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De libros

Las fábulas del buen humor

  • Nórdica publica los ‘Cuentos’ de August Strindberg, el más conocido dramaturgo sueco.

Cuentos. August Strindberg. Ilustrado por Thorsten Schonberg. Nórdica Libros. Madrid, 2012. 200 páginas. 19.50 euros

Son extrañezas hermosas e inclasificables, estos Cuentos de August Strindberg que ven la luz de la mano de Nórdica. Unas historias en las que el más conocido dramaturgo sueco mezcla, de manera previsible, elementos de conciencia social –Strindberg se definía como “anti-reaccionario en todo”, y vive Dios que procuraba serlo–; algún que otro detalle de inercia biográfica y una sustanciosa base de folklore nórdico y germánico, siendo este último rasgo el que, junto a su carácter fabular, define a esta colección de relatos como cuentos.

Aunque alejados de los cuentos de hadas convencionales, es difícil prescindir en estas historias de ese sentido de maravilla que tan bien desarrollaron autores como Hoffmann y Andersen, y que parece estar flotando en lo invisible, a punto de atravesar el aire de lo cotidiano. El rey de los ratones que nos vigila en lo oscuro o la Reina de las Nieves –actualización de las temibles diosas del invierno nórdicas– que esparce letales cristales de hielo no están tan lejos de la niña-hada con nombre de mariposa azul (Licenea) o de la cantante de ópera que va engordando a medida que crece su ego.

En los Cuentos de August Strindberg hay trolls, cabañas mágicas en el bosque y pájaros divinos  (aunque no sean los cuervos de Odín, sino los enviados del Espíritu). Parece que lo imposible fantástico es el hilo que Strindberg necesita para conectar con el lore de las leyendas antiguas, en un gesto que pretende, por un lado, recuperar la atmósfera de la tradición –Strindberg coqueteó, por decirlo suavemente, con la alquimia y el esoterismo y conocía de sobra toda esa simbología–; y por otro, ir un paso más allá de esa misma tradición, ya que las historias de Strindberg no pueden clasificarse dentro de los cuentos del hadas al uso. Más bien parecen esbozos filosóficos, apuntes de un observador que concluye que –verdaderamente–  “nada es mezquino” en nuestra existencia, e intenta no tomar demasiado en serio al mundo. No hay que afanarse: todo termina encajando, de alguna forma, no hay drama demasiado insostenible ya que, al cabo, nos espera una paz mejor que la que podemos encontrar en esta realidad –For the world is more full of weeping than you can understand, como dice el más conocido verso de Yeats–. Una suerte de conclusión metafísica que sí se deja sentir en el aliento de todas las historias, tanto a través de elementos de raíz pagana –la concepción del tiempo circular de los mitos nórdicos y celtas que aparece en El dormilón, por ejemplo: “El sol iba camino de desaparecer de nuevo, desaparecer por un año y volver de nuevo, ¡es todo tan extraño!”–, como con referencias de índole cristiana: pájaros sagrados y paraísos insulares son también constantes en los mitos nórdicos, pero en los cuentos de Strindberg aparecen dentro de los cánones de piedad y paciencia que promulga la fe –el autor se pasó la vida idealizando a su madre, tremenda devota, que falleció cuando él tenía 13 años–.

Casi todos los relatos responden, además, a un humanismo muy apegado al compromiso social de Strindberg. Crítico con la sociedad que le rodeaba, el autor de La señorita Julia publicó sendas sátiras sobre la vida universitaria (Town and Gown) y el ambiente cultural (The Red Room). En sus Cuentos, enjuicia la vanidad y la soberbia como las peores cualidades (Los secretos del secadero de tabaco, Yúbal sin yo), alaba la capacidad cambio frente a las debilidades propias (El triunfador y el bufón) y señala la inconveniencia de acomodarse en los propios criterios (Fotografía y Filosofía).

Es curioso ver cómo, en varios de los cuentos, aparecen mujeres que responden a un mismo arquetipo: cantantes y bailarinas frívolas, diseñadas para provocar la irremediable perdición de sus mentores o, en última instancia, para procurarse su propia ruina. Casado y divorciado tres veces –muchos de sus biógrafos lo describen como un celoso paranoide–, Strindberg encontró a todas sus mujeres encima de un escenario. De alguna manera, se sentía atraído por las féminas con carrera, fuertes e independientes, pero de apariencia frágil y juvenil –Siri Siri von Essen, Frida Uhl y Harriet Bosse reunían todas esas cualidades–, aunque luego se sintiera sobrepasado por ellas.

Por último, destacar en esta edición las estupendas ilustraciones de Thorsten Schonberg, con unos trabajos claramente inspirados en la obra de dibujantes como Carl Larsson o Elsa Beskow –Larsson llegó a colaborar con August Strindberg en la serie Los suecos, un conjunto de descripciones de la vida de la gente corriente en Suecia, del siglo IX en adelante–. En Cuentos, Thorsten Schonberg actualiza sabiamente la tradición de los ilustradores escandinavos del XIX, mezclando precisión y sugerencia y jugando con una paleta de colores básica que se demuestra tremendamente versátil –como se dice en uno de los cuentos, “el verde de la fidelidad, el azul de la esperanza y el rubio de la cerveza”–.

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