Síndrome expresivo 53

Debate electoral: Muñecos en campaña electoral

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en un encuentro en La Moncloa

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en un encuentro en La Moncloa / EFE

La convocatoria de elecciones generales siempre provoca entre la ciudadanía una mezcla de sensaciones contradictorias: por un lado, la esencia racional del individuo pugna por el triunfo de la sensatez y el equilibrio en medio del ruido y la trampa dialéctica; por otro, los sentimientos resurgen con fuerza, a veces con una brutalidad animal, para eliminar al enemigo ideológico y, tras la batalla en las urnas, celebrar con una cervecita helada la muerte social del indigno adversario. Nada nuevo bajo el sol.

Ya que estamos en profunda reflexión sobre las paradojas de los procesos electorales, hoy me ha venido a la cabeza la falacia conceptual del debate entre los candidatos a la presidencia del Gobierno. En teoría, los duelos dialécticos sobre temas económicos, sociales, educativos o internacionales deberían construirse sobre una base firme de razones o argumentos a favor y en contra de una tesis clara e inteligible para el más mortal de los votantes. En otras palabras, si nuestro sistema democrático descansa sobre la obligada consulta popular, lo menos que se exige es que cada protagonista aclare cuáles son las fortalezas de sus propuestas y, en paralelo, desenmascare con pruebas las debilidades del rival ideológico.

¡Bendita utopía, paciente lector! Más que la virtud de la paciencia, me arriesgaría a calificar como perplejidad el estado de ánimo que sentimos ante la concatenación de monólogos prefabricados por los asesores de imagen y comunicación de nuestros aspirantes a la presidencia del Consejo de Ministros. Así, como muñecos nacidos de la pluma del maestro Valle-Inclán, los títeres disfrazados y maquillados con mimo se limitan a reproducir en voz alta el guion pergeñado por el titiritero a sueldo (¡y qué buen sueldo!). Sin rubor, repiten con voz impostada y una gestualidad esclerótica la frase subrayada en el sudoku discursivo. Frente al deseable intercambio de pareceres en torno a una idea, solo queda la autonarración de una realidad ficticia, edulcorada por el infantilismo o los sueños de una noche de verano.

Sin duda, de aquellos monólogos vienen nuestras penas y de sus esqueléticas técnicas de comunicación resultan el desapego y la ausencia de la verdadera confrontación de ideas. Soliloquios múltiples de unos candidatos más preocupados por el ritmo del parpadeo constante o por la conjunción de colores entre los pendientes y los zapatos de Carolina Herrera que del aprendizaje mutuo en la búsqueda del bien común. En definitiva, una sucesión de sentencias, ataques y seudorreflexiones sin interlocutor, donde se manifiestan los cuatro clichés de moda con una estructura sintáctica básica. Monologo, luego existo.

¿Se puede superar?

Sinceramente, no creo que los fanáticos de la aniquilación del adversario político, ni los medios de comunicación pretendan convertir el espectáculo de los monólogos interiores públicos en verdaderos debates de ideas, donde los ciudadanos puedan comprender los pros y contras de las propuestas de cada candidato. Solo basta con darse un paseo por las redes antisociales para constatar que el diálogo constructivo y educado es una quimera: el grito animal, el insulto barriobajero o el zasca vomitivo campan por doquier sin el menor reproche cívico. Ya nadie pierde el tiempo en la lectura crítica del argumento rival ni en la escucha atenta de los argumentos que sustentan una tesis. La puñalada verbal vende. Lo triste es que los compradores compulsivos de este producto defectuoso son quienes delegan su soberanía en los muñecos valleinclanescos.

Lo peor es que todo puede ser perfeccionado para el disfrute del patio de butacas. Así, en las últimas décadas el espectáculo de los monólogos de bajo coste se ha perfeccionado con la aparición de elementos de atrezo que ayudan a la puesta en escena. Estoy seguro de que muchos lectores recuerdan las esposas del paladín de la independencia, la Constitución de bolsillo del asaltante a los cielos de la libertad, el adoquín del ciudadano desaparecido en combate o las coloridas gráficas trucadas a izquierda y derecha.

Visto lo visto y dicho lo dicho, parece que a los ciudadanos solo nos quedan dos opciones para sobrevivir a los debates electorales cara a cara o en pandilla: una realista, que nos lleva a disfrutar de una sabrosa lectura, mientras que los monologuistas encopetados luchan por no olvidar ningún detalle del guion ensayado ante el espejito mágico; otra utópica, que nos obliga a exigir un mínimo de rigor en los planteamientos y las respuestas de los candidatos. Bueno, la tercera sería mudarse a Marte para refrescar los pulmones con el dulce y cálido dióxido de carbono.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios