Provincias

El año de Zoido

José Antonio Carrizosa

Director de Diario de Sevilla

Juan Ignacio Zoido batió todos los récords en Sevilla en las elecciones municipales del 22 de mayo. Consiguió la cifra nunca vista de 20 concejales, lo que le abría las puertas de una cómoda gobernación, y barrió en distritos donde ocho años antes los populares ni tan siquiera se habían atrevido a hacer campaña, sabedores de que los socialistas tenían una hegemonía incuestionable.

El triunfo arrollador de Zoido fue, quizás, el único grito de desesperación, también la única apelación a la esperanza, de una ciudad sumida en una crisis económica larga, profunda y sin horizontes. En Sevilla hace ya mucho tiempo que la debacle económica se transformó también en una crisis de valores,  que la ciudad, haciendo honor a sus más arraigadas tradiciones, vive en medio de una sensación general de apatía, en un tan aparente como real sesteo. De hecho, durante los últimos años ha perdido puestos en el ránking nacional e incluso otra capital andaluza, Málaga, le disputa la hegemonía regional.

El triunfo radical del Partido Popular en Sevilla, una capital que siempre les fue hostil a los representantes de la derecha y que nunca habían podido gobernar con mayoría absoluta, se teje en base a dos realidades sociológicas que habían marcado profundamente el devenir de la ciudad durante la legislatura anterior. Por una parte, el profundo desgaste y los errores monumentales -por lo menos del tamaño  de las setas de la Encarnación-  que habían socavado hasta extremos difícilmente imaginables la imagen del gobierno PSOE-IU de Alfredo Sánchez Monteseirín. Por la otra, un contexto nacional y regional de crisis que las administraciones socialistas del Gobierno central y de la  Junta de Andalucía ni fueron capaces de admitir y evaluar correctamente ni, mucho menos, de arbitrar medidas para atajarla.  Ni tan siquiera para hacer ver a la opinión pública que se le intentaba poner freno.

Estas dos realidades, a las que habría que sumar una inteligente campaña del candidato popular,  fuertemente apoyada por la potente derecha social y mediática que en Sevilla tiene características muy peculiares, propiciaron el cambio político, que, como decíamos más arriba, hay que interpretar en buena medida  como el único gesto de poner pie en pared que la ciudad ha hecho desde el inicio de la crisis.

Una crisis que, como un vendaval, se ha llevado por delante el incipiente movimiento empresarial que los años de bonanza habían hecho aflorar  a la sombra de los enormes beneficios del sector inmobiliario, pero que había logrado introducirse con éxito en otros sectores.

En el periodo 2004-2008 el empresariado local había logrado relevancia económica y social y, hasta cierto punto, había cambiado algo el paisaje de las fuerzas vivas locales.

La crisis también había cambiado el paisaje, esta vez de forma radical, de muchos barrios de la ciudad que habían visto como el desempleo se extendía de forma inmisericorde, rompía los proyectos de vida miles de familia y volvía a poner en primer plano imágenes, como los comedores sociales, que se creían ya arrumbadas en la historia.

Sevilla  es hoy una ciudad sin pulso económico y, por lo tanto, sin pulso social donde proyectos como la instalación de una nueva área comercial a mayor gloria de la multinacional sueca Ikea consume energías inusitadas por parte de las autoridades locales y ríos de tinta en los medios de comunicación y donde la creación de tejido productivo eficiente  y rentable es una asignatura pendiente que se suspende convocatoria tras convocatoria.

Frente a este cúmulo de circunstancias adversas, Sevilla ha respondido con esa pasividad que le es tan característica y que se basa, de alguna forma, en una estructura de poder en la que los liderazgos están asumidos, pero no son explícitos, y en la que desmarcarse de los estereotipos fuertemente consolidados está castigado.

Sevilla atraviesa esta crisis sin liderazgos sociales al margen del que pueda constituir el Ayuntamiento, claramente insuficiente en una situación  tan difícil como esta, mientras los poderes fácticos siguen siendo los mismos y actuando igual que hace cincuenta años.

Esta falta de dinamismo tiene su traslación a todos los ámbitos de la vida local.

Si la situación económica y social tiene las señas que hemos comentado, la anodina vida cultural y de los movimientos que constituyen eso que se ha dado en llamar sociedad civil, la convierten en una ciudad donde el provincianismo no sólo es un lastre que se vaya sacudiendo con el tiempo, sino que, posiblemente, se acentúa a medida que pasan los años.

Pero a pesar de este negro panorama, Sevilla es todavía una gran ciudad a la que le quedan resortes y que tiene fermentos de cambio que la pueden poner en la buena dirección. Se ve en la producción científica de nuestras universidades  o en la capacidad que ha demostrado en los últimos años para atraer eventos de resonancia internacional, desde la final de la Copa Davis a conciertos de estrellas del pop como U2 o Madonna.

A Sevilla le corresponderá durante los próximos años, cuando esta crisis quede atrás, jugar una batalla decisiva contra el inmovilismo y la apatía. En sus manos, y sólo en sus manos, está ganarla.

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