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La última en San Mamés, al estilo Sampaoli

  • El Sevilla busca quebrar su pésima racha foránea ante un rival con el que lleva 7 años perdiendo en Liga. Aquel equipo de Jiménez lo bordó en un 0-4.

El fútbol tiene caprichos que sorprenderían al más pintado. Casualidades, efemérides, rachas, palabras que se las lleva el viento y también hechos que aplacan a las lenguas más activas. El Sevilla acude a San Mamés con una losa enorme colgada de su cuello. Por supuesto que ninguna culpa tiene Jorge Sampoli -o mejor dicho, la tiene pero es mínima- de que el equipo nervionense lleve nada más y nada menos que 21 jornadas de Liga sin sumar una victoria fuera de casa.

Y el caso es que la plaza a visitar no es ninguna bicoca. El Athletic es uno de los rivales más directos del Sevilla de la contemporaneidad en sus objetivos ligueros. Un club con un presupuesto similar que persigue los mismos retos y que en los últimos siete años ha superado a los blancos en su estadio en lo que a competición liguera se refiere. Y son siete años justos, prácticamente porque fue el 26 de septiembre de 2009 cuando el Sevilla de Jiménez profanaba la Catedral (la genuina, además) por última vez con un contundente 0-4 cuajando un excelente fútbol encima.

Distinta ha sido la Europa League, en la que el cuadro de Ernesto Valverde mordió el polvo en cuartos de final tras un triunfo de los de Emery en Bilbao que luego en Nervión tuvo su contraprestación con un duelo que se adjudicaron los rojiblancos y que obligó a que el semifinalista se decidiera en la tanda de penaltis.

El Sevilla ahora viaja al Bocho encorajinado por lo que pasó muy cerquita hace una semana, en Éibar, pero también con el plus de moral que da adjudicarse la victoria en otro derbi. Y lo hace tratando de ir definiendo su estilo, o, más bien, de adecuar la idea ofensiva que Sampaoli traía a una credibilidad competitiva.

Y -aquí viene lo curioso- se da la circunstancia de que el último triunfo liguero del Sevilla en San Mamés llegó en una auténtica exhibición de fútbol de un equipo que recibía críticas por el estilo de su entrenador, tachado de todo lo contrario, como era Manolo Jiménez. Aquel Sevilla, que tenía una gran plantilla con estrellas como Palop, Kanoute, Jesús Navas, Renato, Negredo o Luis Fabiano, pero también titulares como Lolo, coincidió en uno de sus mejores momentos, o el mejor, con el técnico de Arahal. Cinco victorias consecutivas, la última por 2-1 ante el Real Madrid (4-1 al Zaragoza, 0-2 al Osasuna y 2-0 al Mallorca) y otra exhibición en la Champions (un 1-4 en Glasgow ante el Rangers) hacían de aquel Sevilla un equipo claramente en forma. Tanto, que el 0-4 que sufrió Caparrós en Bilbao se produjo de una manera espectacular en pleno debate de si aquel Sevilla de Jiménez ganaba "pero no enamoraba", como se llegó a leer. El último gol, obra de Jesús Navas al culminar un desmarque por el centro, llegó tras una macrocombinación de 17 toques en total desde la defensa en la que participaron prácticamente los diez futbolistas de campo.

Ése es precisamete el Sevilla que tiene en la cabeza Sampaoli, aunque desde el punto de vista ofensivo, ya que uno de los secretos de aquel Sevilla de Jiménez, el último que acabó una Liga tercero, era que estaba bien edificado desde atrás.

Aquellos goles de Renato, Negredo, Kanoute y Jesús Navas, con un Diego Capel inconmensurable aquella tarde y con Luis Fabiano saliendo desde el banquillo, han sido los últimos que han servido para puntuar ante el Athletic en tierras bilbaínas. A partir de esa fecha el Sevilla ha encadenado seis derrotas consecutivas en San Mamés, la primera en la temporada siguiente por 2-0 con tantos de Fazio, en propia puerta, e Iraola, de penalti. Posteriormente, el equipo rojiblanco ganó por sendos 1-0, en el curso 11-12 (Llorente) y 14-15 (Aduriz), y 3-1, en el 13-14 (Susaeta, Muniain y Herrera/Gameiro) y 15-16 (doblete de Aduriz y Raúl García/Juan Muñoz); y por 2-1 en el 12-13 (De Marcos y Susaeta/Negredo, de penalti).

No es más que una referencia histórica, un guiño del fútbol que se vuelve caprichoso justo cuando todo el mundo (entorno, prensa, afición, hasta dirigentes...) se empeñan en colocar etiquetas, algo que el fútbol a menudo no entiende.

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