Cádiz

El año que no fue

  • La provincia de Cádiz lleva décadas planteando un futuro que no termina de llegar, lleno de proyectos eternamente inacabados

Rafael Navas

Director de Diario de Cádiz

1984 de Orwell o 2001 de Kubrick dibujaban desde la distancia sociedades que muy poco se parecieron a las que conocieron esos años. Cuando se imagina el futuro, además de trajes plateados con grandes hombreras y naves espaciales surcando los cielos de megaciudades con robots, se piensa en proyectos, realidades y situaciones que no siempre se cumplen, para bien o para mal.

La provincia de Cádiz lleva décadas planteando un futuro que no termina de llegar, lleno de proyectos eternamente inacabados sobre la débil estructura de la falta de consenso.

2012 se dibujó hace muchos años en el mapa de los deseos de los gaditanos como una bella estampa, plagada de vigor y energía, y acabó siendo un garabato imposible de digerir, una distorsión en el espejo de la realidad.

Este sentimiento de frustración tiene, por desgracia, miles de nombres y apellidos. El año del resurgimiento económico al calor de una efeméride de gran simbolismo, el Bicentenario de la primera Constitución Española, no sólo no fue el del despegue de muchos proyectos enquistados sino que profundizó en la herida de una provincia que volvió a batir marcas en la subida del desempleo. La perversa espiral se completaba, una vez más, con la conflictividad social que ello acarrea, sin un sector que se salvara de la quema. Arrastrando la pesada losa de Delphi, una herencia que pocos hubieran imaginado en 2007 que se estiraría tanto, sumiendo a los astilleros de Navantia en la Bahía en un mar de incertidumbres no aclaradas por los nuevos dirigentes del Ministerio, la provincia se agarró como pudo al todavía insuficiente salvavidas del sector aeronáutico, con la decepción de ver cómo la apuesta de Alestis por esta comarca se desintegraba. Sólo dos empresas, el gigante Airbus y la emergente Carbures, mantenían el vuelo en momentos de turbulencias.

Los puertos de Algeciras y Cádiz siguen creciendo, cada uno en su dimensión, mercancías y cruceros respectivamente, dando algunas alegrías cuando presentan cifras de tráfico.

Pero la recuperación de las industrias, escrita con letras en negrita en los programas de los partidos desde hace tanto tiempo, tendrá que seguir esperando. Se siguen contemplando estrategias por separado, como la de El Puerto, cuyo alcalde anunció una serie de inversiones de empresarios gallegos, como una planta para fabricar autobuses eléctricos que crearía, en ese horizonte de los sueños, mil empleos, la cifra redonda por la que suspira todo cargo público. Sucedió lo mismo en Puerto Real con una planta (jacket para ser exactos) a construir por Dragados Off Shore. Mil empleos. Mil. Como la inversión china anunciada por la Junta en la antigua planta de Delphi, otro anuncio que entra en el limbo de los proyectos para la provincia de Cádiz.

Como Las Aletas, un año más paralizada política y judicialmente. Uno de esos proyectos necesarios en los que ya casi nadie cree porque se ha vendido demasiadas veces pero que nadie quiere enterrar porque el precio de ser sepulturero no hay político que, siendo honesto, lo quiera pagar. Se prefiere el oficio de encantador de serpientes, mucho más rentable.

Con este panorama no debe extrañar demasiado que la provincia salte de vez en cuando al primer plano de lo que se denomina "la actualidad nacional" y a las portadas de los telediarios por noticias como el apedreamiento de un helicóptero del Servicio de Vigilancia Aduanera en la sanluqueña playa de Bonanza cuando se disponía a interceptar un alijo de hachís, cuyos fardos acabaron en las casas de muchos vecinos. Tampoco se puede sacar pecho del robo de 300 kilos de cocaína del depósito de la Subdelegación del Gobierno, que deja las vergüenzas al aire y obliga a decidir de una vez sobre el destino de la droga incautada por las fuerzas de seguridad.

La agenda tenía marcada, a pesar de todo, una fecha, la del 19 de marzo, y una cita, la de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, que se celebraron tal vez en el peor de los contextos posibles, que habría sido aún más terrible de no haberse contado el bálsamo de algunos días en los que los ojos se pusieron sobre Cádiz para algo más que lo anterior. Se llegó a ello sin el segundo puente, ese proyecto cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos políticos, y sin demasiados avances en la obra de la alta velocidad. Sólo el reinicio de las obras del soterramiento en Puerto Real, que han atascado este proyecto más de lo que suele ser habitual, puso una nota para la esperanza en que los trenes circulen algún día más rápido por esta parte del universo y dejen de ser ciencia ficción. Las infraestructuras, ese asunto siempre pendiente en una provincia sin autovía libre de peaje con Sevilla, siempre están ahí, en el discurso de los políticos. Por eso la ministra de Fomento, Ana Pastor, decidió un día regresar al futuro al anunciar que en 2017, es decir, en la próxima legislatura, no se renovará la concesión de la autopista AP-4 Sevilla-Cádiz y esta última podrá por fin ver cumplido su sueño de unirse sin peajes. Siempre que se cumpla antes el sueño de la ministra o se lo conceda quien le suceda.

Así, entre sueños y pesadillas que son ya como de la familia, transcurre un año en el que hay pocas realidades a las que agarrarse para tomar impulso. Pero están ahí, en los emprendedores, en los políticos que empeñan su palabra en pagar a los pequeños proveedores, en las instituciones que, como la Diputación, han dado un balón de oxígeno a algunos ayuntamientos asfixiados por el impago de nóminas y, por encima de todo, en las miles de personas anónimas que siguen creyendo que Cádiz cuenta con suficientes atractivos como para ocupar un sitio distinto al que le ha colocado el destino. Porque no olvidemos que el destino, el futuro, depende en gran parte de nosotros mismos. El error pudo ser creer que 2012 era estación término y no de paso, que las fechas y no las personas cambian las sociedades.

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