Andalucía

La gran cantera andaluza de Radio La Pirenaica

  • Radio España Independiente recibió más de 15.000 cartas de oyentes que ahora un libro ha recuperado

La correspondencia ajena es privada. Leer un whatsapp o un e-mail por encima del hombro del receptor es una falta de educación. Lo mismo sucedía con las cartas cuando el interior del sobre todavía escondía algo más que facturas y cupones de supermercado. Las líneas estaban escritas sólo para los ojos del destinatario. En circunstancias normales. Cuando las cartas se convierten en la única forma de denunciar la injusticia y la represión, el objetivo es conseguir la máxima difusión posible para las palabras. Por eso todas las misivas encontradas en el archivo histórico del Partido Comunista de España (PCE) tenían un mismo destino: Radio España Independiente, La Pirenaica.

Entre 1941 y 1977, la emisora fundada clandestinamente en un sótano de Moscú por el PCE recibió más de 15.000 cartas que se convirtieron en "la primera depositaria de la memoria histórica del antifranquismo". Son el testimonio de la España surgida tras la derrota republicana de la Guerra Civil con el que la periodista cultural Rosario Fontova y el catedrático de Comunicación Audiovisual Armand Balsebre toparon "un poco por casualidad" cuando la primera preparaba un libro sobre la historia de la cárcel Modelo de Barcelona. Para ello tuvo que consultar el archivo histórico del PCE, donde las encargadas le mostraron "un tesoro documental extraordinario". Aunque las cartas eran "parcialmente conocidas", su importancia, según Balsebre, "había sido minusvalorada". Por esa razón , movidos por la curiosudad y el olfato periodístico, decidieron desempolvarlas y analizar su contenido. El resultado lo han recogido en el libro Las cartas de La Pirenaica. Memoria del antifranquismo(Cátedra, 2014), "un homenaje a las víctimas del franquismo que nunca tuvieron otro altavoz que el de La Pirenaica para dejar testimonio de sus biografías y sus ideas".

"Escribir a La Pirenaica fue durante muchos años la única forma de militancia antifranquista para dos generaciones de españoles que tuvieron todo prohibido (el acceso a la educación, al trabajo...) por ser rojos", explica Fontova. Denuncias contra la esclavitud laboral, listas de chivatos de la policía, quejas angustiadas de padres que no tenían qué dar de comer a sus hijos, lloros de esposas que despedían a sus maridos antes de partir al extranjero en busca de trabajo, el rechazo hacia las bases estadounidenses en España, las revueltas mineras... Las cartas de La Pirenaica, a las que Pilar Aragón, alias de Josefina López Sanmartín, se encargaba de poner voz, dibujaron un retrato íntimo de la vida de los españoles más golpeados por la posguerra. Manuel Delgado Torrecilla, de Alcalá de Guadaíra, (Sevilla), transcribió una conversación entre dos mujeres que había escuchado en la calle. Comentaban que no tenían qué preparar de cenar. Ya que "no se podían hacer dos comidas", una pondría en la mesa pan y café, y la otra pan con tomate. Como él, muchos de los autores eran andaluces deseosos de compartir con sus compañeros de ideología y penurias su día a día, y, así, cerciorarse de que no estaban solos. Las anécdotas más sencillas se intercalaban con denuncias de catástrofes que parecían formar parte de la rutina de las poblaciones más desamparadas. El granadino Juan Rodríguez lamentaba el temporal que había azotado a "las tierras del hambre, mi querida Andalucía", que llegó a la región para "llenar el vaso de las desgracias". Para Fontova, Andalucía consiguió convertirse en "la gran cantera de Radio España Independiente".

A pesar de buscar un altavoz para sus palabras, había miradas de las que las misivas debían guardarse. Hasta llegar a Moscú, y más tarde a Bucarest, donde se reubicó la estación comunista, debían sortear el control del régimen de Franco. Las cartas llegaban a la radio dirigida por Dolores Ibárruri, Pasionaria, a través de las sedes del periódico comunista francés L'Humanité y de la Revista Internacional, en Praga, desde donde el PCE se aseguraba de que el destinatario fuera realmente la emisora. No era la única táctica a la que los oyentes tenían que recurrir para salvaguardar su anonimato. Los seudónimos, los textos en clave y la tinta invisible eran la norma. En una carta fechada en 1964, un sevillano se dirigía a su amigo Manolo para contarle los detalles de la Feria de Abril de ese año. El reverso de la carta, sin embargo, ocultaba una historia muy distinta: empleando tinta de limón y un palillo, el autor informaba a la estación radiofónica de la huelga que los mineros de Riotinto mantenían desde hacía días. Otros optaban por emplear diferentes caligrafías en sus escritos. Hubo quienes llegaron a utilizar guantes con el fin de que no se traspasaran sus huellas dactilares al papel.

No obstante, algunas de las cartas resultaron ilegibles para todos, franquistas y comunistas. De los 15.429 documentos encontrados, el 3% fue imposible de leer. Las palabras separadas a destiempo y las abundantes faltas de ortografía nublaban los párrafos. Manuel Timonel, de Morón de la Frontera, Sevilla, alababa como podía a la REI, que, aunque debían escucharla a escondidas por miedo a represalias, la estación se había transformado en "hesa emisora que es para los españoles antifranquistas como el oxijeno que respiramos para nuestros pusmones". Desde Mallorca, J.V.R. relataba su jornada de descanso en la "plalla" y se escandalizaba con "los estranjeros" porque "bi cosas que no se podían ber". "Era una bergüensa".

Campesinos y obreros que denunciaban a capataces y alcaldes, guerrilleros y militantes del Partido Comunista, amas de casa que narraban las estrecheces de la subsistencia doméstica, emigrantes y exiliados que deseaban mantener el contacto con el país que abandonaron, "católicos verdaderos, no como Franco", estudiantes y niños. Los vencidos de la Guerra Civil abrieron una mirilla al pasado con sus cartas a La Pirenaica. Gracias a las referencias geográficas que facilitaban los oyentes, se han podido localizar fosas comunes a lo largo y ancho de toda España. Los datos relacionados con acontecimientos comprobables, como asesinatos y violaciones, han sido contrastados por Fontova y Balsebre, que viajaron allá donde fuera necesario para corroborar las informaciones. Los autores han puesto fin a la leyenda de las cartas de La Pirenaica para dejar paso a la Historia.

Para Jota-siete, de Jerez de la Frontera, "la gloriosa pirenaica actúa de Faro en esta región de tinieblas que es España. Ella es nuestra guía diaria en nuestra lucha por una España más justa y nosotros vivimos por el aliento que de ella nos llega". Para los autores del libro, La Pirenaica fue el altavoz de los hombres y mujeres sin voz. "Las cartas narran las hazañas de los héroes anónimos de La Pirenaica, y, por eso, nuestro libro es un homenaje a todos ellos".

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