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Cultura

Ocaña: El arte es la vida

  • José Naranjo analiza en su recién premiada tesis la trayectoria de una figura de la contracultura de los 70. En Cantillana, su localidad natal, y en Sevilla, diversos actos lo recuerdan estos días.

Entre los alrededor de diez mil habitantes de Cantillana, en la provincia de Sevilla, a una treintena de kilómetros de la capital, José Pérez Ocaña fue siempre una persona querida, divertida, carismática, y además el raro del pueblo. Allí, antes de irse para que su personalidad pudiera madurar sin tener que excusarse o dar explicaciones, se ganó la vida arreglando tejados, echando peonadas en el campo, atendiendo cuatro chapuces de los vecinos que lo llamaban, como antes a su padre, por el mote de Patacán. Pintaba desde niño y hasta esa etapa se remonta su atracción irresistible hacia el mundo de las mujeres viejas, guardianas de las tradiciones populares: las vírgenes, las mantillas, las procesiones y las fiestas, la decoración de las carrozas y las calles... Esa iconografía, a la que él llamaba "los fetiches del niño", se la llevó a Barcelona y la fundió con la fauna humana de las Ramblas de los años 70, por lo general seres marginales entre los que se sentía a gusto. A eso ayudaba también el hecho de que tantas veces cantara -seguido por paseantes convertidos en espectadores casuales y por gente que iba ya avisada, portando cámaras fotográficas o de vídeo-, vestido de mujer folclórica, saetas, soleares, tangos, coplas desaforadas... El aire de su tierra y las huellas de la parte de él que tuvo que dejar atrás, en una performance casipermanentede la conciencia de la diferencia.

Ocaña fue uno de esos artistas que no logran encontrar un acomodo ni fácil ni completo en las plantillas mentales de su tiempo. Él, en concreto, quedó como flotando en el limbo espiritual-colectivo entre la negrura tardofranquista y la coloreada e institucionalizada esperanza de la Transición. Fue una figura contracultural, algo molesta para los partidos y las organizaciones sociales de izquierda; simpatizó siempre con aquella constelación de luchadores por las libertades civiles, pero su carácter rebelde y provocador, perfilado con el típico filoanarquismo sureño, forzaba demasiado la ortodoxia y el puritanismo -que nunca fue patrimonio de la derecha sino un vicio humano, universal- de la militancia oficial, debido sobre todo al modo radiante y desinhibido con que vivió su (homo)sexualidad. Muchas veces, además, sin saberlo él en realidad, fue algo muy parecido a un pionero en términos estrictamente creativos. Son algunos de los factores que explican el singular caso de Ocaña, persona de vida a ratos casi inverosímil y artista multidisciplinar avant la lettre. Una figura que ha llegado hasta hoy -31 años después de su muerte a los 36- siendo no sólo una figura de culto, prácticamente desconocido o sometido a lecturas sesgadas, sino también un outsider del canon institucional, de ese arte que goza del consenso de la crítica, la cual ha sospechado con frecuencia de la honda impronta de ingenuidad en su legado. Fue primitivo además de autodidacta, sí; pero ese mismo instinto conmovedor y vital que impulsó toda su obra lo llevó a vivir en persona todos esos enfoques que las sofisticadas teorías y obras posteriores defenderían: a grandes rasgos, la disolución de las fronteras entre el arte y la vida, no la Vida en general sino la de uno mismo.

Por considerar que todo esto lo ha contado de la manera más completa y exhaustiva hasta ahora José Naranjo Ferrari en su investigación Ocaña, artista y mito contracultural, el Centro de Estudios Andaluces le ha concedido recientemente a este artista y profesor de Bellas Artes de la Hispalense uno de los accésit del IX Premio Tesis Doctoral. Naranjo Ferrari nació en 1981 también en Cantillana, y la obra y la figura de Ocaña siempre habían revoloteado en su cabeza entre otros motivos porque a los chavales del instituto solían hablarles los profesores de ese paisano suyo, distinto, que se fue a Barcelona y a veces volvía en verano. "Además -cuenta Naranjo Ferrari- yo estudié en el colegio La Esperanza y allí él pintó un gran mural con toda su iconografía de las mujeres de Cantillana, una obra muy llamativa. Quizá por eso al menos en ese colegio mantenían un poco la llama de Ocaña y en actividades culturales, en el Día de Andalucía y esas cosas, te contaban su historia siempre un poco por encima, claro... Luego empecé Bellas Artes y fue entonces cuando me di cuenta de que Ocaña era mucho más de lo que nos presentaban en el pueblo".

Ya existía una tesina sobre el artista, pero de 1984 y además "la profundización era mínima y me dejaba todo el campo abierto", dice el profesor, que se propuso construir una visión mucho más amplia que abarcara la complejidad de una persona poliédrica, como todas, y él especialmente. "Ha quedado el personaje, el luchador por las libertades y el reconocimiento de los derechos de los homosexuales... Y esa figura ha distorsionado un poco al artista", afirma el autor, con el que han colaborado conocidos de Ocaña del mundillo artístico de la Barcelona de los 70, entre ellos Ventura Pons, director de la película de 1978 Ocaña, retrato intermintente, o el también sevillano emigradoa Barcelona Nazario, pintor, motor primigenio del cómic underground español, protagonista muy destacado del activismo contracultural de aquella época en la ciudad y uno de los amigos más íntimos de Ocaña.

"Cualquier acto cotidiano acabó siendo para él una forma de expresión artística porque su concepción del arte era así de amplia. Y ocurría que muchas veces él no sabía cómo llamar a lo que hacía", explica el investigador. Lo que sí sabía, al margen de no haber escuchado hablar en su vida de arte de acción o performático, es que lo hacía por algo. "Si Ocaña se lanza a eso es en parte porque ve la necesidad de dotar a su pintura de algo más. Porque ve que la pintura por sí sola no le valía. Ahí nació el personaje". Un personaje que no se preocupó nunca de documentar sus performances porque eso, sencillamente, entonces no lo hacía nadie que él conociera. "Los vídeos que hay de él en el Reina Sofía o en el Macba [el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona] no aparecen como obras de Ocaña, sino de quien grabara cada vídeo. Es decir, el Reina Sofía y el Macba lo que realmente están exponiendo y lo que quieren exponer es a Ocaña, pero él no consta como autor en los listados. En él todo era así, un poco fortuito, espontáneo. Y luego ya desarrollaba ideas o las fijaba de alguna manera".

Con el tiempo recobraría su grado de interés inicial por la pintura. "De Cantillana sale con una base mínima. Antes del servicio militar estuvo tentado de hacer Bellas Artes en Sevilla pero al final ni siquiera llegó a hacer la prueba de ingreso. Esa carencia la llevaba. Pero de repente en Barcelona conoce a gente joven que le presenta el arte más actual, las vanguardias del siglo XX. El fauvismo, Chagall, Matisse, Modigliani... Y ve que hay otra pintura mucho más personal y mucho más libre y se tira hacia allí de inmediato, porque además era muy astuto y en seguida empezó a decir que él no quería pintar bien ni dibujar bien sino basarse en su expresividad personal. Con ese atrevimiento suplió sus carencias formativas, rozando casi siempre lo naïf pero con su propia iconografía y sin circunscribirse a ningún ismo de la época".

Mientras tanto, haciendo lo que le gustaba y le salía, llegó a las instalaciones, aunque tampoco sabía que eso que él hacía se podía sistematizar y legitimar con un aparato teórico. "En las exposiciones no se limitaba a los cuadros. Una de las primeras que hizo importantes en Barcelona era de hecho una instalación en toda regla, él no lo llamaba así, él hablaba de los montajes de las exposiciones, pero eran instalaciones, hoy lo sabemos; lo que hizo fue trasladar su piso, todo el mobiliario, el ambiente de su vida diaria, a la galería durante toda la exposición. En otras montaba una caseta de Feria, un patio andaluz, una Cruz de Mayo... Le salía de forma natural. Y también porque aprendía rodeado de muchos intelectuales del momento. Nazario, por ejemplo, recuerda que le comentó una vez algo de un artista japonés, una cosa similar a lo que hizo un año después Ocaña al llevarse su casa a la galería".

El Ocaña que es algo más que el hombre excéntrico y libertario que iba por las Ramblas arriba y abajo "sigue siendo bastante desconocido" y aparece sólo de vez en cuando, en "intermitencias", lamenta Naranjo Ferrari, que espera que el artista encuentre "el lugar que merece" en la historia del arte español de las últimas décadas. Por lo pronto, como primeros pasos que el investigador desea que desemboquen en "algo más", en Cantillana, en el antiguo Hospital de Todos los Santos puede visitarse hasta el 2 de marzo la exposición Ocaña, pueblo adentro, en la que se muestran sobre todo lienzos y dibujos del artista que se conservan allí, la mayoría de ellas en manos de particulares, obras que él quiso regalar a algunos de sus antiguos vecinos; cuyo Ayuntamiento ultima, por cierto, el proyecto de un Museo Ocaña que quiere presentar a mitad de este mismo año, aunque de momento no hay fecha de apertura. En Sevilla, el próximo 6 de marzo, se inaugurará una cerámica en la Casa de las Sirenas para recordar la participación del artista en el primer carnaval de la Alameda, en 1979.

Si los finales importan, el de Ocaña estuvo a la altura de una vida en la que la normalidad -o lo que sea que genere un mínimo consenso sobre qué es la normalidad- quedó expulsada del juego. Que se tornó trágico, sin embargo, un día del mes de agosto de 1983. Ocaña estaba enfermo y había ido una temporada a Cantillana para descansar. El mal diagnosticado era una hepatitis; "mal curada", solía añadir él. En el pueblo era ya conocido, había salido en televisión, cada visita suya era "un acontecimiento". Para ese día le pidieron que organizara un teatro y un pasacalles para los niños y los jóvenes. Él acudió vestido de Sol, disfrazado con un traje de papel, tela y bengalas, y una chispa saltó al traje, lo que le provocó quemaduras no gravísimas por sí mismas, pero fatales para su organismo muy debilitado. A causa de complicaciones derivadas de ese desgraciado acciente, Ocaña, el hombre valiente, el artista de intuiciones salvajes y felices, murió días después, el 18 de septiembre.

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