Cultura

Un viaje por Sevilla como plató de cine

  • El sello Cátedra publica una monografía sobre 29 urbes que sirvieron de inspiración al séptimo arte

La grabación de la quinta temporada de Juego de tronos en Sevilla ha despertado distintas valoraciones acerca de los atractivos y las posibilidades que esta tierra ofrece a las productoras. En lo que a la gran pantalla respecta, en las últimas décadas esta ciudad ha ido distanciándose de los estereotipos que simplificaban su riqueza cultural y patrimonial. La algazara flamenca o la vehemencia cofrade, utilizadas durante décadas como representación del folclore de toda España, han abierto paso a otra Sevilla, con escenarios cotidianos a merced de nuevos discursos.

Francisco García Gómez y Gonzalo M. Pavés coordinan Ciudades de cine (Cátedra), un libro que transita por 29 urbes que inspiraron al séptimo arte: una vuelta al mundo en 540 páginas. Barcelona, Madrid y Sevilla son las estaciones españolas en las que el lector de este libro podrá detenerse. "Del tipismo folclórico al thriller tenebrista", titula Alicia Hernández el capítulo destinado a la capital andaluza.

Con películas recientes como Grupo 7, del sevillano Alberto Rodríguez, un thriller enmarcado en los nada idílicos preparativos de la Expo 92, se consolida la brecha respecto a los tópicos. Las persecuciones por los tejados de la Real Fábrica de Artillería se entrelazan con los devaneos del grupo antidroga que campa a sus anchas por el casco histórico. En el bagaje previo de Rodríguez estaba ya bien presente la ciudad; 7 vírgenes, rodada entre los barrios de Pino Montano y el Polígono San Pablo y en San Juan de Aznalfarache, ejemplifica cómo una ciudad no sólo debe vivir en el cine de sus encantos, sino de sus potencialidades para adaptarse a cualquier contexto social o expresión. El traje o After son fieles al arraigo del director.

Por su parte, Blancanieves, de Pablo Berger, que plantea una reconciliación con el universo folclórico, evoca la Sevilla de 1910 a través de varias imágenes y fotografías tratadas en las que aparecen la Catedral con la Giralda al fondo, el río o la Torre del Oro. En el libro se explica que nada de la película se rodó en Sevilla y que La Colosal, epicentro taurino de la historia, se corresponde en la realidad con la Plaza de Toros de Aranjuez. El mundo es nuestro, dirigida en 2012 por Alfonso Sánchez, uno de los compadres, y ambientada en una sucursal de la trianera calle de San Jacinto, o Carmina o revienta (Paco León, 2012), rodada en su totalidad en Sevilla, también hicieron de la ciudad su hábitat cinematográfico.

En los años 90 la ciudad inspiró algunas películas con poso dramático. Solas (Benito Zambrano, 1999), aire fresco para el cine andaluz y minuciosa disección de sus personajes, ofrecía, entre otras virtudes, "una especie de jungla urbana, una ciudad muy poco reconocible", como apunta en el libro Alicia Hernández. Malaventura (Manuel Gutiérrez Aragón, 1988) o Más allá del jardín (Pedro Olea, 1996) mostraron una Sevilla llena de contrastes, entre la alegre luminosidad y un silencio lóbrego.

Nadie conoce a nadie (Mateo Gil, 1999), mediante una trama de suspense que se apoya en la Semana Santa, persigue y extermina los estereotipos. En el barrio de Santa Cruz ocurren algunos de los instantes álgidos de la trama; calles, como señala Hernández, que "ya no son lugares donde los señoritos cortejan a las gitanas". El Archivo General de Indias, el albero de la Maestranza, la iglesia de El Salvador -en el filme, llamada de la Salvación- o un extinto pabellón de la Cartuja son algunos de los escenarios donde se suceden los macabros acontecimientos de esta película basada en un libro del jerezano Juan Bonilla.

Ciudades de cine también repara en Vivir en Sevilla (1978), una obra en la que la que el polifacético Gonzalo García Pelayo ejerce el libre paroxismo de la creación, tomando como referencia Vivir su vida, de Jean-Luc Godard, y los experimentos de Jonas Mekas. En ella, mientras la imagen surca las calles Lealtad, Constancia, Trabajo y Virtud -entre Triana y Los Remedios-, el personaje que interpreta Miguel Ángel Iglesias declara: "A la hora de ponerles los nombres [a las calles] se ponen tela de virtuosos. Demasiada virtud, desde luego, para Sevilla". Iglesias, que bromea con la idea de que los autobuses lleven el rótulo de "El tardón", en referencia al popular barrio, coincidió en esta película con su amigo el rockero Silvio Fernández Melgarejo, al que unos años después acompañaría en la banda Barra Libre.

El viaje retrospectivo de Sevilla como plató de cine prosigue. Carmen, heredera de la creación de Merimée, fue uno de los últimos arquetipos folcloristas. Desde la de Ernst Lubitsch (1918) hasta la de Vicente Aranda (2003), son numerosas las lecturas que caben para representar a esta femme fatale. Asevera Alicia Hernández que Carmen la de Triana (Florián Rey, 1938), producida en plena Guerra Civil, es la más reseñable.

Sangre y arena (Rouben Mamoulian) viaja a la Sevilla de 1941, con una estrella como Rita Hayworth acaparando los focos en el papel de Doña Sol. La Plaza Alfaro -en Santa Cruz-, las calles de Triana o la plaza de toros, además de la presencia del Cristo del Gran Poder, sirven como escenarios y atmósferas de la historia. Durante el franquismo, al margen de la españolada, se gestaron hibridaciones entre lo patrio y culturas foráneas, como la italiana (Pan, amor y... Andalucía) o la mexicana (Jalisco canta en Sevilla, con Jorge Negrete).

La Segunda República sentó los cimientos de todo el folclore posterior. Gracias a productoras como Cifesa o CEA, la industria cinematográfica del país se robusteció.Entre otras, La hermana de San Sulpicio (F. Rey, 1933) o Currito de la Cruz (F. Delgado, 1934), revisada posteriormente varias veces, se encuadran en esta etapa.

Don Juan Tenorio, recogida por vez primera en cine en 1908 -más tarde se grabaron dos versiones más- gracias a Ricardo de Baños y Albert Marro, permitió contemplar una vista general del Guadalquivir y de la ciudad, filmadas ambas por una cámara fija que captaba cuanto sucedía en el encuadre sin movimientos.

Cuando el cinematógrafo llegó a Sevilla, sus costumbres más significativas, unidas a la belleza del enclave, se tornaron en reclamos. Toreros, bandoleros, procesiones y sevillanas imantaban la curiosidad de los europeos. A final del siglo XIX, narra Alicia Hernández, el operador Henry W. Short filmó Danza andaluza, Salida de misa y Toreros. Entre 1898 y 1900, los hermanos Lumière rodaron Procesión en Sevilla, Corridas en Sevilla o Danzas y Diversos.

En el libro no están todas las que son pero sí son muchas las que están. A los más cinéfilos les llamará quizá la atención la ausencia de algunos títulos, por rescatar sólo unos pocos, como Ese oscuro objeto del deseo, última película de Luis Buñuel, en la que aparecen el Paseo de la Palmera, la calle Agua, la Plaza de la Magdalena, el Patio de los Naranjos o la vieja Estación de Córdoba -edicio donde ahora se encuentra el Centro Comercial de Plaza de Armas-; Eres mi héroe, donde Antonio Cuadri se adentra en el Parque de María Luisa o el Paseo Colón y se sirve de una camiseta del Real Betis para entrelazar amistad y tiempo; Ali, de Paco Baños, que se acerca, por ejemplo a puentes de la ciudad como la Pasarela de la Cartuja o San Bernardo; Lawrence de Arabia, El dictador y La Guerra de las Galaxias 2: El ataque de los clones, en las cuales Peter O'Toole, Sacha Baron Cohen y George Lucas, respectivamente, apostaron por la emblemática Plaza de España como escenario; El reino de los cielos, dirigida por Ridley Scott, que incluyó la Casa de Pilatos; u Ocho apellidos vascos y su reciente éxito, con escenas junto al río.

Una ciudad con sus pasajes urbanos, sus encantos y sus miserias, convertida en decorados para el séptimo arte. Sevilla para herir, que diría el poeta, aunque en este caso se descubra que las heridas eran falsas cuando el director grita "¡corten!".

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