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Manuel Fontán del Junco. Director de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March

"Las obras de arte enferman porque pueden morir"

Manuel Fontán del Junco, en la Academia San Dionisio de Jerez, antes de ofrecer su conferencia.

Manuel Fontán del Junco, en la Academia San Dionisio de Jerez, antes de ofrecer su conferencia. / Manuel Aranda (Jerez)

Manuel Fontán del Junco nació en Jerez en 1963, en una familia numerosa, "de unos padres que se quisieron mucho y nos quisieron mucho". No dibujaba mal. Leía mucho, era "implacablemente curioso" e "irritantemente despistado" y se aficionó enormemente a la ornitología por influjo de su tío Olegario del Junco. Vivió de pequeño pegado a las bodegas de González Byass, donde trabajaba su padre, "cerca de botas y el olor a vino". Estudió en el Kindergarden Miller y en el Colegio Guadalete en El Puerto de Santa María. Se fue con 18 años a estudiar Filosofía en Navarra y en Alemania y obtiene el grado de doctor. Ha vivido casi diez años en tres países diferentes y ha viajado mucho. Está casado "con la mujer de mi vida, que se llama Genoveva, y se enfadará cuando lea esto" y tienen dos gemelas.

-Ha ofrecido estos días una conferencia en su tierra, en la Academia San Dionisio de Jerez, llamada '¿Tiene cura el arte contemporáneo?'. Díganos, doctor, ¿qué le pasa al arte contemporáneo?

-Le pasa lo mismo que a todos los artificios y que al arte desde Altamira: como todo lo que alguna vez no ha existido, como cada uno de nosotros, las obras de arte están enfermas porque pueden morir. Están enfermas de tiempo: todas envejecen; muchas nacen prematuramente y mueren; se pueden perder, pueden desaparecer, pueden ser destruidas o malinterpretadas o tomadas por lo que no son. Y por eso ponemos tanto cuidado en su conservación, su preservación, su restauración e interpretación, su seguridad y su confinamiento en espacios adecuados: vigilantes en los museos, transportes sofisticadísimos, altísimas primas de seguro y el alto valor económico de algunas: en fin, todo lo que suele rodear a lo que consideramos valioso y es frágil. Las instituciones del arte no tendrían sentido sin esa conciencia de que las obras de arte están enfermas de tiempo. Si no lo estuvieran, ¿porqué habría que cuidarlas tanto? 

-¿En qué momento comenzaron los síntomas?

-Bueno, desde siempre, si excluimos lo que existía antes de que surgiese la especie humana. El tiempo que pasa –el tiempo que les pasa– ya es un síntoma. En cierto sentido, como pensaban los existencialistas no hace mucho y extremando un pesimismo que no comparto, nuestra propia vida es un enfermedad de transmisión sexual que se acaba con la muerte. El arte es una de esas cosas que hacemos para trascenderla, para que haya vida después de la muerte. Es una de ellas, y no la más importante. 

-¿Por qué esta conferencia pone el dedo en la llaga sobre la realidad de la plástica actual y su compleja dimensión?

-Esas son palabras muy amables de Bernardo Palomo (crítico de arte), compañero académico, al presentarme. No sé si puse el dedo en la llaga. Sí quise decir, no sé si con algún éxito, que no hay respuestas simples a problemas complejos. El estupor ante gran parte del arte actual que experimentan muchas personas es comprensible. Muchos a los que se tiene por artistas no quedarán. Otros, en cambio, crecerán con el tiempo. Y, por supuesto, esa especie de jerga que practican algunas cabezas a medio hornear para explicar las obras de arte a quien menos ayuda es a los artistas, esos humanos maravillosos empeñados en dar a luz lo que no existe y que, por eso, nos llegan desde el futuro. Como los extraterrestres, pero con la ventaja de que los artistas sí existen. 

-Llegado e este punto, explíquenos, ¿cuál es el tratamiento?

-La curación: lo que hacen con las obras de arte sus mejores intérpretes, sus conservadores, sus comisarios (que yo, con toda América, prefiero llamar “curadores”), los responsables responsables (esta redundancia no es una errata) de colecciones y museos. Hay una canción de Franco Battiato, preciosa, con ese título, 'La Cura': le invito a leerla pensando que el destinatario de la letra (es una canción de amor) es la obra de arte. 

-¿Cómo está siendo la incorporación de nuevas generaciones de artistas al arte contemporáneo? Usted, que ya lleva unos años en esto, ¿cómo está viviendo el cambio?

-Más que incorporarse, lo que veo son algunos artistas que me interesan porque se suben al tren del presente y empiezan a cambiarle piezas sin pararlo, en vez de dejarse llevar por él, sin más. En cuando a mí, procuro, a mi edad, tomarme en serio la transformación digital en la que ya vivimos, que va a afectar no solo a la práctica artística, sino al modo de gestionar, exponer y coleccionar arte. 

-Usted está al frente del departamento de Museos y Exposiciones de la Fundación Juan March, reconocida unánimemente en el mundo del arte. ¿Cómo se mantiene en pie esta Fundación con tanta firmeza?

-Digamos que quienes trabajamos en ella procuramos estar alerta y a la altura de una fundación familiar, pionera (cumplió cincuenta años en 2005), privada, con una vocación pública esencial, con un pasado admirable y con una estructura jurídica y de recursos económicos muy bien pensada. Estar alerta significa no hacer lo que ya hacen otros, sino sumar aquello que no se hace, pero es necesario; y estar a la altura para ofrecer una programación cultural exigente equilibrada con el acceso libre, indiscriminado, a todas nuestras actividades y sedes –incluida la que es nuestra web. 

"La transformación digital en la que ya vivimos, que va a afectar no solo a la práctica artística, sino al modo de gestionar, exponer y coleccionar arte"

-También es director del Museo de Arte Abstracto Español. Le pregunto lo mismo, ¿cuál es el secreto para la estabilidad de este espacio?

-Otro caso feliz y ejemplar de que lo privado es lo opuesto a lo estatal, no a lo público. El museo lo crea el artista Fernando Zóbel en 1966 con independencia total de la política cultural del régimen, con su colección y sus recursos, y se convierte en el primer museo de arte contemporáneo de España, entonces un país de artistas sin museos. En 1981, lo dona a la Fundación Juan March. Así que pasa de una iniciativa privada a otra manteniendo su vocación pública. El artista norteamericano Robert Motherwell le dijo a  Zóbel en una visita al museo que ya solo les quedaba “insistir en la excelencia”. Pues en eso estamos todos en nuestro equipo todo el día. 

-Usted es doctor en Filosofía. ¿Cómo llegó al mundo del arte? ¿Están ambos mundos muy conectados?

-Llegué desde la estética filosófica y porque las artes me fascinaron desde muy joven. Me doctoré con un trabajo sobre el documento fundacional de nuestra conciencia estética (esa capacidad que tenemos de juzgar el mundo exclusivamente por su belleza), una de las obras de Kant. Y sí, están conectados: esa conciencia, que la Ilustración europea pone como un huevo en el siglo XVIII no hubiera podido darse sin su nido y su cáscara: el museo. 

-Como pensador, tiene la gran oportunidad de observar el arte en sus diferentes facetas. Pero, ¿cómo es el público, cómo se comporta la sociedad ante el arte contemporáneo?

-Qué difícil… Casi nadie sabe qué o quién es el público. Muchas veces es el nombre que le damos al consumo anónimo. Yo diría que hoy se comporta mayoritariamente como nuestros antepasados lo hacían ante la religión, la magia y el poder. Por eso tiene sus servidores, sus herejes, sus creyentes, sus ateos y agnósticos, sus detractores, sus amigos y sus enemigos. 

-Ha sido también director de tres sedes europeas del Instituto Cervantes: Bremen, Lisboa y Nápoles. ¿Cuál fue su labor allí?

-Mediar entre esos países y el nuestro. Ayudar a que se programase cultura hecha en nuestro país en las instituciones relevantes, de todo tipo, de esos países. Promover el conocimiento de nuestra lengua. En fin, ser una especie de contrabandista cultural. Aprendí muchísimo. El Cervantes es un gran invento que convendría cuidar mucho. 

-¿En qué proyectos está ahora inmerso (como si no tuviera ya bastante)?

-Programar las siguientes exposiciones en Madrid y en nuestros museos. Uno de ellos es una exposición sobre Saul Steinberg, y otro sobre la autonomía del color en el siglo XX. Estudiar y mejorar la vida de nuestra colección. Pensar y estudiar con el equipo del que soy responsable cómo preparar el futuro y que los que vengan se encuentren la realidad barrida, aseada y preparada para lo que resulte a largo plazo, entre otras cosas, del cambio tecnológico. 

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