Calle Rioja

Francisco Correal

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De Pureza a Parras, de Marifé a Juanita

Macarena. La calle Parras está como si al tiempo se le hubiera olvidado pasar por ella. Habiendo vivido aquí Enrique Pavón, el de los Derribos, pocas calles en la ciudad mantienen mejor el caserío

La calle Parras a mediodía.

La calle Parras a mediodía. / José Ángel García

LA ciudad es un dédalo de calles. Hay espacios que se convirtieron en Atapuercas involuntarios. Se siente uno arqueólogo cuando pasa por lugares donde nunca volverá a vivir lo que vivió. La prematura muerte de Manuel Salinas y la incorporación de Javier Castro a la plantilla de camareros de El Rinconcillo supusieron el final de Casa Joaquín. Joaquín era tabernero y poeta con ascendientes gallegos. Su hijo Javier le regaló el testamento antes de morir: un libro de poemas de su cosecha. Fue uno de los territorios de Cuadernos de Roldán, como la bodega de san Lorenzo donde despachaban Marcelina y su hijo Aniceto o La Palma de Oro, ese bar en Jesús del Gran Poder esquina con Hombre de Piedra donde le hicieron un sentido homenaje a Saramago. A Casa Joaquín íbamos a ver algunos partidos de fútbol. Allí presencié la magistral jugada de Benzema entre tres defensas del Atleti que precedió al pase a Isco para que el malagueño que cruzó las dos orillas balompédicas del Guadalquivir rematara la faena. No cabe otra palabra. La única vez que he hablado en mi vida con Curro Romero fue en la Casa de los Pinelo. Creo que el diestro fue al nombramiento como académico del duque de Segorbe. Me senté a su lado y le comenté que el lance de Benzema, casi sin espacios, era puro arte de Cúchares. Asintió, y eso que su deporte favorito es el tenis.

Algo parecido ocurre con las obras que ya han comenzado en la casa de la calle Relator esquina con Parras. Donde durante tantos años abrió sus puertas Gonzalo Molina. Mucho más que una taberna: era una biblioteca (es el sino de la calle Parras: la Carbonería de enfrente, la de Luis Astola, está llena de libros), un local de ensayo flamenco, un mentidero, un ágora de amistades con la ornitología sobrevolando el local. Un servicio sin prisas, como de película francesa con subtítulos. El nuevo cine sevillano se doctoró en su mostrador y entre sus carteles donde siempre estaba Silvio.

Dos grupos de turistas siguen las explicaciones en la plaza de san Lorenzo. En la calle Conde de Barajas está la casa natal de Bécquer y Rubens tiene una calle. Por la Alameda van a paso de trote dos policías a caballo. Sendos caballos blancos como la leyenda del de Santiago. Parecen gemelos. Los caballos. La estirpe de Mcloud. Una turista que desayuna en el kiosko Los Leones se levanta y les hace una foto. La estampa es poderosa. Alejandro Magno con atuendo de policía nacional. Giran hacia la comisaría para hacer una parada. Sólo falta el abrevadero, como los que encuentran los caballos que recorren la aldea de El Rocío.

La camarera del bar Veneranda (la antigua Habanilla) saluda a un camarero del bar Central, que es el mismo nombre de la farmacia de Peris Mencheta. Un grupo de jóvenes teutones, aspecto de deportistas, dan cuenta de cervezas en vaso de sidra con abundante vianda en el bar Quilombo. Todavía no es la hora del Angelus, pero se encuentran en la gloria. En la librería El Gusanito Lector ya está puesto el cartel de la Botica de Lectores. A diferencia de Casa Joaquín o la taberna de Gonzalo Molina, seguirá manteniendo la misma actividad. Se aplica al pie de la letra el montaje que ha preparado Rafa Iglesias en el escaparate de Marcelo Culasso, enmarcador de cuadros: una bombona de butano y el lema: ‘Y que no se extinga la llama’. La llama de leer y de comprar libros.

El tiempo y sus estragos se olvidó de pasar por la calle Parras. Vista desde Escoberos o desde Relator, está como siempre estuvo. Calle macarena donde las haya, aromas de Loretos y Pavones. Es la calle donde nació Juanita Reina. El 19 de marzo se cumplen 25 años de su muerte. Fue el primer gran funeral de este periódico que también va lanzado a su primer cuarto de siglo. La tonadillera murió el mismo día que el poeta José Agustín Goytisolo. Palabras para Juana.

Junto a la tertulia Costaleros Macarenos, una placa recuerda el premio Demófilo “a las artesanías, oficios y labores de la Semana Santa” que en el curso 2017-2018 le fue concedido “a la calle Parras”. Eso habla de la humanidad de esta arteria de la ciudad, calle en la que según el jurado que la premió “la mañana del Viernes Santo, el bullir humano del enclave, el acontecimiento religioso y popular de la hermandad de la Macarena se funden en síntesis inigualable”. Este premio es un abrazo entre Esperanzas. Demófilo es el sobrenombre de Antonio Machado Álvarez, el padre de los poetas, que nació en Santiago de Compostela y murió en la calle Pureza, a dos pasos de la Capilla de los Marineros de Triana. De Pureza a Parras, qué trasvase de emociones, de Marifé a Juanita.

En Parras vivió Enrique Pavón, el de los Derribos, a quien Romero Murube llamó “el verdugo de Sevilla”. No hay sin embargo calle en Sevilla que conserve mejor su impronta y su legado de convivencia vivida y aprendida. Una placa recuerda la casa donde ejerció la medicina el dermatólogo Andrés Tirado Figueroa. Cada vez que la Macarena vuelve la mañana del Viernes Santo, ¡cuántas personas no leerán las letras de las saetas que le dedicaba Marta Serrano, la Saetera! “Adiós, señora Alcaldesa/ emperaora de España / contigo no hay quien compita / Macarena y Soberana”. “Adiós, señora Alcaldesa/ guapa que no cabe más/ qué ganas tenía Sevilla/ de verte a ti corona”. Hay una letra con un acertijo dentro: “Te fuiste por cuatro días / y tardas siete en volver / madre mía Macarena / no nos lo vuelvas a hacer”. Se refiere al tiempo de más que la lluvia obligó a mantener a la Virgen fuera de su Basílica en la coronación de 1964.

En la calle Feria una placa recuerda la casa donde nació Jesús de la Rosa, alma de Triana. De Parras a Pureza, viaje de vuelta. La Alameda es como una dehesa social y cultural entre Feria y San Vicente, entre el mercadillo del Jueves y el Museo de Bellas Artes. Parras hace ese trabajo de alambique entre Feria y San Luis. Desde el Pumarejo ya se divisa el Arco. El estanco recibe una cerveza con tapa del bar La Rosa de San Gil. Es como el torno de un convento. La iglesia de san Gil tiene una placa en la que se recuerda que la Macarena estuvo alojada en este templo entre 1653 y 1949. Casi tres siglos seguidos. Desde los tiempos de Murillo a los de Picasso. Desde los de Calderón de la Barca hasta los de Salvador Távora. Desde los de la Roldana, nacida un año antes de ese traslado a San Gil, hasta Juanita Reina, emperatriz de Azabache. Al tiempo se le olvidó pasar por Parras. Ese ángel exterminador que se doctoró en piochas, andamios y piquetas dejó intacto el solar de la calle de la centuria de vuelta. Se mantiene hasta el espíritu de La Bolera, ese cine de verano sin pantalla que traía el cambio climático sin monsergas ni retóricas.

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