Tumulus | Crítica de danza

Un canto capaz de vencer a la muerte

Trece bailarines y cantantes protagonizan la pieza de François Chaignaud y Geoffroy  Jourdain

Trece bailarines y cantantes protagonizan la pieza de François Chaignaud y Geoffroy Jourdain / Alain Scherer

Una de las características del bailarín, cantante y coreógrafo François Chaignaud es su capacidad para sintonizar con otros artistas de los más variados géneros.

El fruto de su colaboración con el fotógrafo y vídeocreador Nino Laisné, Romances inciertos, nos embelesó literalmente en el pasado Festival de Itálica (en julio de 2021), aunque ya un año antes, en este mismo teatro, habíamos visto Soufflette, una botticelliana coreografía suya de gran formato, bailada por la Compañía Nacional de Noruega Carte Blanche.

Romances inciertos también hechizó a los espectadores del Festival de Aviñón y de otros festivales y eso explica la cantidad de coproductores que han ayudado a levantar este Tumulus, creado en esta ocasión junto a Geoffroy Jourdain, director del prestigioso ensemble musical Les cris de Paris.

Un enorme túmulo funerario, inmóvil como una montaña o como un búnker, domina por completo la escena. En torno a él pululan trece estupendos bailarines-cantantes: rodeándolo, subiendo a su cima, deslizándose por sus laderas o entrando (no sabemos adónde ni para qué) por dos aberturas centrales.

La coreografía, absolutamente coral, alterna las filas de uno, como en los frisos de cualquier templo de la antigüedad, con escenas que nos hablan de una comunidad compacta e intemporal.

Los movimientos de los cuerpos son enfatizados y distinguidos por un original vestuario de aire futurista, realizado a base de acolchados, calzas doradas, etc. que, como la vida, va evolucionando sin cesar hasta acabar con los bailarines (y bailarinas) semidesnudos de cintura para arriba, con unos fantásticos sombreros que dejan al final en lo alto del túmulo, símbolo tal vez de lo efímero de la belleza y de lo inútil de la vanidad humana.

Chaignaud no deja nada al azar en la coreografía, pero, sin embargo, el verdadero motor de esta pieza, oscuramente simbólica, monótona y sin grandes desarrollos desde el punto de vista teatral, son las voces.

Los hermosos cantos polifónicos a capella, unidos a las sonoras respiraciones, las percusiones con el cuerpo y con algunos sencillos instrumentos, son los que unen y dan sentido a la comunidad de este Tumulus. Un auténtico recital compuesto por piezas del Renacimiento (de Jean Richafort y William Byrd), el Dies Irae de Antonio Lotti y otras, que terminan brillantemente con el Music for the End de Claude Vivier de 1971.

Una pieza que disfrutarán, sobre todo, los amantes de la música vocal.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios