Un sevillano en Texas

Vivir para vivir

  • En el fondo son pocos los que disfrutan de su trabajo, por eso la mayoría sueña con jubilarse (que viene de júbilo).

En su interesante blog La Sevilla del Guiri, John Julius Reel, a quien desde estas líneas felicito, ha puesto sobre el tapete, sin meterse en honduras, la filosofía del trabajo: el trabajo ¿es un medio o es un fin? El tema, que titula ¿Adicción o afición al trabajo?, ha suscitado muchos comentarios de sus lectores. Parece ser que Reel ha podido comprobar que es cierto el tópico de que los "yanquis viven para trabajar y los europeos trabajan para vivir". Con muchos años de residencia en España y en EE UU me creo con voz y voto para intervenir en el debate.

No creo que sea verdad que los americanos vivan para trabajar. Lo que pasa es que los americanos trabajan más horas y más días que los europeos, españoles incluidos. No es porque la jornada laboral sea mas larga, sino porque hay menos días festivos y porque algunos de tales días festivos no lo son para gran parte de la industria privada. Además, hay menos puentes y tales puentes no lo son ni para las oficinas federales ni para muchas de las particulares. Por último, no hay que olvidar que Estados Unidos es el único país desarrollado, que yo sepa, donde no existe ley alguna que garantice vacaciones pagadas anuales.

Efectivamente, como verdadero país capitalista, esto de las vacaciones anuales pagadas es asunto de las empresas. Son ellas y no el Gobierno quien decide darlas (o no) y por cuanto tiempo. Y, desgraciadamente para los americanos, raramente llegan a treinta días. Tres semanas es todo a lo que, generalmente, puede aspirar un trabajador en este país después de muchos años de laborar para una empresa. Con tales antecedentes no sorprende que el trabajador americano sea el más productivo del mundo. Y no es porque tenga verdadera dedicación, es que la configuración del país en su aspecto laboral contribuye a tal estado de cosas.

Hay ciertas situaciones y actividades que alteran el cuadro que hemos presentado. Tomemos por ejemplo la abogacía, un gremio que conozco bien puesto que formo parte de la misma. Los grandes bufetes de Wall Street o sus sucursales, con cientos de abogados cada uno, seleccionan y contratan cada año, con salarios impresionantes, a los graduados más brillantes que egresan de las universidades de prestigio: Harvard, Yale, etcétera. Estos jóvenes abogados comienzan una prueba terrible, que consiste en trabajar cincuenta o más horas semanales. La idea es facturar miles de horas de trabajo legal a los clientes, casi siempre grandes empresas multinacionales. Este trabajo inhumano se alarga durante varios años. Muchos desisten y terminan ubicándose en bufetes menos sedientos de dinero. Otros terminan paranoicos. Algunos incluso desertan la profesión. Todos los años la gerencia del bufete se reúne para calificar y premiar a los más productivos entre estos siervos. El premio consiste en la por ellos suspirada partnership, o sea, llegar a ser socio y no simplemente empleado del negocio. Pasado algún tiempo, este nuevo socio, ya quizás enriquecido, podría ser el comité que impondrá disciplina a los galeotes de la galera jurídica. Pero esto es algo excepcional. A veces aparece en alguna película y los espectadores creen que este aspecto laboral tiene carácter permanente en la vida del abogado norteamericano.

John Julius Reel afirma que ser funcionario "es algo que cuesta mucho conseguir pero cuesta poco mantener". Depende. Hay funcionarios y funcionarios. Una de sus comentaristas ha protestado contra tal generalización. Los funcionarios titulados trabajan mucho para escalar el escalafón. Así, por ejemplo, en este país, los jóvenes que entran en elForeign Service", o sea, en la carrera diplomática, después de unos ejercicios escritos y orales durísimos, trabajan sin descanso para pasar de secretario de tercera a ministro plenipotenciario, toda una vida. Por contra el humilde pendolista, que es también funcionario, entra con relativa facilidad y, una vez dentro, tiende a sestear porque sabe que si cumple con lo mínimo que se le exige podrá jubilarse sin problemas cuando le llegue el turno y que a menos que haga algo horrendo nada ni nadie podrán echarlo a la calle.

"Trabajar para vivir". Esto es lo que hace todo el mundo en cualquier parte del globo. Y no debe atribuírsele ningún mérito vis a vis la experiencia americana. Currar es como nos ganamos la vida y maldita sea la hora en que el legislador español nos recordó que el trabajo es un deber (Art. 35 de la Constitución). Nos basta y nos sobra con saber que somos víctimas de la consabida maldición bíblica: Ganarás el pan… etcétera.

En el fondo de la cuestión lo que pasa es que son pocos los que disfrutan de su trabajo. Por eso la mayoría sueñan con jubilarse (que viene de júbilo). A mi parecer, el desiderátum debería ser no trabajar para vivir o vivir para trabajar, sino vivir para vivir. O sea, mantenerse vivo para que cada uno viva a su aire, trabajando mucho o poco o nada (con permiso de la Constitución), sino con alegría, por lo menos sin refunfuñar, considerando que la vida ofrece bellas perspectivas, incluida la tremenda satisfacción de estar vivo, lo que no es moco de pavo.

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