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El Thyssen malagueño presenta en Madrid su colección del siglo XIX

  • Más de medio centenar de obras, entre ellas algunas de Sorolla, Zuloaga y Romero de Torres, se exhiben esta semana en la capital como anticipo de la que será la mayor colección de arte costumbrista de España

Las salas Moneo del Museo Thyssen madrileño funcionan estos días como laboratorio de ideas. Alrededor de sus cuatro paredes, el relato de la historia del arte español del siglo XIX cobra forma y permite probar su discurso de cara a la inauguración esta primavera de la nueva pinacoteca en el Palacio de Villalón, en Málaga. Más de medio centenar de cuadros de las 230 obras que forman la colección -por la que negoció en vano el Ayuntamiento de Sevilla- se exhiben esta semana en la capital para deleite de periodistas y grupos concretos de visitas que tienen así el privilegio de asistir a un anticipo de la que será la mayor colección de arte costumbrista español que se pueda ver en el país.

"Así vemos cómo funciona y hasta qué punto resulta coherente", dice María López, directora del Museo Thyssen-Bornemisza de Málaga. Ante los medios de comunicación, la responsable hizo gala de su doctorado en Historia del Arte y de sus vastos conocimientos en pintura española del XIX y principios del XX. La inminente apertura del museo malagueño le produce una "enorme satisfacción", el mismo entusiasmo con el que ya ultima los discursos y recorridos "que van a guiar la colección". Las firmas que engrosan estos fondos incluyen algunos de los imprescindibles en este recorrido por la historia pictórica del país, como Sorolla, Romero de Torres, Carlos de Haes, Fortuny o Muñoz Degrain.

De los cuatro grandes géneros del siglo XIX, explicó, la pintura de Historia, "donde la mayoría de los cuadros formaban parte del Estado" y los retratos no figuran en estos fondos. Por contra, los paisajes y las costumbres de la época serán los que centren la visita a la colección permanente en el Palacio de Villalón. "Los paisajes desarrollan buena parte de los conceptos estéticos de esa época y en sus cuadros se puede ver la evolución del género desde el Romanticismo al Impresionismo", detalló López.

Desde la primera de las salas la provincia de Málaga saluda al visitante con el óleo Playa de Estepona con la vista del Peñón de Gibraltar, pintada por Fritz Bamberger en 1855. "Se pueden apreciar esos pequeños detalles pintorescos que quedan sobrepasados por la grandiosidad del paisaje", comenta la directora como nota común en la mayoría de los lienzos de esta primera sala.

El protagonismo del cielo en el lienzo de Eugenio Lucas Velázquez, así como la importancia que los artistas de la época otorgaban "a lo exótico y las costumbres" acerca al visitante una tendencia con gran reclamo fuera de las fronteras. Así, en la segunda sala la preponderancia del Romanticismo en España trasluce esa querencia por plasmar las tradiciones que hizo que las firmas españolas salieran del ocaso al que se vieron sometidas en el XVIII. "Por entonces España no era un destino interesante para viajar, por sus connotaciones bárbaras asociadas al bandolerismo", recuerda López. Pero episodios posteriores como la Guerra de la Independencia y otros factores añadidos provocaron la producción de una pintura "que recrea la identidad de las naciones que se están empezando a crear", añade la directora. Los lienzos de Dehodencq, artista francés residente en Sevilla, redundan en esta idea de plasmar costumbres como la Semana Santa o los toros. "Se empezó a crear un mercado muy abundante en el extranjero que reclamaba esta pintura", puntualiza. Un buen ejemplo de este discurso se encuentra en el cuadro La fuente de Reding de Guillermo Gómez Gil.

El paseo por este adelanto de la colección prosigue con Fortuny como nombre en mayúsculas que se encarga de marcar esa transición hacia las corrientes internacionales. "Él fue el gran fundador de la escuela de pintores españoles en Roma" y en torno a él fue surgiendo un grupo de artistas continuistas de su obra, entre ellos, su cuñado el también pintor Federico Madrazo. La tercera de las salas recibe el protagonismo de Sorolla con dos grandes lienzos, Vendiendo melones y Tocando la guitarra, que dan buena cuenta de ese puente hacia un paisaje más diluido donde las masas de color relegan cualquier otra visión. La pintura ya de fin de siglo tiene otro aliado, Aureliano de Beruete, "ligado a la Institución Libre de Enseñanza y a la Generación del 98". Otros dos lienzos de Sorolla, esta vez de gran formato vuelven a irrumpir junto a los de Muñoz Degrain y Regoyos y Valdés que ofrecen pinceladas de ese neoimpresionismo que llegaría a España a inicios del siglo XX, directamente importado de las vanguardias europeas.

Zuloaga firma aquí uno de los cuadros centrales de este avance de la colección permanente, Corrida de toros en Eibar, y, de nuevo, otra pincelada de tradición española. "Con estos temas Zuloaga conseguía distinguirse del resto de pintores de París", explica López. El gran formato que preside Coristas de Gutiérrez Solana (1927) permite leer esa "renovación formal en la pintura que se plasmó en los colores de Matisse, esa exuberancia cromática" que viene a ilustrar la temática española preponderante y "hasta qué punto era importante el problema de la identidad", añade la directora del Thyssen malagueño. El encargo que Sorolla recibió por entonces para ilustrar los paneles de la Hispanic Society of América tiene en el óleo Garrochista un claro ejemplo de la serie de panorámicas "de todas las regiones españolas" que el pintor realizó entre 1912 y 1919.

La penúltima sala resume en lienzos de pequeño formato el recorrido iniciado en las secciones anteriores. "La pintura fuera de España se vendía mejor a la clase burguesa en cuadros de dimensiones reducidas, más fáciles de exportar", aclara López. De este modo, los pequeños cuadros "hacían las veces de postal", donde Venecia se erigía en temática recurrente en los pinceles de Fortuny o Moreno Carbonero.

El periplo por los más de cincuenta lienzos, aperitivos del futuro museo de la capital de la Costa del Sol, culmina en una sala que rinde un pequeño tributo a la figura de la mujer y donde los pasos se detienen en un claro exponente, La Buenaventura que pintó Romero de Torres en 1922. Junto a este inmenso lienzo cuelgan otros que vienen a reproducir con distintas firmas "esa mujer morena", clave en esa búsqueda de la identidad que preconizó el artista cordobés, "con quien los simbolistas de París tuvieron mucha relación", según puntualiza María López. A lo largo del siglo XIX ese prototipo de mujer se extendió a otros ámbitos del arte con la Carmen creada por Prosper Merimée. Cuando llegue la primavera a Málaga, ese mismo relato pictórico de un siglo, crucial en la historia reciente de la pintura española, tendrá un espacio de honor en otro escenario histórico: el rehabilitado Palacio de Villalón. Un exponente arquitectónico del siglo XVI como contenedor de otro siglo, el XIX, marcado por el costumbrismo en los pinceles españoles.

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