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Rafael / Padilla

Algo se ha roto

ANALIZAR la actual situación política en términos de crisis me parece un inmenso error. Como demuestra Esteban Hernández en El fin de la clase media, un libro imprescindible, lo que ahora nos ocurre no se ajusta a la lógica cíclica: no estamos ante un tiempo más o menos largo de penuria que, como antes, pasará y será seguido de otro de recuperación y bonanza. El problema, por desgracia, es mucho más grave. Nuestro mundo, créanme, se acaba. Se cierra el periodo histórico abierto por la revolución industrial con la llegada de otra revolución, la tecnológica, que hará inútiles los mecanismos de cohesión ideados en el último medio siglo. El sistema, afirma José Antonio Zarzalejos, tiende a la implosión: la proletarización de las clases medias y una corrupción sistémica han destrozado la base sociológica en la que se fundamentaba su propia estabilidad. Nos aproximamos, insiste, "a un fin de época".

Y es que, frente al papel tradicional de la clase media como muro de contención de los extremismos, el sector social que hoy merece tal nombre, empobrecido y defraudado, yo no ansía prolongar ni fortificar nada, sino, muy al contrario, convertirse en impulsor de una realidad diferente. Únicamente Podemos ha sabido captar esa mutación de intereses. Hay, observa César Rendueles, una enorme masa de personas que, sin la serenidad de quien lo tiene todo ni la audacia de quien nada tiene, ha quedado completamente perdida, huérfana de esperanza, deseosa de un modelo que sustituya al ya frustrado del progreso constante y creciente.

Es en ese estrato mayoritario donde se sitúa la clave del éxito de cualquier proyecto ideológico que pretenda liderar nuestro futuro. Sólo comprendiendo el profundo sentimiento de desencanto que anida en aquél y su perplejidad ante la ineficiencia de un hipercapitalismo hoy caduco e inhumano, cabe estructurar un mensaje realista, creíble e ilusionante.

Por supuesto, ni en el PP ni en el PSOE han entendido aún la verdadera radicalidad del fenómeno: como autómatas, siguen rebuscando en su zurrón desfasado la pócima milagrosa que les reconcilie con un electorado del que les aleja su estúpida ceguera. Algo se ha roto en el corazón de una ciudadanía a la que no le quedan banderas que defender ni amaneceres que aguardar. El escenario ha cambiado y, de no interiorizarlo y reaccionar bien y rápido, ambas siglas pronto serán barridas por la turbadora furia de los gélidos vientos que llegan.

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