España | italia · la crónica

No es un sueño, ganó España

  • Emoción El conjunto de Aragonés rompió todos los fatalismos y los estigmas al imponerse en la tanda desde el punto de penalti a Italia Corsés Los españoles no se soltaron durante el partido y eso provocó que acabaran por primera vez a cero

¡Fuera complejos! España disputará las semifinales de una gran competición futbolística por primera vez en veinticuatro años después de dejar atrás de golpe un montón de fantasmas que nosotros mismos nos habíamos encargado de alimentar con un derrotismo inexplicable. Pero esta vez no, la suerte le devolvió a los aficionados españoles al fútbol algo de lo muchísimo que les debía y en la lotería de los lanzamientos desde el punto de penalti salió cara, entre otras cosas porque Casillas se encargó de que así fuera con dos intervenciones espectaculares en los disparos de De Rossi y de Di Natale. Puede parecer irreal, algunos creerán que viven en un estado onírico incluso por lo mucho que se había alimentado ese estigma que condenaba inexorablemente a España a perder, sobre todo contra Italia, mas no lo es. Esta vez la sonrisa se reflejó en el rostro de todos los españoles que aman el fútbol en el momento de la verdad.

Fue una explosión de júbilo que seguramente abarcó todos los rincones del país, hasta aquellos en los que los nacionalismos no permiten semejantes manifestaciones en favor de España. Pero el fútbol tiene una capacidad fuerte para aunar voluntades y el penalti transformado por Cesc, maravilloso catalán él, sirvió para que estallara toda la hinchada de la Roja con una mezcla de alivio y de orgullo por la posibilidad de sentirse como ganadores por primera vez en mucho tiempo. Es la grandeza de este deporte que responde por fútbol, de esta manifestación tan irracional que es imposible de ser explicada con un mínimo de coherencia.

Y llegó ese momento mágico del lanzamiento a la red de Cesc después de más de dos horas de sufrimiento, sí de sufrimiento puro y duro, porque por muy optimista de espíritu que se pueda llegar a ser era imposible abstraerse de tantas y tantas circunstancias adversas que se relataban en un sinfín de reportajes. Que si 22 de junio, que si tres eliminaciones en la tanda de penaltis en otras tantas ocasiones en las que España llegó a esa suerte en semejante fecha, que si Italia estaba enfrente... Demasiadas cosas para no comerle la moral al más furibundo de los aficionados.

Por cierto, aparte de todas esas cuestiones relacionadas con el espíritu derrotista, en lo futbolístico por supuesto, se jugó un partido en ese estadio Ernst Happel que pasará a la historia de este deporte en España si la selección es capaz de seguir avanzando en su caminar por la presente Eurocopa. Fueron 120 minutos de juego con dos selecciones incapaces de meterle ni un solo gol al rival, aunque las explicaciones para este hecho fueran bien diferentes según los estilos de cada uno. Por una parte, estuvo España, que trató de ser fiel a su estilo de tocar el balón una y otra vez, pero que fue incapaz de abandonar los miedos que la atenazaban para hacerle daño al rival. Por la otra, estaba Italia, que se ajustaba al guión previsto de parapetarse atrás y de aguardar a que una acción de estrategia le pudiera dar todo el botín que estaba en juego. Nada que ver con el estilo, mucho más atrevido, que se impusiera en aquel Milan en el que Donadoni, el seleccionador actual, fue uno de los actores principales.

Ese miedo al que se aludía en el bando de los hombres de Luis Aragonés debe ser algo así como una marca indeleble, porque es incomprensible que una selección tan atrevida como la actual tampoco sea capaz de rebelarse contra su suerte, que no supiera alistarse en las filas de quienes piensan que el libre albedrío existe y que los humanos tienen libertad para tomar sus propios caminos, variándolos por tanto. Xavi, Iniesta, Silva, Senna y compañía se atrevían a tocar el balón una y mil veces y hasta ahí todo parecía correcto, pero faltaba algo y era el atrevimiento para dar un paso adelante, para no limitar esos toquecitos a hacer circular la pelota sin mirar jamás a los desmarques de los dos delanteros.

España fue justo eso en el primer tiempo. Tocaba y tocaba, es verdad, su índice de posesión era infinitamente superior al que figuraba en el haber de Italia, pero, por ejemplo, ni Sergio Ramos ni Capdevila eran capaces de desdoblarse una sola vez por las bandas para alterarle los esquemas al rival. Italia, pues, estaba cómoda, se limitaba a aguardar su oportunidad, sabedora de que ésta acabaría por llegar en el transcurso del partido. Y llegó sobre la hora de juego, pero Camoranesi se topó con una espectacular parada de Casillas.

Algo había cambiado, España no había caído en la primera llegada de Italia y, aunque no fue capaz de deshacerse de sus miedos en ningún momento, sí dio un paso adelante y hasta merodeó por el entorno de Buffon gracias a sus pases interiores. Por ahí hizo daño España y por ahí debió haber llegado el triunfo en algún lanzamiento de Silva con mucho espacio para armar el tiro, incluso en ese balón de Senna que se le fue a Buffon y se topó con el poste. Otra vez faltaba la pizca de suerte.

Con ese fútbol cargado de temores se llegó a la prórroga y aunque España parecía superior, fue Casillas quien le hizo un paradón a Di Natale antes de que Cazorla perdiera la opción de darle el gol de oro a Villa al filo del tiempo. Aquello no dio para más y se procedió al cara o cruz desde el punto de penalti. Afortunadamente, Casillas fue quien acertó. Fuera complejos, fuera estigmas, fuera fatalismos, aguarda Rusia, una selección infinitamente mejor que Italia por mucho que algunos la ningunearan después de cierto 4-1. ¿Recuerdan? Pues sí, España-Rusia otra vez, en semifinales.

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