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La Semana Santa más planificada

  • Las cofradías consolidan sus señas de identidad propia en la música, las flores, el vestir y hasta los itinerarios. Las cuadrillas de costaleros demostraron que van sobradas de fuerza.

LA estética de la Semana Santa muestra una clara tendencia a consolidar unas señas de identidad propias de cada cofradía. Tienden a verse en todos sus aspectos formales. Afecta incluso a los itinerarios. Lo del camino más corto ha pasado a la historia. Sólo lo mantienen San Isidoro y el Santo Entierro. Por el contrario, se buscan escenarios urbanos más adecuados. El público suele ser sensible y responde a la novedad. Este año hemos tenido algunos cambios que parecen acertados, como el regreso del Museo por Castelar, Molviedro y Doña Guiomar, el de ida de San Esteban por San Leandro y la plaza del Cristo de Burgos, o la ampliación forzada del Silencio por el Angostillo de San Andrés y después por San Miguel y Jesús del Gran Poder. También se han consolidado cambios acertados de otros años aún recientes, como los que hicieron Las Penas de San Vicente y Los Negritos por las esquinas de San José; La Mortaja por el entorno de San Martín y San Andrés; o La O por Temprado y la Carretería. Las cuadrillas de hermanos costaleros han rendido a un nivel alto esta Semana Santa, sobre todo en los días de lluvia. El Domingo de Ramos estuvieron impresionantes las dos cuadrillas de La Amargura, andando todavía más y mejor, lo que ya era difícil. Las de La Paz, Hiniesta y La Estrella también derrocharon fuerza para evitar el chaparrón. También hicieron grandes esfuerzos en El Cerro, San Esteban y San Benito.

En los días soleados, se ha apreciado que los pasos van sobrados. Más ensayado que en los tiempos de los profesionales, sí, pero ya sin nada que envidiar, aparte de la nostalgia de la historia. Hay capataces que siguen ahí, en plena forma, como Antonio Santiago, los Villanueva y los Ariza, que continúan el legado de los antiguos profesionales, incluso con sus dinastías. Ésta es la vieja escuela actualizada. Pero también hay muchos capataces hermanos, incluso de una cofradía, o que ya se limitan a la suya, como Alejandro Ollero, que son maestros en el oficio. No hay problemas de costaleros ni de capataces, a diferencia de otros tiempos no tan lejanos.

En la música asimismo se nota que todo se ha ensayado. Estamos a punto de certificar la defunción de las llamadas bandas de cornetas y tambores. Como tales apenas sobreviven la Centuria Macarena (a la que echaron de San Roque, todo un detalle) y Esencia, que sigue los principios fundamentales, pero algo más modernizados. Al público le encantan esas composiciones trabajadísimas que ponen en escena Tres Caídas y Cigarreras, en las que además de las cornetas antiguas entran otros instrumentos de metal. A tenor de estos intrumentos y su uso, apenas se diferencian de las agrupaciones musicales. Sin duda, resulta espectacular y no le discuto el mérito, pero del redoble del tambor y la sencillez de la corneta no queda casi nada reconocible. Otras como Sol y Presentación están en la frontera de lo de antes y lo de ahora. Mientras las agrupaciones musicales, como Redención y Santa María de los Reyes, se llevan al público allá donde toquen. Frente a esto, que a veces cae en dinámicas raras, contrastan los pitos y la Escolanía de María Auxiliadora en la Mortaja y el Cristo de la Humildad y Paciencia. Aunque, por supuesto, no provocan bullas en sus entornos.

La música de palio está en lo suyo, mezclando marchas de siempre. El nivel de las bandas es muy bueno. A Tejera la han especializado como fúnebre, igual que a la de Alcalá de Guadaíra. Y la Oliva de Salteras es la más versátil. Pero aquí, salvo excepciones muy mínimas, todas las que salen son buenas bandas, y algunas, como la Municipal de Mairena del Alcor, hacen un esfuerzo que se nota. Carmen de Salteras, Cigarreras de palio, Cruz Roja y muchas más ofrecen garantías de fiabilidad. Se toca lo clásico, y lo de Abel Moreno, lo de Marvizón, lo de David Hurtado… Casi todo reconocible.

En el exorno floral, también se marcan los estilos propios de cada cofradía. Vimos pasos inalterables, con su sello inconfundible, caso de los del Silencio, la Amargura, la Macarena o el Calvario. En general, van a menos los claveles y a más (y mejor) las rosas. En los pasos de Cristo, además de calvarios silvestres, muy estéticos, han salido el monte de rosas rojas con espinos del Cristo de la Fundación y el monte de crisantemos granates con espinos del Cristo de la Sed, ambos impactantes.

En los palios, se han mezclado flores de colores diferentes, especialmente en el de las Angustias de los Gitanos, basado en las flores de sus bordados, según decían. Otros pasos exóticos, con mezclas han sido los de la Esperanza de Triana, la O y la Virgen de los Ángeles. Variedades de rosas diferentes y conjuntadas en Guadalupe, y muchas rosas, peonias, rositas de pitiminí y todo tipo de flores, en general bien combinadas. Aunque mezclar orquídeas con rosas muy achampanadas es más discutible. Casi todos los palios iban bien, la lista sería larga. Ya ningún paso lleva esas antiguas esquinas de gladiolazos que daban sensación de selva. La mejoría es evidente.

Y en el vestir de las imágenes, pasa igual que con los capataces. Hay profesionales y hermanos de una sola cofradía. Se va buscando el estilo de cada Virgen, en unos casos con más acierto que en otros. Es el tiempo de Grande de León, que como Bejarano ha marcado renovaciones. Dio que hablar la saya del Socorro. Y sigue en su acertada línea la Esperanza de Triana. Aquí hay de todo, desde recreaciones a invenciones. Tenemos una Semana Santa que ha evolucionado a cuidar al máximo los detalles. Se ha perdido espontaneidad, porque todo está planificado.

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