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Cultura

El retrato en la edición "más sevillana" de la Escuela de Barroco

  • Gabriele Finaldi analiza la aportación de Murillo al género en su ponencia inaugural

Precedida por una gran expectación, con más público adulto y menos estudiantes veinteañeros que otros años, arrancó ayer en la iglesia del Hospital de los Venerables la Escuela de Barroco que organizan la Fundación Focus y la Universidad Internacional Mendéndez Pelayo. Antonio Miguel Bernal Rodríguez, catedrático de Historia de la Universidad de Sevilla, destacó en la presentación de este encuentro científico que "por su temática, por las figuras que serán objeto de análisis y por coincidir con la exposición, ésta es la edición más sevillana de la Escuela hasta la fecha".

El director del curso, Gabriele Finaldi, máximo responsable de conservación e investigación del Museo del Prado, tituló precisamente Murillo y Justino de Neve, una amistad artística la conferencia inaugural, que aprovechó para ahondar en los contenidos de la muestra que él ha comisariado y que puede verse ahora en los Venerables. "Murillo nombró a Justino de Neve albacea de su testamento, lo que demuestra que su amistad, que dio frutos artísticos de extraordinaria calidad, era de carácter personal", contextualizó antes de analizar los dos lienzos que inmortalizan esa asociación: el retrato que de Justino pintó Murillo siguiendo modelos formales usados para cardenales -como el grabado que Michel Lasne hizo de Mazarino o el célebre cuadro del Cardenal Fernando Niño de Guevara de El Greco- y el autorretrato en el que, hacia 1670, el pintor sevillano se plasma siguiendo el juego visual barroco del cuadro en el interior del cuadro, "con la figura cobrando vida al sacar la mano fuera del marco", y que Finaldi equiparó en calidad al autorretrato que Velázquez -a quien Murillo debió conocer en Madrid en los años 50- había introducido cuatro años antes en Las Meninas.

Murillo viajó poco, pero su cultura artística era "de extraordinaria amplitud", continuó el orador, y no es extraño que De Neve le encargara las obras principales con las que Sevilla se sumó a las fiestas que por toda España celebraron la promulgación de la bula de la Inmaculada Concepción. Entre 1662 y 1665, Murillo pintó cuatro cuadros para la nave central de Santa María la Blanca, la antigua sinagoga cuya remodelación costeó Justino, y de los que Sevilla exhibe ahora el medio punto El sueño del Patricio, propiedad del Prado. En el grandioso retablo efímero que en 1665 se instaló al aire libre frente a dicha iglesia para los festejos marianos hubo otros tres murillos procedentes de la colección personal de Neve. Entre ellos, la Inmaculada que, a la muerte de Justino, adquirieron Los Venerables y donde permaneció más de un siglo, hasta que en 1813 el funesto mariscal Soult expolió la iglesia y se llevó el lienzo enrollado a París dejando atrás el soberbio marco de Bernardo Simón de Pineda que estos días la acoge de nuevo.

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