Calle Rioja

Pasteles de Tetuán en La Mamounia

  • Diálogo. Tres reclusos de Sevilla I asisten en la Fundación Tres Culturas a un encuentro con Waleed Saleh, iraquí que padeció el rigor de las cárceles de Sadam

HACE diez días, dos escritores visitaron el Centro Penitenciario Sevilla I. Antonio Lozano y Waleed Saleh. Le hablaron a los reclusos del libro Las cenizas de Bagdad en las que Lozano relata las vivencias de Saleh en la más temible de las prisiones de Bagdad cuando era un joven estudiante de 19 años.

Tres reclusos, los sevillanos Antonio, 53 años, y Víctor Manuel, 42, y el marroquí Mustapha, nacido en Tánger hace 26 años, les devolvieron ayer la visita. La presencia del tercero fue especialmente emotiva. Tenía sólo seis años cuando en la Expo 92 abrió sus puertas el Pabellón de Marruecos, convertido ahora en sede de la Fundación Tres Culturas. En lo que fue el restaurante La Mamounia está ahora la biblioteca, donde el Club de Lectura Tres con Libros organizó el encuentro con Waleed Saleh. El espacio recuperó la magia gastronómica cuando Olga Cuadrado, gaditana de San Fernando, y Mari Carmen Ángel, sevillana de Pedrera, del Club de Lectura, repartieron a los asistentes pasteles de Tetuán.

Los tres internos de Sevilla I fueron espectadores privilegiados del canto a la libertad del antiguo recluso iraquí con un libro de Tahar ben Jelloum sobre la primavera árabe como hilo conductor. No citó a Erich Fromm, pero subyacía su El miedo a la libertad cuando Saleh resaltó como conquista del pueblo árabe "la pérdida del miedo. Ahora el miedo lo tiene el poder".

Waleed Saleh nació en 1951 en Mandali, una población de Iraq próxima a la frontera con Irán, países que estuvieron enfrentados en una cruenta guerra (1980-1988). En mitad del conflicto, dejó su país y tras seis años en Marruecos llegó a España en 1984. Dirige el dapartamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autonóma de Madrid, ha publicado numerosos ensayos, se casó con una gallega de Lugo con la que tiene un hijo. De los autores españoles, le gustan especialmente Cela y Umbral. Conoce a los arabistas de la Universidad de Sevilla: a Emilio González Ferrín o a Rafael Valencia, que cogió en Bagdad el testigo del Instituto Árabe-Español fundado por el arabista de la generación del 27 Emilio García Gómez.

En el público, junto a los reclusos y funcionarios, alumnos del máster de Relaciones Internacionales que recibieron información de primera mano de un desterrado que nunca volvió a su país. Su exposición empezó con la bandera de la Gran Revolución Árabe. Sucedió en 1918, un año después de la revolución rusa, tal vez por ello eclipsada en los manuales de política occidental.

Una revolución contra cinco siglos de colonialismo otomano en la que participó como ilustre protagonista el arqueólogo y soldado Lawrence de Arabia, tan unido a Sevilla por razones cinematográficas. Saleh describió la simbología de los colores de esa bandera: el negro de la dinastía abbasí que gobernó medio milenio desde Bagdad (750-1258), el blanco de la dinastía omeya de Damasco, el rojo de la revolución y el verde de la dinastía omeya de Al-Andalus, razón por la cual, explicó el iraquí, la eligió Blas Infante para la bandera de Andalucía.

Este escritor es el exponente de una encrucijada de 22 países, imaginaria confederación en la que figuran el país más rico del mundo, Qatar (razón por la cual la FIFA lo ha elegido para organizar el Mundial de Fútbol 2022), y el más pobre, Djibuti. Un conglomerado sociocultural de 350 millones de habitantes, cien de ellos analfabetos.

El escritor enumeró paradojas: el partido Baas que está machacando al pueblo sirio es un partido laico que fundó un cristiano; el ejército egipcio derrocó a Mubarak porque su hijo no es militar; el tema del Sahara no despierta simpatías en el mundo árabe, a diferencia de lo que pasa en Europa; la izquierda europea está anclada en anacronismos dialécticos. "Nos hablan del imperialismo, yo estaba deseando que el imperialismo acabara con Gadafi".

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