Atlético de Madrid - Sevilla · La Crónica

Otra vez de 'blandiblú' (4-0)

  • El Sevilla vuelve a su imagen habitual fuera de casa, sin la intensidad mínima exigible, y es goleado por el Atlético. El penalti, y sobre todo la expulsión de Fazio, acaban con el partido.

El Sevilla vuelve a mostrar su cara mala, la de un equipo sin intensidad, sin chispa, sin personalidad, sin los requisitos necesarios para tener opción siquiera para sumar puntos lejos de su gente. Los hombres que Míchel eligió para jugar en el Vicente Calderón cayeron goleados y no fueron capaces de sacar provecho ni de la inyección de adrenalina que debería haberles supuesto el resultado en el último derbi. Al contrario, los blancos fueron superados de cabo a rabo por un Atlético a mil años luz de ellos por la manera con la que afronta todos los encuentros, como si les fuera la misma vida en cada balón dividido. Cierto que puede existir la excusa del penalti y expulsión de Fazio, lo segundo demasiado riguroso, pero hubiera dado igual. 

Podía tardar más o menos en producirse el desenlace, pero el Sevilla habría acabado cayendo con estrépito. ¿Por qué? Pues por una sencilla razón, porque los visitantes salieron con el único deseo de dejar pasar los minutos y de aguantar el chaparrón que se les venía encima. Míchel había dicho durante la semana que algo debía cambiar en la imagen de los suyos como forasteros, que debían presionar al rival desde que echara a rodar el balón. También lo había corroborado el propio presidente, José María del Nido, cuando reiteró que el espíritu del arranque del último derbi debía verse en más ocasiones, sobre todo lejos de Nervión. Ni uno ni otro tuvieron razón en sus vaticinios, el Sevilla se puso en el campo con temor, sin darle al juego veracidad, y así dejó pasar los minutos dispuesto a que nada sucediera. 

Tal vez la mejor prueba de ello fuera ese disparo de Reyes en el minuto 7, en el primer acercamiento visitante, en el que el utrerano pareció haber acordado con el fotógrafo más próximo una instantánea antológica de su excompañero Courtois. Rosquita inocua para que el belga hiciera la palomita y se luciera sin el menor peligro real para su meta. Pero no era sólo eso, también se podían contabilizar innumerables resbalones por parte de todos los futbolistas que vestían completamente de blanco, salvo las medias. Una y otra vez se iban al suelo en los balones divididos, particularmente en el caso de Cicinho, y, claro, allí había un claro problema de desconcentración a la hora de elegir los tacos para mantener la estabilidad. ¿Para qué está el calentamiento previo aparte de para poner la musculatura a tono? Se supone que para una eficaz adaptación al medio en el que se va a desarrollar el juego, pero no, los sevillistas tenían muchos problemas para mantenerse de pie y los rivales apenas se caían por ese motivo. 

Eso sí, Palop no iba a tener mayores sufrimientos durante ese primer tramo. El Atlético se limitaba a presionar con fiereza y a acumular un montón de jugadas a balón parado en las que las protestas surgían por cualquier motivo. La cuestión era ir cargando de munición al siempre casero Iglesias Villanueva para cuando éste tuviera que ejecutar. Ocurrió eso bien prontito, apenas veinte minutos cuando un despiste de Spahic, que apenas se tiene en pie, es aprovechado por Falcao para entrar con facilidad y ser derribado por el propio bosnio. Y en plena protesta, apenas unas centésimas de segundo después, Fazio forcejea con Koke, éste cae e Iglesias Villanueva se deja llevar por la corriente para sancionar con penalti y expulsión del argentino. ¿Fue penalti? Puede, incluso hasta pudieron ser dos en la misma jugada, pero había demasiados sevillistas alrededor y el balón ya le había llegado a Palop para considerarlo como una acción de gol y adobarlo con la expulsión. Más o menos lo mismo que ya padeciera el Betis con Perquis ante idéntico rival. 

La cuestión era que el Atlético se había puesto con ventaja muy temprano y encima contaba con una pieza más sobre el campo. Míchel trató de remedar aquello, pero tanto él como el resto de los aficionados que profesan la fe sevillista ya tenían claro que aquello había acabado y que hasta firmarían en ese instante el final de todo para evitar un daño mayor. Botía entró por el errático Kondogbia como parche y el Sevilla más o menos aguantó algo sobre el campo, aunque jamás llegaría a acercarse al área rival con opciones ciertas de hacer daño. 

La resistencia, sin embargo, no llegaría ni hasta el intermedio. Una inocente jugada, con Jesús Navas pidiendo manos y no siguiendo la acción, Cicinho resbalándose por enésima vez y Spahic convirtiéndose en el brazo ejecutor de todo al desviar el centro de Arda Turan hacia su propia portería, serviría para ponerle el definitivo punto final al encuentro. Y encima el bosnio también regaló el tercero al permitir que Diego Costa se hiciera con una complicada pelota antes de ponérsela a Koke para que éste firmara un tanto lleno de plasticidad. Tres a cero en el intermedio, el Sevilla con uno menos y allí podía suceder cualquier cosa. Ninguna de ellas era buena para los blanquirrojos, por supuesto. 

Sin embargo, el segundo tiempo condujo a una languidez plena de impotencia. Míchel incrustó a Maduro entre los centrales para darle más salida a los laterales y colocar tanto a Reyes como a Jesús Navas más centrados en apoyo del mediocampo. Los sevillistas, al menos, capearon el temporal, aunque cabe preguntarse si era por mérito suyo o por desidia de un Atlético que ya atisbaba en lontananza su derbi contra el Real Madrid y tampoco quería correr mayores riesgos. 

Aunque el castigo debía ser mayor, y así fue tanto por el postrero gol de Miranda como por las expulsiones de Rakitic y Luna con todo finiquitado ya. Así de inexplicable. El tópico indica tal vez que éste es un partido para olvidar para los hombres de Míchel, pero ya son demasiados los encuentros como forastero que admiten semejante calificación final y tal vez lo más conveniente para los profesionales sevillistas sería que se fustigaran a la hora de visionar un vídeo en el que se demuestra que no pueden ser un equipo más blandengue. Como si estuvieran hechos de ese material tan desagradable y pegajoso al que se le conoce como blandiblú.

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