La ciudad y los días

carlos / colón

Que pongan la mancebía

LAS agencias de viaje temblaron cuando Sacyr y Monteseirín alzaron las setas -duplicando su presupuesto: ¡esto es Panamá!- como reclamo turístico que dejaría chica a la Catedral, la Giralda y el Alcázar. Ahora el negocio turístico vuelve a conmocionarse con la Cruz del Baratillo como parte de ese plan parido por alguna lumbrera local que se llama "La Sevilla de la Primera Vuelta al Mundo". Por lo menos la tontería del Baratillo ha costado 69.000 euros, mientras que la tontería de las setas nos costó más de cien millones.

La tontería sevillana es absolutamente neutral. Lo mismo le da que gobiernen andalucistas, socialistas o populares. Cada uno pone su granito de arena para que la ciudad sea más hortera, más fea y más cateta: un parque temático que se ha resignado a vivir de la exhibición de los despojos museificados de su historia cargando con las deformidades que se le han ido añadiendo desde los años 60 hasta hoy. A Sevilla, como a los Hermanos Canarios que se exhibían en un barracón de la calle del Infierno, la han sentado en la solanesca verbena del turismo de masas.

Lo mejor de la tontería de la Cruz de Baratillo es la literatura con que el Ayuntamiento la ha aliñado. La Cruz se integra en el itinerario de "La Sevilla de la Primera Vuelta al Mundo" para "una mejor interpretación del producto turístico", un "espacio de intervención" en el que se integran tanto la Cruz y como el "Hito Milla Cero de la Tierra", ubicado en la muy sevillana Plaza de Cuba porque de allí partió Magallanes. Se habrán quedado descansando después de esta utilísima aportación al potencial turístico de Sevilla.

Puestos a recrear la Sevilla marinera del siglo XVI para atraer turistas podrían convertir Castelar y Molviedro en lo que fue el Compás de la Laguna, la mancebía sevillana en la que, según el Padre León, "salen las mujercillas de la casa pública y desde su puerta llaman a los mozuelos y otros sin llamarlos, viendo la ocasión tan cerca, se lanzan por aquella puerta del infierno (que así la llamaba yo) y quedan presos de vicio bestial de la carne, y otros que con achaque caen en lo atroz del alma hocicando en el cieno de la lujuria". ¿No se le ha ocurrido aún a nadie copiar el inagotable potencial turístico del Barrio Rojo de la muy civilizada y moderna Amsterdam, sumando al parque temático sevillano un prostíbulo del XVI que les recordara a los turistas donde se solazaba y hocicaba la intrépida marinería?

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