El CSKA Moscú fue el equipo que apuntilló a Jiménez antes de que el Xerez ejecutara la sentencia con ese gol en el minuto 92 que precipitó su destitución. Pero si hay un equipo que minó de veras la trayectoria del arahalense al frente del Sevilla, éste fue el Getafe. El equipo de Míchel fue el primero que cantó victoria esta campaña en Nervión, un feudo que se convirtió desde entonces en asequible dejando atrás su ganada fama de fortín, y por ahí comenzó a desangrarse la confianza en Jiménez. Fue el 19 de diciembre, en la última jornada antes del parón navideño, con lo que a la hinchada sevillista le dio tiempo a rumiar su frustración durante dos largas semanas.

Antes de aquel fatídico día, Málaga y Valladolid ya habían arañado sendos puntos del Sánchez-Pizjuán y habían avisado de lo que vendría después. El Getafe, empero, abundó en la herida, con Zokora en el ojo del huracán porque sus errores condenaron a su equipo, y puso en solfa el recurrente esquema de 4-4-2, irrenunciable ahora para Álvarez, gracias a un sistema con el que Míchel prescinde de los extremos y da prioridad al centro del campo para que primen la circulación y las líneas de pase.

Además, el Coliseum Alfonso Pérez fue el escenario de uno de los partidos más agónicos del Sevilla en muchísimo tiempo, la recordada semifinal copera en la que Jiménez fue injustamente expulsado, y peor tratado al ser movido por la seguridad privada del club de uno a otro lado de la grada. Aquel día, el aficionado hizo una lectura muy negativa de la pobre imagen del equipo, al que salvó Palop. Pudo más el cabreo que la alegría por el pase a la final de la Copa del Rey. Algo que, en tiempos no muy lejanos, hubiera sido impensable.

En Getafe recordarán a buen seguro aquel partido. Habrá ganas de revancha en el Coliseum, y el reto de Álvarez es revertir esa energía, aunque sea con el peligroso 4-4-2.