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Encarnación Aguilar. Directora de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Sevilla.

"Las fronteras tradicionales entre el campo y la ciudad se están borrando"

  • Esta catedrática de Antropología Social ha centrado sus investigaciones en la "nueva ruralidad", el proceso por el que el campo ha diversificado su economía más allá de la actividad agropecuaria

Aunque su vida profesional la ha dedicado principalmente al estudio del ámbito rural, Encarnación Aguilar se crió en pleno centro de Sevilla, en la Plaza del Museo, de lo que presume con cierto orgullo urbanita. Esta catedrática de Antropología Social y directora de la sede sevillana de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo es una mujer enérgica y dicharachera, de trato alegre y simpático. Comenzó su carrera como investigadora con su tesis Los primeros estudios sobre la cultura popular en Andalucía. Los folkloristas andaluces del XIX, entre los que destacó don Antonio Machado y Núñez (1815 -1896), un antropólogo, zoólogo y geólogo que fue el introductor de las teorías evolucionistas de Darwin en España. Discípula del norteamericano Stanley Brandes, Aguilar recuerda en la entrevista sus estancias en la Universidad de Berkeley, uno de los templos de la antropología internacional. Entre sus libros, destaca por su curiosidad Las bordadoras de mantones de Manila de Sevilla. Trabajo y género en la producción doméstica, un trabajo que ella llama con cierta ironía su "cuota de género", el peaje que tenía que pagar por su condición de mujer científica social antes de dedicarse a otros temas. También es autora de Las hermandades de Castilleja de la Cuesta. Un estudio de Antropología Cultural y Mujeres trabajadoras en el mundo rural andaluz, entre otros.

-Su principal tema de investigación es el mundo rural andaluz, sobre el que pesan muchos tópicos, algunos de ellos forjados recientemente, como la excesiva dependencia de las subvenciones, del antiguo PER, de las peonadas...

-Todos los tópicos tienen una base real, pero se vuelven tópicos en la medida en que se retroalimentan y terminan fosilizándose. El problema hay que verlo en su perspectiva histórica. Los primeros gobiernos del PSOE observaron la necesidad de fijar las poblaciones del campo, porque las fábricas de las ciudades ya no podían absorberlas. Se crearon unas políticas sociales cuyo principal objetivo era evitar una revuelta social y se impulsó el PER, el cual pudo ser beneficioso en un primer momento, pero terminó pervirtiéndose al generar todo un nuevo sistema de caciquismo que se basó en ese sistema de relaciones familiares, de favores y reciprocidades tan común en el campo. Hay que tener en cuenta que con el PER han salido beneficiados todos, tanto los trabajadores como los empresarios, todo el mundo está pringado y no se atreven a quitarlo. Eso sí, es verdad que este sistema ha mejorado y los propios trabajadores hacen un balance negativo, porque los subsidios han creado toda una generación que nunca ha ido a trabajar al campo y que de lo que saben es de rellenar papeles.

-Gestores de subvenciones...

-Sí, gestores de subvenciones, lo que también explica el voto a determinados partidos. Lo más duro es que las autoridades y los alcaldes lo saben. Es decir, que están en el ajo.

-¿Qué es eso que usted llama la nueva ruralidad?

-Mediante la llamada Revolución Verde, la Europa de posguerra creó un campo altamente tecnificado y productivista que fue necesario en su momento para superar la devastación provocada por el conflicto, pero que en los años 80 entró en crisis. Europa se dio cuenta de que estaba produciendo excedentes y decidió cambiar la llamada Política Agrícola Común (PAC). Entre otras cosas se empieza a descubrir que la ruralidad no es solamente un mundo agrícola y que se pueden producir otros bienes y servicios que no sólo estén vinculados a la alimentación, sino que tengan que ver con los valores de la nueva sociedad postindustrial, con lo que llamaríamos sus paquetes emocionales: naturaleza, ocio, turismo, historia y patrimonio, artesanía... Eso sí, la ruralidad industrial continúa vigente, como se puede ver en Almería con los invernaderos; en la Campiña con la producción de aceite; o en la zona de la costa de Huelva con el cultivo del fresón, el llamado oro rojo. Pero junto a todo esto empiezan a surgir emprendedores que apuestan por los valores antes señalados y por la producción agraria de calidad, de ahí el auge de las denominaciones de origen. Dar un paseo por un espacio natural, comer un queso payoyo o comprar una manta de Grazalema es el paquete emocional que nos ofrece el mundo rural y que nosotros consumimos con gusto.

-Es la versión de mercado de esa vieja añoranza del campo que siempre ha sentido el urbanita: Virgilio, Fray Luis de León, el movimiento hippie... ¿Pero no hay un falseamiento de la auténtica realidad rural?

-Sí, claro. Como apunta el sociólogo francés  Bertrand Hervieu en su libro Los campos del futuro, hemos recreado una ruralidad que ya no existe y, junto al mundo productivo tradicional del campo, surgen muchas iniciativas en ese sentido pensadas para el turismo de los urbanitas. En esto ha tenido mucho que ver el programa europeo Leader, que busca la diversificación de la actividad rural. Es cierto que, en algunos aspectos, debido a estas iniciativas se ha producido una tematización del mundo real, pero este es un fenómeno que también se ha dado en las ciudades. 

-En este sentido algunas iniciativas son un tanto llamativas, como esa empresa que simulaba un asalto de bandoleros...

-Vale, puede parecer raro, pero la gente joven quiere seguir viviendo en sus pueblos y Ésa es una manera de hacerlo. En Andalucía, excepto en las zonas serranas, la gente se está volviendo a arraigar en sus pueblos. Con las nuevas infraestructuras de comunicación, a una persona que viva en Marchena, Morón o Carmona le compensa más seguir en su pueblo que residir en Sevilla. Allí tiene muchas ventajas: su familia, con todas las comodidades que eso conlleva; la vivienda y la comida más barata, etcétera. Debido al fenómeno llamado commuting (el desplazamiento diario desde una localidad a otra para trabajar), las fronteras tradicionales entre la ciudad y el campo se están borrando. Los pueblos, hoy en día, están muy bien equipados, con campos de deportes, institutos, teatros...

-E internet...

-Por supuesto, la revolución de la comunicación ha facilitado mucho este proceso.

-Está la terrible frase de la Pardo Bazán: "Los pueblos envilecen, embrutecen y empobrecen".

-Sí, pero eso se debía a la antigua pobreza que, como todos sabemos, estaba principalmente en los pueblos. Cuando yo llegué a la Universidad de Berkeley estaba escribiendo mi tesis sobre Machado y Álvarez. Antes, me pasé un año entero fotocopiando sus papeles y obras para poder trabajar allí. Sin embargo, cuando llegué al despacho de mi maestro, Stanley Brandes, cargando dos maletas de fotocopias, me encontré con que todo lo que llevaba estaba en la biblioteca. Él me contó que cuando George M. Foster hizo su famoso viaje por España con Julio Caro Baroja, compró todos los volúmenes al peso. Era una España inculta y pobre.

-Hemos hablado de los fondos europeos de ayuda al mundo rural. ¿Están funcionando o es otra lluvia más de millones que dejará poco rastro?

-Sí, está funcionado, aunque en los años de la alegría se desperdició más del 50%, porque luego no se hacía un seguimiento serio sobre si generaba empleo, etcétera. También se hicieron trampas... Pero dejémoslo ahí. Sin embargo, hay que decir  que gracias a esos fondos los pueblos han cambiado. El mundo rural está lleno hoy en día de emprendedores, de pequeños propietarios que saben que la única forma que tienen de producir y competir es con calidad. El mundo rural es actualmente una mezcla exitosa entre la tradición -que se vende muy bien- y la innovación

-Se me viene a la cabeza un ejemplo: el queso payoyo. Hace unos años apenas existía y, sin embargo, hoy es una auténtica moda gastronómica. Nació de la nada.

-De la nada no. El queso payoyo forma parte de la tradición de una sociedad pastora; era el producto que hacían las mujeres. Gracias a los programas Leader y a dos emprendedores que montaron una fábrica, lo que era un saber local que no tenía marca ni registro de sanidad pasó a ser una existosa iniciativa industrial. Se usó el saber tradicional, el de las mujeres, y se le aplicó la nueva tecnología y el control que exigía Europa. Tradición e innovación. Hay otro ejemplo que me gusta, el de la cosmética natural de las mujeres de Oleo Cosmética, que se basaron en el antiguo conocimiento de sus madres para hacer jabones. Hoy tienen una gran fábrica en Pegalajar.

-Hablando de mujeres, usted tiene un libro sobre las bordadoras de mantones, un mundo completamente femenino.

-Tanto es así que un hombre que supiese bordar era sospechoso de... Cuando eran muy chicos, las madres ponían a los niños a bordar para entretenerlos, pero a partir de una determinada edad ya no estaba bien visto. Las bordadoras pertenecían a ese mundo rural pobre donde las niñas no iban a la escuela, pero en vez de andar por ahí sueltas para que un pelandusco las cogiera, como me contaban en Carrión, las ponían bajo la tutela de una señora que era su maestra y que les enseñaba a ser mujeres de provecho: a bordar, a rezar... todo. Incluso oían las novelas de la radio. Esos talleres de bordado desaparecieron con la legislación laboral que prohibía tener aprendices sin pagar en los talleres. Las maestras desaparecieron y el bordado se convirtió en una actividad sumergida. Cada vez quedan menos bordadoras. Las niñas de estos pueblos prefieren ir a recoger fresas, porque ganan más y porque ya no forma parte del estereotipo de mujer. A partir del estudio de las bordadoras yo, que me había criado en la Plaza del Museo, conocí el mundo rural.

-¿Y en este sector no hay iniciativas novedosas como las de Oleo Cosmética?

-Ahora, al calor del boom de la moda flamenca, algunas han puesto pequeñas empresas. Pero los bordados que se hacían antes ya no existen, se han perdido como los tomates antiguos. Hay puntadas que ya nadie sabe hacer ni nadie estaría dispuesto a pagar.

-La palabra identidad está, sorprendemente, de moda en estos inicios del siglo XXI. Como antropóloga, ¿cree usted que existe una identidad andaluza?

-No es mi tema de investigación, pero no creo que exista una identidad andaluza; sí una serie de pautas culturales que compartimos todos los andaluces en la medida en que tenemos una historia en común. Andalucía es geográficamente muy grande y los dos reinos de Granada y Sevilla se fraguaron en una relación de amor-odio, relación que se sigue observando entre la Andalucía occidental y la oriental, que incluso tienen comportamientos electorales diferentes.

-Ha hablado de pautas culturales, ¿cuáles son?

-Machado y Núñez, sobre el que hice mi tesis doctoral, hablaba en el siglo XIX de una serie de cualidades que definían a los andaluces: su concepto del orgullo, la honradez dentro de la pobreza... Este evolucionista e introductor del darwinismo en España escribió el Catálogo metódico y razonado de los mamíferos de Andalucía y el primer capítulo se lo dedicó al Hombre andaluz, analizándolo, sobre todo, desde un punto de vista muy físico: estatura media (1,66 metros), de nariz aguileña, piel cetrina, etcétera. Pero también habla de cuestiones culturales, aunque fue su hijo, Antonio Machado y Álvarez, Demófilo, el padre de los poetas, el que se dedicó más a este asunto.

-No tenemos eso que le gusta tanto a los nacionalistas: una lengua propia.

-Pero sí poseemos una forma de hablar muy reconocible que, según decía Torrente Ballester, es muy evolucionada. También nos marca mucho el que hemos habitado en una tierra muy rica pero con una mala distribución de la riqueza, lo que ha producido una sociedad muy jerarquizada, de pobres y ricos.

-Las autoridades culturales, con la manía identitaria, ha intentado promocionar una serie de rasgos que consideran netamente andaluces, como el flamenco. Es curioso, pero a muchos de los andaluces que conozco no les gusta el flamenco.

-Hay mucha gente a la que no le gusta el flamenco porque su origen es tabernario y pertenecía a las clases populares y bajas. Era un canto de protesta. Por su parte, las clases altas utilizaron estos tipos de cantes para las juergas de los señoritos. Quizás por todo esto no suele gustar a muchos. Además, en Andalucía hay una gran cantidad de ciudades en las que el flamenco ha llegado menos. Sin embargo, ahora, gracias a los festivales como la Bienal, hay un verdadero encuentro con este arte.

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