Cultura

Patrones en un campo cromático

Al principio fue la palabra flotando en el espacio geométrico, un gesto gráfico sin contenido semántico que atravesaba con su energía y velocidad el campo monocromo de color. Y es que desde sus inicios en los años 70, la pintura de José María Bermejo ha estado dominada por las tensiones surgidas al enfrentar conceptos en principio antagónicos como la forma y la expresión o, más explícitamente, entre la geometría y el gesto en su afán de ver pintada la palabra. En esos tiempos de preeminencia de la abstracción, la palabra funcionó de engarce entre esos elementos a la vez que proporcionaba rasgos distintivos a su pintura. La distinta importancia dada en cada etapa a la palabra pintada o al espacio pictórico -en más de una ocasión funcionaban como figura y fondo- han ido marcando la trayectoria del artista: en los 80, la palabra pareció desaparecer en la marea de la figuración expresionista o perder su energía gestual y enfriarse en los 90, pero, en el fondo, no dejaban de ser variaciones sobre las mismas preocupaciones iniciales.

Desde 2006, cuando expuso en la galería Rafael Ortiz, una nueva serie, denominada genéricamente Pintura Continua, parece haber conciliado los extremos. Una serie anterior, Transmisiones, le ofreció la idea de la estructura reticular simple sobre la que desplegar las continuas variaciones que un reducido número de signos, esencialmente líneas y curvas de diversos colores, construyen con vocación de lenguaje. Se originan así patrones rítmicos muy variados que incluyen el tiempo y la duración. La pintura continua es entonces una suerte de arte combinatoria de elementos simples que puede extenderse ilimitadamente si no fuera porque la realidad material del cuadro impone los límites que la pintura tiende a negar: una nueva fuente de tensión y conflicto en una obra en la que, como casi siempre en Bermejo, es tan importante el proceso como el resultado. La palabra ha desaparecido en la nueva serie, pero parte de su sentido permanece en la vinculación que los signos establecen entre sí porque quieren funcionar como un lenguaje más o menos articulado.

Ciertamente, hay en estas pinturas afinidades con la música minimalista de Morton Feldman, Terry Riley o Steve Reich, después popularizada por músicos como Philip Glass o Michael Nyman, donde, caracterizada paradójicamente por la quietud de lo estático, pequeñas células de sonido se repiten una y otra vez sostenidas por un pulso constante a la vez que van cambiando de manera casi imperceptible. Igual que ese tipo de música, la pintura continua de Bermejo construye un discurrir que se nutre para su desarrollo de sus propios elementos y que, por la infinidad de soluciones, huye también de la sugestión del ornamento, de la sucesión rígida y uniforme de los patrones decorativos propios de las culturas primitivas. El azar, la anécdota o el capricho de un instante se convierte en un nuevo patrón de comportamiento para el desarrollo en extensión y duración del cuadro.

Esta serie de la Pintura continua parece resumir una vida de dedicación a la pintura. La tranquilidad de la eficacia de la formula lograda para pintar según sus intereses de siempre tiene, en esta ocasión, la limitación de querer expresar lo ilimitado, pero ese inconveniente también goza de la virtud de figurar el abismo sin fondo del lenguaje.

José María Bermejo. La Caja China. General Castaños, 30. Sevilla. Hasta el 26 de febrero.

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