Almería

La agricultura nos mantiene vivos

  • Los almerienses, casi todos, han entendido que la agricultura intensiva es el maná que genera 2.000 millones de euros cada año.

Antonio Lao

Director de Diario de Almería

Decía Theodore Roosevelt que "es duro caer, pero es peor no haber intentado nunca subir". La cita del que fuera presidente estadounidense refleja con arrollador realismo la situación que se vive en el país en el año que concluye, y rompe, de forma definitiva, con el ambiente que se respira en la provincia de Almería frente a la crisis. Hay que alejarse de la permanente interiorización de los problemas que padecemos; no hay nada a la vista que pueda mantenernos expectantes; las individualidades, si alguna vez sirvieron para algo, hoy no suman frente a lo colectivo y, lo más peligroso, es que si te dejas arrastrar por la corriente del progreso acabas en el fango de la crisis. Como dice Roosevelt, si has caído, intenta salir para alcanzar nuevas metas y con ellas mantendremos la senda del crecimiento, del futuro y de la autoestima.

Mucho hemos cambiado por aquí. Aquellos que vieron en el ladrillo la forma rápida de hacer dinero desistieron hace tiempo obligados por la crisis y los otros, los que se aventuraron a convertirnos en un mar triste de cemento, incluso a costa de la que ha sido la fuente de ingresos, desarrollo y crecimiento en los últimos 50 años, la agricultura, han sucumbido ante la realidad, factible y comprobable, de que nuestro futuro está ligado a los cultivos intensivos como la caracola a su cocha. Es más, terrenos urbanos regresan a rústicos, como las abejas a la miel, en la seguridad de que la agricultura es el sector económico capaz de hacernos salir del atolladero en el que nos encontramos. Generando empleo, creando valor añadido y siendo el anhelado factor de crecimiento que garantice la estabilidad y el progreso.

El año 2012 será recordado en Almería como el tiempo en el que la agricultura mantuvo el tipo, vendió más que nunca y, lo que es más importante, fue capaz de absorber a buena parte de los parados de la construcción. Con el sector no han podido los agoreros que veían en Marruecos un competidor (se ha vendido y ganado más), ni los que se empeñan en dividir en vez de unificar, ni tampoco los postulantes de proyectos de fotomatón fácil, a la caza de la instantánea, para luego enterrarla en el baúl de los recuerdos y cerrarlo con siete llaves. La crisis se agudiza en la misma medida en que seguimos creyendo en nosotros mismos. Abiertos al mar, somos una tierra por la que han pasado fenicios, cartagineses, romanos o árabes. La mezcla explosiva nos lleva, irremediablemente a renacer de nuestras cenizas una y otra vez. Lo hicimos a principios de siglo con el declive de la minería: repetimos en los sesenta con el fin del cultivo de la uva de mesa y nos recuperamos de nuevo después del mayor cataclismo llegado con la construcción y sus pelotazos.

Los almerienses, casi todos, han entendido que la agricultura intensiva, que los cultivos bajo plástico, son el maná que genera cada año 2.000 millones de euros, miles de empleos directos y otros tantos indirectos. La industria auxiliar que llegó ligada a los invernaderos nos sitúa en la vanguardia europea en investigación y desarrollo. La cuarta o quinta gama, el control biológico de las plagas o los cultivos hidropónicos son algunos de los avances que nosotros hemos desarrollado y que, pese a los errores, nos ha devuelto la autoestima y nuestra capacidad de crear. Hoy esta tierra es capaz de poner en positivo la balanza comercial de Andalucía a base de situar nuestras hortalizas en los mercados europeos y nuestra tecnología en los principales destinos emergentes.

El optimismo del sector primario se contrapone a la realidad, con la que nos hemos dado de bruces, con la construcción. La provincia llegó tarde al boom del ladrillo. Quizá por ello todavía creemos que algo está por hacer en este sector. No es más que una quimera. A pesar de que se han hecho algunas barbaridades (sólo hay que darse una vuelta por los pueblos del Medio Almanzora donde todavía buscan legalizar más de 9.000 viviendas) hemos sido capaces de conjugar la lógica con el afán especulador; el euro con la coherencia en las urbanizaciones y el sentido común frente al deseo de todos los ayuntamientos, casi todos, de caer en manos del todo urbanizable, a cambio de disponer de unas arcas saneadas y capacitadas para satisfacer a sus vecinos, eso que hemos dado en llamar bienestar.

Pero lo cierto es que el enfriamiento de la economía ha acabado viniendo pintiparado a una provincia que, aún hoy, se puede jactar de contar con uno de los espacios naturales capaces de definir en el exterior lo que vamos a ser en el futuro. Cabo de Gata-Níjar es, por sus endemismos, por su peculiaridad, por sus diferencias y por lo que ha incrustado de ecológico en la conciencia urbana de los almerienses, la base de la sostenibilidad y del desarrollo limpio que nos acecha y que, entiendo, ya está aquí. La provincia mantiene la ventana abierta del problema del agua. El año que termina ha dejado sobre la mesa las obras de la planta desaladora del Levante (Villaricos); seguimos sin tener la desaladora de Carboneras a pleno rendimiento; no sabemos qué hacer con la planta de Rambla de Morales, terminada; y vemos cómo el grueso del Plan del Agua sigue siendo un proyecto. Aún así, las lluvias de los dos últimos años nos han llevado a olvidar que somos una provincia seca, en la que los buenos años hidrológicos son escasos y que, lo normal, es que la sequía sea endémica. ¿Hemos avanzado? Sin duda sí, pero no todo lo que cabría esperar. Dicen los que nos gobiernan que la pasada iba a ser la legislatura del agua. Rebauticémosla como los cuatro años en los que se abordó una solución global al problema desde la desalación y alejados de los trasvases. La que salió de las urnas en 2012, con suerte, puede ser la que consolide una necesidad que nos ha marcado en los últimos 40 años.

En este mar en calma en el que nos movimos, sin apenas oleaje, la vista se fija en casi nada. De los resultados de las pasadas elecciones andaluzas pendían demasiados proyectos para esta provincia, que no está para seguir la senda de los bandazos políticos, sino para ejecutar necesidades perentorias que nos fijen por el camino del crecimiento del que nos hemos salido en los dos últimos años.

Tenemos la materia prima. Contamos con las personas. Parimos las ideas y sólo, sólo buscamos desterrar el síndrome de esquina que a veces nos atenaza. Pero la crisis ha hecho saltar por los aires cualquier atisbo de asentar los grandes proyectos. Los que hay empezados esperan y los previstos no están.

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