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Justicia y sucesos

Cero muertos es la única cifra admisible

  • En 2010 fallecieron en las carreteras españolas 1.730 personas, lo que equivale a quince accidentes de avión en un solo año

Sebastián Salvadó Plandiura

Presidente de RACC

El 2010 se cerró en España con un descenso del 9 por ciento en la cifra de víctimas mortales por accidentes de tráfico y con una caída aún más notoria en las carreteras de Andalucía (12 por ciento menos de fallecidos, 14 por ciento menos de accidentes).

Desde 2001 ha disminuido en España la cifra de víctimas mortales un 57,5 por ciento, cumpliendo con creces el ambicioso objetivo de la UE de reducir en una década a la mitad el número de fallecidos. ¿Podemos estar satisfechos? Para centrar el debate, debemos ser conscientes de que en 2010 fallecieron en las carreteras de España 1.730 personas. Son casi 5 al día de promedio, equivalentes a 15 accidentes de avión en un solo año. La opinión pública, que no toleraría de ningún modo quince tragedias aéreas durante solo un año, acepta en cambio con resignación e incluso con cierta satisfacción –por su tendencia a la baja– un goteo constante de víctimas que no ofrece su verdadera dimensión hasta que se contempla en un cómputo global. También la cifra de heridos graves –7.954, a una media de 153 por semana¬– implica un coste humano, familiar, económico, social, laboral... incalculable, que en algunos casos deja secuelas de por vida. Pero por otro lado, resulta obvio que la mejora de la siniestralidad vial ha permitido, grosso modo, que en los últimos ocho años se haya evitado en España la muerte de 10.000 personas y heridas graves a otras 50.000. Los medios de comunicación suelen lanzar señales de alarma cuando se produce un repunte en las cifras de víctimas algún fin de semana. Eso es bueno, porque indica que la siniestralidad vial se ha interiorizado como uno de los grandes temas de debate social, pero esos repuntes, estadísticamente, resultan normales y poco significativos, siempre que la tendencia general se mantenga a la baja.

En muertos en accidentes de tráfico por cada millón de habitantes, España ha ascendido desde la posición 17 en la UE (2003) a la 9 (2010). Utilizando un símil futbolístico, hemos pasado de luchar por el descenso a situarnos en zona UEFA. Ahora debemos ir más allá y meternos en la Champions, ser uno de los 3 o 4 mejores países de la UE. Es cierto que partíamos de una situación muy mala y por tanto las opciones de mejora eran numerosas y visibles. Con las estadísticas actuales, el margen de reducción de víctimas lógicamente es mucho menor. Además del permiso por puntos y del nuevo código penal, se han lanzado grandes campañas de prevención que han dado fruto y en las que hay que insistir: en 2010 un 23 por ciento de fallecidos en vehículos y furgonetas no llevaba puesto el cinturón de seguridad y un 7 por ciento de motoristas fallecidos no utilizaba casco. Pero hay que dar un paso adelante y diseñar campañas específicas para los colectivos que concentran una mayor siniestralidad: los hombres (79 por ciento de los fallecidos), franjas de edad concretas (de 25 a 44 años y los mayores de 65) y los conductores de furgonetas.

También hay que hacer énfasis en prevenir la siniestralidad en carreteras convencionales, las que tienen doble sentido de circulación sin separación física, que concentran un 77 por ciento del total de fallecidos. La tipología de accidentes registrados en 2010 en este tipo de vías señala que las distracciones, los adelantamientos y la velocidad inadecuada son los factores de riesgo sobre los que hay que incidir. La conclusión: no bajemos la guardia. No hay que darse por satisfecho, ni aún en el supuesto de lograr bajadas muy notorias en la cifra de víctimas. El único objetivo éticamente admisible sería el de registrar cero fallecidos por accidentes de tráfico. Sabemos que nunca será posible, porque el error humano siempre existirá, pero eso no anula la validez de esta utopía como filosofía que debe inspirar toda nuestras actuaciones de prevención en materia de tráfico. Este objetivo ideal ha de ser compartido por todos. De los fabricantes de vehículos esperamos que sigan su evolución tecnológica para incorporar de serie cada vez más elementos de seguridad en vehículos de todo tipo, no sólo los de gama alta. Los clubs automovilísticos como el RACC, que agrupa a un millón de socios en toda España, deben recoger las inquietudes de los conductores y mantener la colaboración más activa en campañas de prevención de todo tipo, en estudios y formación.

De los conductores necesitamos que mantengan vivo ese cambio de actitud al volante, su complicidad en la prevención de los accidentes, muy notoria en estos últimos años, que ha situado a los conductores españoles en niveles similares a los usuarios de los países europeos más avanzados. De igual forma, esperamos de los gobernantes que incentiven y garanticen unas infraestructuras totalmente seguras. No tiene sentido que la Administración permita que tramos peligrosos de la red viaria, conocidos por todo el mundo, se sigan cobrando su peaje anual de vidas humanas cuando en ocasiones bastarían intervenciones sencillas y poco costosas –como el establecimiento de una mediana cuando la señalización horizontal no es respetada o la instalación de bandas rugosas en los límites de la calzada– para evitarlo. La implicación de todos resulta imprescindible si queremos evitar que cada año se estrellen quince aviones en España.

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