Cultura

No es más que circo... pero ¡qué magnífico circo!

Se siente uno bien sabiendo que el Circo del Sol considera a Sevilla una de sus citas anuales. Varekai es el tercer espectáculo que aterriza en el Charco de la Pava y que viene de esta multinacional canadiense del circo que se ha convertido en la referencia cult de las artes circenses.

Con un estilo que permanece desde hace veinticinco años, cuando fue creado por Guy Laliberté y Daniel Gauthier, en el que se conjugan los números propios del circo con unas formas teatrales/operísticas y en las que el maquillaje, la peluquería y el vestuario adquieren un protagonismo notable, el Circo del Sol es, en la actualidad una gran empresa que mueve más de una docena de espectáculos por todo el mundo, algunos en gira y otros instalados permanentemente en Las Vegas.

Varekai, que significa Donde quiera en lengua romaní fue estrenada en 2002 y se sirve de la figura de Ícaro, el hombre que quiso volar, para contarnos una historia de amor y de renovación.

Pero, ciertamente, la referencia al mito griego es una excusa para asistir a catorce números circenses de primera categoría. Empezando, cómo no, por el fabuloso y precioso Vuelo de Ícaro interpretado por Mark Halasi.

Es tanta la expectación que rodea al Circo del Sol que hay que aclarar, de antemano, que lo que vamos a ver es, ni más ni menos, que circo. Con música en directo, con espectaculares juegos de luces, enmarcado en bellas escenografías y con maquinaria teatral ...pero, al fin y al cabo, puro circo.

Y esto es lo que vio anoche un abarratodo patio de butacas que jaleó, celebró y aplaudió todos y cada uno de los catorce actos de los que está compuesto Varekai. Las payasadas de Steven Bishop y Mooky Cornish, los malabares de Octavio Alegría, los juegos de Ícaro (acrobacia, juego y fuerza) en la que participan los únicos artistas españoles, los hermanos Santos, las correas aéreas de los gemelos Atherton o el solo de Dergin Tokmak sobre sus muletas son una muestra del nivel 12 sobre 10 de este bello espectáculo que sólo peca de una perfección casi olímpica y al que no le vendría mal cierta espontaneidad.

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