Manuel Llanes. Director artístico de espacios escénicos de la Junta

"En abril celebraremos el 20 aniversario del Central con jornadas de puertas abiertas"

  • Israel Galván y Wayne McGregor son dos de las grandes apuestas con las que el escenario de la Isla de la Cartuja afronta esta efeméride · Coproducir con otros teatros, su reto para la próxima década

El Teatro Central cumple dos décadas el próximo mes de abril. Construido por el arquitecto Gerardo Alaya, este recinto que durante la Exposición Universal acogió a figuras como Tom Waits y Bob Wilson, o como los británicos DV8 Physical Theatre, se inauguró el 20 de abril de 1992 con La gallarda de Rafael Alberti, un ambicioso ballet teatral dirigido por Miguel Narros y cuyo elenco encabezaban Ana Belén y Montserrat Caballé. Entonces, como hoy, la responsabilidad de su programación recaía en el granadino Manuel Llanes, que en su diseño para esta temporada ha recuperado a creadores vinculados a la historia del escenario más polivalente de la ciudad. Algunos de ellos, como Alfredo Sanzol, Jan Fabre o Édouard Lock, ya han mostrado sus últimos trabajos; otros, como el coreógrafo británico Wayne McGregor, están muy próximos.

-¿Qué estrenos destacaría de entre los que ha preparado para celebrar el 20 aniversario?

-Del ecuador de la temporada destaco dos. Por la ilusión y también por el esfuerzo, porque llevo casi dos años gestándola, la visita de la compañía Schaubühne de Berlín que dirigen el alemán Falk Richter y la holandesa Anouk Van Dijkz (los próximos sábado 18 y domingo 19) con un montaje sobre la crisis, los mercados y la cola de despidos que han titulado Protect me. Ellos son, junto a Israel Galván, que actuará una semana después (días 24 y 25), dos de los programas emblemáticos de esta efeméride. Otro plato fuerte será la llegada el 11 y 12 de mayo de Wayne McGregor, el primer coreógrafo de danza contemporánea residente en el Royal Ballet de Londres. Había venido sólo una vez y por una noche. Ahora acude con los diez bailarines de su compañía, Ram, a presentar su última trabajo, Far.

-Eso en cuanto a la danza. ¿Cuáles son las apuestas teatrales?

-Tengo también muchísima esperanza, entre las creaciones nacionales, por un montaje que, como La función por hacer, surgió de las sesiones golfas del Teatro Lara y ahora ha sido recuperado por el Centro Dramático Nacional. Es Contracciones de Mike Bartlett, un espectáculo sobre el acoso laboral entre dos mujeres, la ejecutiva y la subordinada. Es espeluznante este texto sobre el sometimiento del trabajador por el miedo a perder su puesto. Otra propuesta llena de riesgo tanto en su discurso como en su puesta en escena es Grooming, que traerá el Teatro de la Abadía y cuyo texto firma el almeriense Paco Becerra. Parece como si José Luis Gómez, su director, hubiera vuelto a sus orígenes. Es un espectáculo arrollador sobre el acoso cibernético a menores con un texto brutal de este andaluz que fue Premio Nacional de Literatura Dramática y del que aquí vimos La paz perpetua.

-Los grandes teatros europeos, como el Real de Madrid, para el que Israel Galván prepara un montaje sobre el Holocausto dirigido por Pedro G. Romero, se han rendido al talento del sevillano. ¿Qué le seduce de su figura y del montaje que presenta este mes en el Central?

-Cuando me preguntan en mis viajes por el extranjero qué compañía de danza contemporánea importante hay en España siempre hablo de Israel Galván porque nos demuestra que, partiendo de nuestro propio discurso flamenco, se puede hacer una danza contemporánea que no tiene nada que envidiar a las grandes compañías belgas. En el espectáculo que traerá, La curva, se acompaña de una pianista, Sylvie Courvoisier, así como de la cantaora lebrijana Inés Bacán y el compás de Bobote. Israel Galván es el artista que más nos representa en esa primera división de festivales y espacios teatrales que no se plantean programar flamenco pero que descubren con él un discurso único equiparable a Les Ballets C de la B y a Rosas. El Festival de Aviñón no piensa en otra compañía porque, para ellos, Israel Galván es la danza española de hoy con mayúsculas, un creador con sello propio. La curva es una visualización de Israel dentro del marco en el que habitualmente está bailando en los grandes teatros internacionales.

-El público es una de las grandes bazas de este proyecto, que ha fidelizado con ideas pioneras como la Tarjeta Amigo. ¿Cómo piensa sumarle a esta efeméride?

-En abril habrá unas visitas muy especiales programadas para público, colegios, para quien quiera. Un mes de puertas abiertas con actividades muy diversas que descubrirán todos los rincones y posibilidades de este teatro.

-Si tuviera que hacer balance de estas dos décadas, ¿qué destacaría?

-Yo llegué a la Expo 92 con la idea de hacer una programación sin complejos desde la dirección de este teatro. Muchos dudaban que fuera a haber público pero yo tenía claro que lo mismo que gusta a un espectador de París o Singapur puede interesar al público sevillano. No somos diferentes. Que una programación coherente dedicada a la contemporaneidad tenga éxito depende en buena medida de que crees la confianza y sigas manteniendo la oferta. Primero demuestras que el público existe y poco a poco lo vas ampliando. Estoy orgulloso de la aportación del Central a la normalización de la oferta escénica de la ciudad. Antes de la Expo 92 el área escénica contemporánea estaba desatendida. Había además que romper las fronteras de la ciudad y permitir que tanto el público como los profesionales tuvieran información de lo que se hacía afuera en este campo. Tras un paréntesis posterior a la Expo, abrimos el Teatro Central en octubre de 1995 con Patrick Chereau, cuyo montaje En la soledad de los campos de algodón atrajo a unas 100 personas. Tras 17 años de programación ininterrumpida, si ahora llegara Chereau o gente como Wim Wandekeybus, llenaríamos toda la sala.

-Muchas compañías, como Animalario, suelen recalcar en cada visita su querencia por este espacio, donde han mostrado la mayoría de sus creaciones. ¿Cuándo tendrá el Central una compañía residente o coproducirá con otros teatros?

-Una compañía residente necesitaría un espacio más porque tendría que trabajar y ensayar durante dos o tres meses. Hay compañías como Histrión o Teatro del Velador, y bailarines como Guillermo Weickert o Juan Luis Matilla, que están muy vinculados a la historia del Central. Yo me considero un intermediario entre público y artista, y viceversa. Me gustaría pensar que el Central ha ayudado a abrir posibilidades de encuentro entre los propios creadores; propiciar, por ejemplo, que Histrión y Veronese trabajaran juntos. Creo que el siguiente paso que debería dar el Teatro Central es el de las coproducciones nacionales e internacionales, implicando a directores como Mario Gas, Andrés Lima o Lluís Pasqual. Conseguir que mezclaran actores suyos y andaluces y coproducir con el Teatro Español, con el Lliure y los grandes centros es algo que sería posible. Así se construye la Europa de los artistas. En danza, creo que tampoco sería tan difícil que un coreógrafo como Sidi Larbi viniera unos meses a Sevilla y desarrollara un proyecto con alguien del flamenco.

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