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Andalucía

La UME se adiestra para intervenir tras un maremoto en Andalucía

  • El Batallón de Intervención de Emergencias II, con base en Morón se ejercita en Cádiz antes de cambiar de escenario a Huelva

El cineasta Cecil B. DeMille afirmaba: "Las películas deben empezar con un terremoto e ir creciendo en acción". DeMille estaría encantado hoy. El paisaje por donde se despliegan los miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) no sólo ha sufrido un seísmo, sino un maremoto posterior.

Los sismólogos afirman que este tipo de debacles se produce en el Sur de la Península Ibérica cuando acaece un terremoto de nivel 7 o superior en la escala Richter, con epicentro bajo el mar y la distancia entre éste ultimo y el hipocentro (foco de generación en la corteza interior terrestre) es inferior a 60 kilómetros.

Peor aún. Los científicos tienen motivos para aseverar que "el período de retorno" -la repetición cíclica de tales catástrofes- sucede cada tres siglos y medio, década arriba o abajo. En la costa andaluza, el último se dio en 1755, arrasó las costas de Cádiz y Huelva y causó 1.275 víctimas mortales. En Sevilla hubo nueve.

Sin embargo, el escenario de destrucción por el cual se adentran ahora los integrantes del 2º Batallón de Intervención en Emergencias (BIEM-II), además de un grupo de expertos en Protección Civil de Andalucía y miembros de Cruz Roja; no ha sufrido una catástrofe real. Se trata de un lugar llamado paradójicamente Dehesa de la Carne, sito en el perímetro del Centro de Formación de Tropa-2 (CEFOT-2), del Ejército de Tierra en San Fernando.

Varios edificios de una antigua batería costera reproducen aquí, a las mil maravillas un paisaje posapocalíptico. El sitio idóneo para ejercitarse todo tipo de intervenciones en emergencias por causas sísmicas: desde la búsqueda de supervivientes y cadáveres sepultados con perros adiestrados, hasta rescates en vertical, rastreo zonas inundadas y apuntalamientos de bienes culturales.

El BIEM-II ha necesitado poco más de dos horas para llegar desde Morón de la Frontera hasta este lugar y establecer un puesto de observación y control.

Ese tiempo incluye el viaje de un primer convoy, integrado por un Uro-Vamtac y dos todoterrenos Aníbal, y el alzado de una tienda modular polivalente T-I4S, de 54 m² de superficie. Al poco, comienzan llegan otros 27 vehículos de intervención más, hasta desplegar en zona a 130 militares, bajo mando directo del propio jefe del batallón, teniente coronel Isaac López García.

Bajo la carpa de ese puesto de mando avanzado se desarrolla una reunión entre los militares y los expertos andaluces de Protección Civil y Cruz Roja. Los uniformados explican a su contraparte civil las actuaciones que piensan realizar y a las que los referidos especialistas han sido invitados como observadores.

Tras ese encuentro comienzan los trabajos. La UME debe afrontar retos en dos escenarios distintos. En el terrestre, la devastación ha alcanzado el nivel 5 (muy fuerte) en la escala Sieberg de intensidad de maremotos. El otro ámbito consiste en la zona cubierta de agua más allá de la ribera marina y denominada cota máxima de inundación (la que queda anegada después que el maremoto culmine su incursión en tierra).

Esa área líquida resulta peligrosa, pues oculta ruinas de edificaciones, árboles abatidos, carrocerías de vehículos destrozados... En definitiva, decenas de obstáculos aguzados, metálicos o sólidos, que pueden rajar los flotadores de las lanchas neumáticas de socorro.

La primera misión de los miembros de la UME consiste en un reconocimiento mediante kayaks de casco rígido. Estos exploradores, que son al tiempo buceadores, examinan, despejan y abren un canal seguro hasta tierra firme. Un rumbo que seguirán luego, las lanchas semirrígidas y neumáticas, para arribar con el resto del equipamiento.

Sobre el escenario terrestre, las actuaciones son variadas, aunque casi todas cuentan con apoyo de medios sofisticados. De hecho, una de las primeras cosas que hace el BIEM-II es activar al "fantasma". O sea, poner en vuelo a un Phantom 2, un dron tetrarrotor provisto de cámara GoPro/Black Edition, y con autonomía mínima de vuelo de media hora. Este ingenio dispone de sistema de posicionamiento global -que le permite seguir rutas previamente cargadas, si fuera necesario- y compás de estabilización para mantenerse estacionario sobre un punto fijo, corrigiendo derivas por viento.

El aerodino está radiodirigido y, según configuraciones, puede ser enviado hasta un kilómetro de distancia de la posición de su controlador terrestre. Lo usual es operarlo con visión directa sobre el objetivo (un máximo de 300 metros). El aparato ayuda a asignar objetivos a los miembros del BIEM-II e incluso graba el desarrollo de sus tareas. Una de estas será perforar un muro de hormigón, para acceder al interior de una edificación, cegada por los derrumbes.

Los hombres de la UME acotan primero un perímetro de seguridad. Luego, un binomio de zapadores entra en zona, provisto de una sierra rotatoria especial y comienzan a cortar una placa del muro. En circunstancias reales, la operación conlleva aparejado el riesgo de sajar algún conducto activo eléctrico o de gas. Más que un corte, se trata de una operación quirúrgica practicada con una radial de doble hoja en carburo de wolframio, enfriada continuamente con refrigerante, para atenuar la fricción y evitar chispas.

En un punto distinto, otro equipo ancla un trípode de aluminio sistema vortex, para acometer un rescate vertical en un espacio confinado, cuyo interior se sospecha contaminado por gases.

Previamente, los militares han abierto un acceso a través de la techumbre. Ese hueco mide apenas 70 x70 centímetros. Tan exiguo resulta que el rescatador no puede pasar cargando la botella de aire de su equipo respirador, la cual desciende suspendida y enganchada a la línea de cuerda, encima suya. En un último escenario, otro equipo usa un trípode polivalente para un rescate sobre un talud en caída vertical de gran altura.

Los uniformes anaranjados de estos militares lucen una curiosa inscripción: Rescate/USAR. Ese detalle tiene importancia. USAR es el acrónimo inglés para Búsqueda y Rescate en Espacio Urbano (menos de treinta equipos en todo el mundo actualmente). Las USAR son unidades de creación reciente y han sido certificadas para trabajar en catástrofes sismológicas en cualquier rincón del planeta.

Años atrás, la ONU detectó que los grupos voluntarios, llegados a un país afectado por un terremoto para realizar rescates, tenían indiscutible buena voluntad, aunque carecían del material preciso. Eso reducía notablemente utilidad sobre el terreno.

Naciones Unidas creó un Grupo Consultor Internacional de Búsqueda y Rescate Urbano, que definió los requisitos de este tipo de operaciones (conocidos como normas Insarag, acrónimo anglosajón de dicho ente).

Se debe superar un riguroso proceso de dos años de evaluación y homologación internacional para acceder a la capacidad USAR y actuar de forma autosuficiente y con técnicas homogéneas en cualquier parte del globo.

El BIEM-II, destacado en Sevilla, posee dicha calificación, de la cual adolecen otros batallones militares. Es otro hito de la UME que, este mes cumple precisamente su décimo aniversario.

Estos adiestramientos tras catástrofes sísmicas saltarán ahora a Huelva, elevando el nivel del ejercicio a la fase gamma (la más alta), pues se recrearán intervenciones en complejos industriales de especial riesgo.

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