el derbi sevillano

La alegría y el silencio van por barrios

  • Heliópolis pasa de la euforia a la resignación en otro fin de fiesta en Nervión

  • La rebeldía de Sampaoli fue más efectiva que la verdiblanca

Dani Ceballos se choca con Jorge Sampaoli en una acción del partido.

Dani Ceballos se choca con Jorge Sampaoli en una acción del partido. / antonio pizarro

Era un derbi de rebeldía, la que propugna Jorge Sampaoli para elevar los sueños y la que se le esperaba al Betis tras su ridículo en Granada. Y, como en los últimos años, la fiesta acabó siendo para el poderoso, en este caso este Sevilla que dirige el técnico argentino, que silenció Heliópolis para llevarse la alegría hacia Nervión. Allí una multitud recibió como héroes a los hombres de Sampaoli, tras mantener la supremacía deportiva en la rivalidad y mirar de tú a tú a los grandes del campeonato.

Ni el desencanto rebajó el ambiente previo en los alrededores del Benito Villamarín. Si unos 1.500 espectadores ya alentaron al equipo bético en la sesión de activación matinal, otros tantos se apostaron junto al extenso cordón policial para aguardar la llegada de los respectivos autobuses. Resuelto este trámite sin mayores incidentes, las ganas de derbi se trasladaron al interior del Villamarín, donde el colorido verdiblanco apenas encontró respuesta en algunas bufandas sevillistas que se colaron en diversas zonas del estadio. Sin venta de entradas para la afición rival, por aquello de las obras en el Gol Sur, esa dualidad quedó reducida en la grada a la mínima expresión, aunque los sevillistas ya se encargaron de despedir a los suyos de camino hacia Heliópolis para recordarles la importancia de la cita vespertina.

Sobre el césped, el Betis sí entendió de inicio lo que le exigían los suyos. Intensidad, ritmo y deseo de victoria reflejado en Dani Ceballos, un hombre de la casa que incluso se las tuvo con Sampaoli, incansable en la banda y que debió cambiar de sudadera para no confundirse con sus jugadores. El Sevilla pareció haberse quedado con la mente en la eliminatoria ante el Leicester, cuestión imperdonable para afrontar un duelo cainita.

La mutación sevillista se produjo en el descanso. La entrada de Iborra, perfecto conocedor de cómo se vive en esta ciudad, produjo un efecto revitalizador en el juego para los visitantes. Su liderazgo, más allá de los elementos puramente futbolísticos, le cambió la dinámica al derbi, y las sonrisas que asomaron en Heliópolis en los primeros 45 minutos se tornaron en acatamiento, todo lo contrario de lo que sucedía a escasos kilómetros, donde con el 1-2 de Iborra ya se empezó a preparar el gran recibimiento.

De la euforia al silencio. De las dudas a la fiesta final. En Sevilla, las alegrías y las penas van por barrios, aunque las primeras se acumulen en Nervión en la última década. Los béticos, desencantados, apenas se escucharon desde el tanto que puso al Sevilla por delante en el marcador, ni siquiera para protestar. La lejanía desde la que observa al eterno rival llevó a la resignación a la espera de tiempos mejores.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios