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Crítica 'El castor'

¿Es esta película 'el Castor' de Mel Gibson?

El castor. Comedia dramática, EEUU, 2011, 91 min. Dirección: Jodie Foster. Guión: Kyle Killen. Fotografía: Hagen Bogdanski. Música: Marcelo Zarvos. Intérpretes: Mel Gibson, Jodie Foster, Anton Yelchin, Jennifer Lawrence, Michelle Ang, Zachary Booth, Riley Thomas Stewart, Michael Rivera, Jeff Corbett, Yosef Herzog.

Quién le iba a decir a esta actriz infantil que debutó con siete años en el Show de Doris Day (1969) y saltó a la fama y el escándalo interpretando con 14 años a la prostituta de Taxi Driver (1975), que con 29 años se convertiría gracias a El silencio de los corderos (1991) en una de las actrices más serias y respetadas, al interpretar magistralmente una película que cambió la historia del cine de terror; y que ese mismo año debutaría como directora con Little Man Tate demostrando una madurez narrativa sorprendente. Veinte años después, y habiendo dirigido entre tanto sólo otra película (A casa por vacaciones), Foster vuelve a ponerse tras la cámara para demostrar que, como su personaje de la inspectora Clarice, no le tiene miedo a nada. O, mejor, que sabe dominar sus miedos para afrontar desafíos que en principio parecen suicidas.

Y éste desde luego lo es. Escoger a un actor y director, Mel Gibson, que parece empeñado en despilfarrar el capital de sus éxitos dejándose llevar por su mal carácter y peores prejuicios; convertirlo en un hombre amargado y autodestructivo que desprecia su entorno familiar, es incapaz de recibir el cariño de los suyos y se hunde en un abismo depresivo que lo conduce al suicidio; y sacarlo de ese infierno para devolverle su capacidad emocional de relacionarse consigo mismo y con su entorno a través de un muñeco de trapo que maneja como un ventrílocuo, no es poca cosa. A la Foster, sin embargo, no le asustó el reto. Y ha salido airosa de él.

De ser un motor o una terapia para salir de la depresión, el muñeco acaba hablando por él, pensando por él y amando por él, como si la persona fuera sólo su soporte necesario. O, tal vez, enseñándole a hablar, a pensar, a amar y hasta a llevar su negocio como si representara lo mejor de sí mismo. Jodie Foster se pasea con habilidad por la comedia sentimental, el humor ácido, la comedia negra, la crítica a las sociedades hiperconsumistas y el melodrama sin perder nunca el norte narrativo. Se le hubiera podido exigir un punto más de locura y un punto menos de sentimentalismo. Pero esta película no es El quimérico inquilino (por citar una fábula surrealista sobre la soledad y el fracaso) ni Al morir la noche (por citar una película de terror en la que un muñeco se apodera del ventrílocuo). Esto es una fábula sentimental de tintes surreales con algún apunte negro.

El atrevimiento de la realizadora triunfa sobre todo gracias al talento de Mel Gibson y a la forma exasperada, agónica y desesperada con la que se sirve de él como si se agarrara a una última oportunidad. Es seductor pensar que para el actor este personaje haya sido algo parecido a lo que el peluche es para el protagonista: un mecanismo de salvación a través del desdoblamiento. Gracias a él este disparate acaba emocionando. Si se acepta entrar en el juego del peluche, claro...

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