Los días imaginados

El tercer paso de San Benito

  • En marzo de 1966, el cardenal Bueno Monreal bendijo la imagen del Cristo de la Sangre, de San Benito. Era el gran crucificado de Francisco Buiza para la Semana Santa sevillana.

TESTIGOS presenciales cuentan que a Francisco Buiza le costó sangre, además de sudor y lágrimas, terminar a tiempo el Cristo de la Sangre para la cofradía de San Benito. Se había comprometido con el hermano mayor, Manuel Ponce, para que el Crucificado pudiera ser bendecido a principios de marzo de 1966. Cuando todavía la imagen no estaba ensamblada, Buiza sufrió un accidente de tráfico. Circulaba en moto y, a consecuencia del golpe, sufrió heridas que le obligaban a guardar reposo y dificultaban que pudiera entregar su Cristo en la fecha prevista.

Como no quería incumplir lo acordado, llamó a Luis Álvarez Duarte, que había sido su discípulo y había trabajado con él en su taller de la Casa de los Artistas, para que junto a Jesús Santos Calero, hijo del imaginero Sebastián Santos, le ayudaran a ensamblarlo. Así lo hicieron. El 6 de marzo de 1966 el Cristo de la Sangre fue bendecido por el cardenal Bueno Monreal. Días antes era expuesto en el patio del cuartel de la Policía Armada, en la Alameda de Hércules.

El Martes Santo de 1967 salió por vez primera a las calles de Sevilla. Hoy es difícil de imaginar aquel día tan grande para la cofradía de San Benito. El hermano mayor, Manuel Ponce, estaba radiante porque se cumplía un gran sueño. Aquella junta que presidía este legendario hermano mayor, con la colaboración del patrocinio que le brindaba la Policía Armada, con su coronel jefe, Manuel Hita, había dotado a la cofradía de San Benito de un nuevo Cristo de la Sangre, recuperando el título del que tuvo en otros siglos, cuando radicaba en Triana. Y, además de dos pasos nuevos, para la nueva imagen y para el misterio de la Presentación al pueblo, realizados por el tallista Antonio Martín, con ebanistería de Bailac y figuras complementarias de Francisco Buiza. Un año después, en 1968, estos dos pasos salieron ya dorados.

A ello se sumaría, en 1971, una corona de oro de ley, realizada por Fernando Marmolejo, para la Virgen de la Encarnación, que ya tenía un gran paso, con excelentes bordados de Juan Manuel Rodríguez Ojeda en su palio.

La Virgen de la Encarnación es la Palomita de Triana renacida, que sobrevivió al tiempo y al espacio, para echar unas nuevas raíces en San Benito. Desde 1929, Ella seguía, en su paso, al misterio de la Presentación al Pueblo, sin duda una de las mejores obras artísticas de Antonio Castillo Lastrucci, que por sí misma bastaría para consolidarlo como un gran imaginero, capaz de dotar de una nueva dinámica y otra escenografía a la composición de las imágenes secundarias. Presentado en San Benito, el Señor de la Calzada iba cada Martes Santo por su puente, que perdimos, al encuentro con la Sevilla de siempre.

Faltaba, sin embargo, el Cristo de la Sangre. Hace 50 años era bendecido uno de los mejores crucificados sevillanos del siglo XX, el gran Crucificado que Francisco Buiza le entregó a Sevilla. Se destacó entonces que el imaginero de Carmona había plasmado su gran admiración por el Cristo del Amor en los rasgos que le imprimió al Crucificado de San Benito. Pero sin ser una copia, ni siquiera una imitación.

En ese Cristo nuevo se reflejaba la sangre, el sudor y las lágrimas de su autor, un imaginero que puso en El todo su amor. El destino estuvo a punto de truncarlo, en aquel accidente de tráfico, pero le brindó una segunda oportunidad. Y Francisco Buiza la supo aprovechar. Cada Martes Santo, ya sin puente, cuando vemos en la Calzada al Cristo de la Sangre, nos reencontramos con ese gran legado que perdura en San Benito. Medio siglo después.

Tags

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios