El Fiscal

La ‘magnitudinitis’ y los debates con trampa

Un cortejo de acólitos

Un cortejo de acólitos / M. G. (Sevilla)

Tal vez haya llegado la hora de asumir una derrota. Un cambio definitivo de ciclo hacia una Semana Santa al servicio del poder y supeditada al mismo con un descaro tan manifiesto que convierte en novedosa esta circunstancia. Claro que los poderes siempre han tratado de manosearla, condicionarla y aprovecharla, pero quizás ahora se aprecia más que nunca por las dimensiones que ha tomado y la repercusión que tiene durante todo el año. Ha sido una semana mala: el anuncio de una procesión magna en 2024 como clausura del II Congreso de Hermandades y las declaraciones del alcalde en la revista Nazarenos a favor de reducir los cortejos no son buenas noticias. No podemos dudar ni lo haremos de las buenas intenciones del uno y del otro, pero conviene realizar una serie de consideraciones.

La propia autoridad eclesiástica ha matado el congreso. Ya no hay congreso, ni habrá interés por las ponencias, conclusiones o debates. Todo quedará eclipsado por el debate de horarios e itinerarios, la logística de la ciudad para prepararse para el evento, el impacto económico en hoteles, transportes y bares. El éxito se medirá por la bulla, que Su Excelencia tiene asegurada. ¡Por supuesto que la historia del siglo XX demuestra que ha habido procesiones extraordinarias con varios pasos con diferentes advocaciones! Pero no en un contexto de hartazgo, saturación y desmedida no sólo en Sevilla, sino en pueblos de la provincia y localidades hermanas. La religiosidad popular está sacada de horma. Sufrimos una magnitudinitis que para algunos devalúa, por ejemplo, la hermosa experiencia de la Santa Misión del Gran Poder. A su finalización dijimos que convenía un tiempo de serenidad para dejar que se realzara todavía más un traslado efectivamente útil. Al Santo Entierro Grande (del que nadie recuerda su motivo) le han seguido más y más procesiones fuera de temporada. Tenemos reventado el sentido de lo extraordinario. Y proyectamos una imagen de frivolidad muy poco recomendable.

Ninguna autonomía 

Algunos hermanos mayores dicen en privado lo que no pueden afirmar en público. Se entiende. El arzobispo ha cursado las invitaciones para la procesión que remata (y nubla) el congreso y ninguno se ha negado. ¿Marchando tres raciones de eclesialidad? No exactamente. Se llama obediencia debida. Las normas diocesanas de diciembre de 1998 restaron autonomía a las cofradías al dictar que son asociaciones públicas de la Iglesia. El ordinario del lugar tiene todo el poder sobre el patrimonio y la economía. ¿Podrían negarse? No les van a mandar a la Guardia Suiza, pero tendríamos un escándalo como el ocurrido con la Jornada Mundial de la Juventud cuando la Esperanza de Triana dio nones y monseñor Asenjo se disgustó enormemente. Aquellas normas del 98 cogieron fama por las nazarenas, lo que no era más que un sonajero que distrajo de lo fundamental: la naturaleza jurídica de las hermandades. Si quieren conocer una asociación privada de la Iglesia en Sevilla, con su autonomía y plena de facultades, tienen un buen ejemplo con la hermandad de la Santa Caridad.

Tendremos la magna porque así lo ordena quien puede. Saldrá el mismo año que será coronada la Piedad. En 2025 le tocará el turno a la Virgen del Rocío y la Pastora de Santa Marina. Nos vamos a hartar de procesiones. Otra vez la Virgen de los Reyes en la calle fuera del 15 de agosto, cuando ya salió al inicio del pontificado de monseñor Saiz. Otra vez el Señor, al que siempre preferiremos en su basílica, en su Madrugada y en sus barrios de la periferia donde dejó sembrado tanto amor. Sacar muchos pasos a la calle todo el año no es apoyar y entender la piedad popular, tan necesaria en tiempos de un laicismo creciente. El riesgo de banalización y cosificación es demasiado elevado. No debemos exigir al mismo tiempo más formación y provocar una inflación de pasos que tiende a la espectacularización.

Nazarenos

El alcalde ve un problema en el número de nazarenos. El nazareno es el gran maltratado de una Semana Santa controlada por músicos y costaleros, y condicionada por horarios e itinerarios. Los ponen de tres en tres, sufren las aglomeraciones y ahora los quieren reducir. Son el eslabón más débil de la cadena. El nazareno es presentado como culpable de los males de la Semana Santa del siglo XXI. ¡Qué curioso! No lo es la mala educación del público, no lo es la incapacidad de encontrar soluciones eficaces con ánimo reformista, no lo son las odiosas sillas plegables que reducen la capacidad de movilidad, no lo son los ejemplos palmarios de invasión del espacio público por parte de los bares, no lo es el crecimiento desmesurado de las nóminas de muchos días sin que nadie pusiera en su momento cordura. ¡La culpa es de los nazarenos! ¡Todo se soluciona con la imposición de un numerus clausus! Pero, eso sí, que se acabe la ley seca, pese a que se ha demostrado útil muchos años. Reducir el número de nazarenos sería ya la derrota definitiva. El nazareno no puede ser tratado al nivel de una silla que sobra y se elimina para ganar espacio libre. Mucho se han adaptado ya las cofradías a los criterios de seguridad (planes de autoprotección, empleo de GPS, auxiliares de seguridad, sometimiento al Cecop, etcétera).

Dejen a los nazarenos tranquilos que bastante paliza sufren ya. Ordenen las calles, habiliten a la Policía para que pueda quitar sillitas y piensen con altura de miras y perspectiva en verdaderas reformas, no en parches.