.

Si algún “ludita” tipográfico cogiera un  martillo y destrozara uno de estos aparatos, encontraría que la diabólica invención segregaría un líquido viscoso, un gel en el que electrizadas partículas de titanio pasan de blanco a negro conformando la página o forman escalas de grises para reproducir fotografía. El grosor necesario es de sólo tres milímetros y, con la lámina protectora adecuada, es completamente flexible. Aunque el uso principal de esta “pantalla de papel” se reserva a los e-reader, tiene muchas otras aplicaciones, sea para relojes o móviles o para paneles informativos o publicitarios. Gracias a su bajo consumo estos paneles, como en Eyestop, la futurista parada de autobús que están diseñando el MIT y el Ayuntamiento de Florencia, podrían mantenerse con energía solar.

Pero la auténtica eficacia de esta tecnología y el considerable impacto social que podría causar se miden, sin duda, por su capacidad para suplantar al papel en las preferencias de los lectores. ¿Es la lectura en estos mecanismos tan placentera o eficaz como en un libro de papel? No, no lo es hoy, y a pesar de que se conseguirá más resolución y mejores aplicaciones tipográficas de aquí a poco, dudo que nunca lo sea. ¿La mayoría de los lectores seguiremos, pues, leyendo sobre papel e ignoraremos estos artilugios? Tampoco, y ambas cosas por buenas razones. En el primer caso porque, al igual que la pintura supera a la copia, la belleza de ese delicioso artificio vegetal que es el papel unida a los arquitectónicos espacios de la tipografía y el nítido relieve de la tinta, podrán ser imitadas pero no igualadas por ningún otro procedimiento mecánico, por ninguna pantalla. En el segundo porque las facilidades que ofrece esa pantalla, entre ellas su inmediatez y bajo coste, supondrán una ventaja irresistible. Cualquier lector del siglo XIX hubiera apartado con desdén un libro de bolsillo considerándolo algo grosero e ilegible, los mismos libros de bolsillo con los que tantos hemos crecido como lectores febriles. La experiencia sustancial de la lectura es inmaterial porque consiste en palabras y su primer soporte es el aire, la letra puede imprimirse en papel o figurarse en impulsos eléctricos, lo esencial no cambia.

La posibilidad de tener en la mano, o al menos a la vista, cualquier libro del mundo en 60 segundos, sea en un parque, de viaje o en la cama, como promete Jeff Bezos que hará su Kindle, es tan maravillosa como un sueño y el escrúpulo, emocional y práctico, que sienten los lectores ante un modo de lectura aceptable pero no excelente, sucumbirá a la comodidad de no ir cargado más que con el peso de una tableta de chocolate, y al placer de tomar las cosas cuando te apetecen, aunque el lecho no sea de rosas, sino de simple hierba o hasta de barro. Eso no quiere decir que se dejará de leer en papel, hipótesis demasiado lejana, que no se atisba en ningún horizonte previsible, aunque sólo sea porque hay mucho y cada año, inexplicablemente, se edita más. Esto último sí va a cambiar. Quién haya contemplado almacenes enormes con cientos de miles de libros apilados en palés comprenderá qué peso se quita de encima el mundo. La edición masiva, en un proceso de unos cuantos años, será electrónica, con los consiguientes cambios en una estructura comercial ya obsoleta. Distribuidores y libreros perderán completamente o en parte su razón de ser, y los editores verán disminuir sensiblemente sus márgenes comerciales con respecto al autor (Amazon ofrece a los autores hasta el 75 por ciento del pvp, frente al 10 que se recibe en la edición impresa). Editar y representar a un autor vendrá a ser lo mismo.

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