el naufragio más rápido de la historia El 'Carlos de Eizaguirre' se hundió en las costas de Sudáfrica en cinco minutos

Barco inglés, mina alemana, tumba africana

  • Zarpó en abril, como el 'Titanic', pero en 1917 y desde el puerto de Cádiz · La nieta de uno de los fallecidos encontró la pista en el libro del sobrino-nieto de otra de las víctimas

También salió en el mes de abril, como el Titanic, pero cinco años después. El hundimiento del vapor-correo Carlos de Eizaguirre, que ocurrió frente a las costas de Sudáfrica en las primeras horas del 26 de mayo de 1917 al recibir el impacto de la mina del buque corsario alemán Wolf, está considerado como uno de los naufragios más rápidos de la historia: se hundió en cinco minutos. Resulta milagroso que hubiera veinticinco supervivientes. 80 tripulantes y 34 pasajeros fallecieron. Ocho cadáveres aparecieron.

María Escobar Flores viene de recoger a su nieto Jorge del colegio. El niño tiene cinco años. Los que tenía Matilde, la madre de María, cuando a su casa de la gaditana calle Pelota llegó la noticia del naufragio. Uno de los fallecidos era Manuel Flores Romero, padre de Matilde, abuelo de María Escobar, segundo mayordomo del Carlos de Eizaguirre. La viuda del marinero, María Naranjo Tejada, conocida en Cádiz como María la Violina, se vino con sus cuatro niños huérfanos a vivir a Sevilla, acogida por su hermano Cristóbal, soltero y dueño de una empresa de embuchados. De no ser por aquel naufragio, la abuela de Jorge en lugar de sevillana igual sería gaditana. Como su hermano Antonio o su prima María de los Ángeles. María Escobar nació en 1946. Tenía 15 años en noviembre de 1961 cuando murió su abuela el mes de la riada del Tamarguillo.

Aquel naufragio de abril de 1917 enlutó la casa de María y sus cuatro hijos: Antonio, Manuel, Matilde, Pepe. Su nieta fue creciendo y empezó a interesarse por el siniestro, intrigada por los retratos de un marinero nacido en Ayamonte que surcó mares y océanos, por sus postales, que se casó con una malagueña de Cártama con la que se fue a vivir a Cádiz. Internet fue el particular archivo de Indias de María Escobar. La nieta del segundo mayordomo del Carlos de Eizaguirre encontró la pista de un libro titulado Cádiz y el vapor-correo de Filipinas 'Carlos de Eizaguirre' (1904-1917). Historia de un naufragio, escrito por Julio Molina Font. Un pormenorizado relato del siniestro, cuyo autor es sobrino-nieto de José Bastardín Ramos, segundo maquinista del Carlos de Eizaguirre.

El barco lo capitaneaba un experto marino, vizcaíno de Busturia, Fermín Luzárraga. Se hizo cargo del mismo el 24 de abril de 1914, tres meses antes de que el 3 de agosto de ese año comenzara la Primera Guerra Mundial. Un conflicto que obligó a las embarcaciones que hacían la ruta de Filipinas a elegir la ruta del Cabo de Buena Esperanza al bloquearse el acceso marítimo por el Canal de Suez.

En 1881 se termina la factoría de Matagorda y se crean la Compañía Trasatlántica y la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Antonio López, marqués de Comillas, fundador de la Compañía, quería modernizar la flota con barcos de doble hélice, doble fondo y telefonía sin hilos. El Carlos de Eizaguirre y su gemelo el Legazpi, que atravesó un par de meses antes la zona del naufragio, los compró la Trasatlántica a la británica The African Steam Ship Company por 55.000 libras esterlinas. Los barcos se construyeron en los astilleros de Middlesborough y las máquinas en el de Newcastle. El barco siniestrado se bautizó Leopoldville porque hacía la ruta del Congo Belga. Los dominios literarios del marino Conrad.

En abril de 1917, el mes que el barco salió del puerto de Cádiz, Estados Unidos se incorporó a la Primera Guerra Mundial. España permaneció neutral, a pesar de lo cual, como señala Julio Molina Font en su libro, perdió 35 barcos antes del hundimiento del Carlos de Eizaguirre y 42 después.

El primer viaje a Filipinas fue todo un éxito. El barco salió el 30 de noviembre de 1910 y constituyó un acontecimiento en el archipiélago. Hubo fiesta a bordo y en el menú solomillo de vaca a la montpensier y jamón strasburgo a la emperatriz. En su antepenúltima singladura embarcó una compañía de 31 comediantes "de ambos sexos". El capitán Luzárraga recibió quejas por el comportamiento de este pasaje.

Benditas actrices, pensaría el capitán a las tres y media de la mañana del 26 de mayo de 1917 cuando escuchó un estruendo localizado en una de las bodegas que produjo la ruptura del compás de gobernar y del cuarto de derrota.

El sobrino-nieto del segundo maquinista cuenta que Luzárraga no tenía prisa. A las ocho de la tarde del 25 de mayo, todavía con luz del día, avistaron el islote Dassen "adentrándose mar adentro con tiempo aturbonado". Redujo la marcha a cinco nudos no sólo para ahorrar carbón, sino porque no quería llegar a Ciudad del Cabo antes del amanecer. "Se navegaba con mar gruesa y arbolada", sigue el cronista. El capitán, como ya hizo en el viaje anterior, les había preparado a los pasajeros una excursión por las inmediaciones de Ciudad del Cabo.

A la salida de Las Palmas habían realizado un simulacro de salvamento. Con buen criterio, Luzárraga habilitó un primer bote, el más alejado de la zona de la explosión para mujeres y niños. Lamentablemente, fue el primero engullido por los embates de la mar. Sólo uno de los botes consiguió salir de la zona, con 24 supervivientes a bordo. El vigésimo quinto, el ayudante de máquinas Alejandro Fernández, hijo del contramaestre del dique de Matagorda, se tiró al agua, nadó para alejarse del remolino y se agarró a una pieza que le salvó la vida: un mamparo de carbonera, así lo llama Julio Font, que se le incorporó al barco en Barcelona para admitir más reservas de carbón dadas las restricciones que la guerra producía en la mayoría de los puertos. De los 25 supervivientes, sólo uno, Bartolomé Soriano, recibió asistencia hospitalaria. El de máximo rango era el segundo oficial Luis Lazaga, hijo del vicealmirante de la Armada Joaquín Lazaga y Garay que siendo capitán de fragata del vapor de guerra Pizarro sobrevivió a un naufragio en medio del océano. También sobrevivieron un agregado, el ayudante de máquinas referido, seis marineros, un mozo, un grumete, un paje, un cabo de agua, un engrasador, tres fogoneros, dos paleros, cuatro camareros y dos pasajeros, uno de primera clase y otro de tercera. Por razones de guerra estaba prohibido llevar carga o pasaje de Portugal. La reducida presencia extranjera formó parte de los fallecidos: un pasajero suizo y tres paleros árabes.

Murieron dos sacerdotes que iban de pasajeros de primera, un jerezano que iba a tomar posesión de su cargo de cónsul en Port-Said y un ingeniero y sus dos ayudantes que viajaban a Filipinas para realizar un trabajo topográfico. Estaba prevista el regreso de los supervivientes en el gemelo Legazpi, pero su capitán pensó volver por Panamá para evitar la zona del siniestro. Los que se salvaron viajaron en tren de Ciudad del Cabo a Port-Elizabeth para embarcar en el vapor Yute, que procedente de Calcuta llegó a Cádiz el 6 de septiembre de 1917 con el milagroso pasaje.

El párroco de La Puebla de Caramiñal (Pontevedra) se interesó por la suerte de cinco marineros de su pueblo: sólo uno, Juan Piñeiro, consiguió sobrevivir. Hubo casos de infortunio. Luis Lucero, tercer cocinero, estaba en expectación de embarque por gracia especial de su jefe "para atender a sus niñas huérfanas". Vicente López Ballesteros, maestro repostero, se lastimó un pie antes de la salida del buque y solicitó el desembarque. "Por falta de sustituto, salió de viaje. Dejaba cinco hijos y su esposa encinta", escribe Molina. Más suerte tuvieron las seis religiosas dominicas que iban con destino a Manila y a última hora prefirieron viajar por Nueva York.

En Cádiz, la ciudad donde nunca pudo nacer María Escobar Flores, el naufragio produjo una inmensa conmoción. Un funeral multitudinario en la capilla del Nazareno y misas en las iglesias de san Francisco, del Rosario y del Carmen. Algunos de los supervivientes no tardaron en reembarcarse de nuevo, pero la Compañía Trasatlántica aumentó un cincuenta por ciento los salarios de los tripulantes del Legazpi en previsión de reticencias a embarcar.

Durante mucho tiempo, por presión de la censura británica, se mantuvieron en secreto las causas del siniestro. Además, según la obra de referencia, el seguro cubría accidentes en la mar, no en la guerra. El autor cita fuentes sudafricanas para asegurar que el motivo de que no aparecieran más cadáveres podía ser que la zona era frecuentada por tiburones blancos. Fue el año de la revolución rusa. Cincuenta años antes se había fundado el Diario de Cádiz, una de las fuentes fundamentales de esta historia.

Sudáfrica se asocia con el mayor éxito del fútbol español y con el gol de Iniesta. Sus aguas son camposanto de unos hombres, mujeres (once) y niños (cinco) que perdieron la vida golpeados por quienes perdieron la guerra.

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