Cultura

Las cadencias del color

  • Rodríguez Silva explora sugerentes campos cromáticos en su muestra de La Caja China

Aquí. Miguel Ángel Rodríguez Silva. Galería La Caja China (General Castaños, 30), Sevilla. Hasta el 19 de febrero.

El color es enigmático. Más que ofrecerse a la mirada, la envuelve. Así sucede con la música: no es posible escucharla sin sumergirse en ella. La recepción, en el caso del color, es aún más radical: el conocedor del lenguaje musical podrá distanciarse, reconocer y construir la obra mentalmente pero el color se resiste incluso a ser nombrado. La tinta, esto es, la cualidad por la que un verde es verde y un rojo es rojo, posee tal versatilidad de matices que parece fintar a la palabra identificadora. Esto no inquieta demasiado al espectador que, sencillamente, entrega al color su cuerpo.

Cuanto se acaba de decir no significa que una obra centrada exclusivamente en el color, como la que ahora presenta Miguel Ángel Rodríguez Silva (Olivares, Sevilla, 1960), pueda llamarse retiniana. Justamente por su carácter enigmático, el color da que pensar. Su visión estimula similitudes, despierta -como la magdalena de Proust- la memoria inconsciente, empuja a ensayar sentidos para esos desconcertantes campos cromáticos y mueve a interrogarse sobre qué clase de animales somos, incapaces de satisfacernos con la mera sensación. El color, alguien lo dijo, termina pensándose en nosotros.

Ésta es la clave de la muestra de Rodríguez Silva. La geometría, cultivada en otras ocasiones por el autor, se limita al rectángulo del cuadro. Todo lo demás se deja al color. Óleo y pigmento unidos generan variadas texturas: a veces son uniformes y otras forman surcos o leves diferencias de nivel, en una materia siempre fuerte llena de alusiones al tacto. Los soportes (aluminio y acero) dan tersura y brillantez a esta densa materia, resaltando su presencia, mientras el conjunto de la obra, por su instalación, tiñe de matices la sala, recordando que el color es luz. La exposición realiza cuanto promete: el espectador que quizá sólo entró para mirar se verá empujado a deambular por el color, dejándose tocar por él, como Barnett Newman buscaba que hicieran cuantos acudían a sus exposiciones. Son muchos los recorridos posibles porque la muestra encierra cadencias potencialmente muy diversas. Quizá no sea tan gratuita la asociación que algunos investigadores del color como John Gage trazan entre intensidades y alternancias cromáticas y las que se dan en la música. Como ésta puede culminar en el silencio, el visitante debe comprobarlo viendo el sorprendente políptico colgado en la oficina de la galería.

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