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el rastro de la fama · manuel enrique figueroa

"El cambio climático será muy duro para los pobres de Sevilla"

  • Este entusiasta científico de la Facultad de Biología dedica gran parte de sus esfuerzos a pensar cómo hacer que las ciudades sean lugares más amables y habitables para las personas.

-Usted nació en Huelva, una ciudad mártir del desarrollismo y la contaminación. ¿Le influyó esta circunstancia para dedicarse al estudio de la Ecología?

-Podría decir que sí, pero probablemente mentiría. En general, a mí me gustaban las ciencias y me decanté por la Biología al descubrir la fisiología vegetal de la mano del profesor Francisco García Novo. En aquella época también sentía una gran curiosidad por el estudio de los suelos y me debatía entre estos dos campos cuando, gracias a Fernando González Bernáldez, comprendí que había una disciplina que los mezclaba: la ecología.

-¿Alguna lectura que determinase su vocación?

-Hay un libro que marcó profundamente a mi generación: el manual sobre ecología de Ramón Margalef. También me influyeron especialmente las obras de los hermanos Howard y Eugene Odum.

-Los biólogos sevillanos están muy influenciados por el estudio de Doñana.

-Es normal. De hecho, mi tesina de licenciatura fue un análisis sobre los pinares de Doñana. Mi tesis, sin embargo, fue sobre pastizales en Extremadura, en el entorno de la Sierra de Guadalupe. En esa época, la Facultad estaba muy implicada en el estudio de la central nuclear de Valdecaballeros, que luego se cerró.

-Le he escuchado alguna vez al periodista Jorge Molina decir que la Facultad de Biología fue el último campus hippy.

-Yo creo que sí. De hecho, todavía uno observa gente hippy y, aunque las cosas han cambiado, seguimos siendo personas independientes, críticas y socialmente muy avanzadas, lo que no significa que seamos progres en el sentido que se daba a la palabra hace décadas.

-Usted es un gran defensor del término biofilia acuñado por Edward Wilson.

-Es increíble que el libro fundamental de Wilson, La hipótesis de la biofilia, aún no esté traducido en España. En esencia, nos viene a decir que el hombre se encuentra mejor en la naturaleza. Esto se debe a que no hace tanto tiempo que el ser humano abandonó el campo y, aunque actualmente el 80% de la población mundial es urbanita, en nuestros genes está la proximidad al medio natural. Nos hace sentirnos bien pasear por la montaña, por un parque o por una calle arbolada. El urbanismo tiene que ser consciente de nuestra condición biofílica y, por tanto, debe construir un paisaje urbano donde el elemento natural esté muy presente.

-¿Sevilla es una ciudad biofílica?

-Yo creo que bastante. Sevilla tiene muchos parques y sus calles están bastante arboladas. Sin embargo, hay que seguir avanzando para modificar espacios como Viapol, una zona de intercambio modal que debería ir asociada a un espacio verde, agradable y fresco, y que, sin embargo, es un horror donde el pavimento supera con creces a los árboles. El entorno de la estación de Santa Justa o la Ronda del Tamarguillo son más ejemplos de espacios que hay que mejorar.

-¿Se trata bien a los árboles de la ciudad?

-En este sentido hay que mejorar bastante. Por ejemplo, no es de recibo el tamaño de los alcorques que hacen para los árboles, son muy pequeños y no dejan espacio al ejemplar para crecer adecuadamente. Además, les meten albero, que no es lo más idóneo. El árbol termina torciéndose, hay que podarlo para que no se caiga y, entonces, empezamos con la artificiosidad. En Sevilla no se poda bien y nos estamos cargando muchos árboles. Los plátanos de sombra están destruidos por las podas, y pasa lo mismo con los olmos y las jacarandas… Les estamos quitando funcionalidad: generan menos sombra, captan menos dióxido de carbono, son menos útiles para los pájaros...

-El mal estado de algunos árboles ha quedado en evidencia en los últimos temporales de viento.

-Sí y hay que hacer algo. Por ejemplo, hace tiempo que estoy proponiendo al Ayuntamiento que hay que cartografiar las palmeras de Sevilla para hacer un mapa de peligrosidad, porque hay ejemplares que, muchas veces debido a que han sido mal podados, son peligrosos. Hay que estudiar la distribución del viento en la ciudad y ver si en las zonas peores hay palmeras con riesgo de desplomarse.

-¿Cuál de los parques de la ciudad le parece más interesante?

-Lo que me gusta de Sevilla es que sus parques son muy diferentes. Se han logrado parques muy distintos de concepto, diseño y uso, lo cual da una riqueza tremenda. Evidentemente, el Parque de María Luisa es de una gran belleza, pero no podemos hacer parques de María Luisa en todos los barrios. El Alamillo, por ejemplo, es una maravilla de diseño y gestión. El equipo formado por Benito Valdés, Adolfo Fernández Palomares y Damián Álvarez, entre otros, lo concibió como un monte mediterráneo pero sin obviar elementos alóctonos [no indígenas] necesarios para un parque. Se han hecho esfuerzos importantes, como mantener el vivero de la Expo, el sitio con más pájaros de Sevilla, un proyecto que me encargaron y que convertimos en visitable de una manera controlada. Otro ejemplo: el parque del Prado, que tiene un diseño muy geométrico que guarda un magnífico equilibrio entre el sol y la sombra. Es muy interesante, con una parte central vacía para facilitar su uso. Además, guarda un equilibrio muy bien logrado entre zonas de estancia y zonas de paso.

-Lo ve todo muy positivo.

-No, en absoluto. Ahí está la ronda del Tamarguillo, que podría ser una gran zona verde de transición y es un horror, o San Pablo y otros tantos barrios de la periferia en los que no hay apenas arbolado. En muchas zonas de Sevilla falta concebir la calle como sala de estar, que los vecinos puedan estar en la calle.

-Algo que está en nuestra tradición popular, con las sillas en las puertas de las casas...

-Sí, hay que volver a esa tradición. Cada vecino debe tener una zona verde a la que pueda llegar andando, espacios intergeneracionales en los que puedan estar niños, adultos y ancianos, algo que es bueno para los ciudadanos.

-Otro aspecto que no se está cuidando demasiado es la arquitectura verde.

-En España, llama la atención la ausencia de fachadas verdes y de cubiertas ecológicas, algo que es normal en Alemania. Estos elementos reducen considerablemente en gasto energético. Si se mira la ciudad desde la Torre de los Remedios veremos que los techos de Sevilla apenas son verdes.

-¿Quizás porque estos elementos son caros y complejos de construir?

-No, eso ya está todo resuelto. Hay empresas en Sevilla que hacen azoteas ecológicas sin encarecer en absoluto el presupuesto. Aunque estas cubiertas tienen un mantenimiento con mayor coste, hay que valorar también cuánto se ahorra en energía y el frescor que se le da a la ciudad. Yo estoy muy preocupado por cómo afectará el cambio climático a Sevilla, porque creo que el fenómeno existe y si entramos en un escenario definitivo de cambio climático no tendremos tiempos de actuar. Hay que adelantarse con iniciativas como los paramentos y las cubiertas verdes.

-¿Vamos perdiendo el partido del cambio climático?

-El efecto invernadero es la clave de la vida en la tierra pero, como todo, en exceso mata o engorda. En los próximos cien años, los escenarios oficiales que hay para Sevilla son muy aciagos: las precipitaciones disminuirán notablemente y la media de las temperaturas máximas puede aumentar seis u ocho grados.

-¿Nos convertiremos en un desierto?

-Desde luego sufriremos mucho. Además, el nivel del mar subirá medio metro, un metro o metro y medio, según el escenario tendencial que se maneje. Lo que hay que tener en cuenta que estos escenarios todavía pueden cambiar si hacemos algo: plantando árboles, captando carbono, generando un microclima mejor... Nadie, hasta la fecha, se ha planteado en la ciudad una estrategia de menor emisión y mayor captación de dióxido de carbono. Esto, junto a la mejora de las zonas verdes, tiene que ser un compromiso político para los próximos 20 años, al margen de las pugnas entre partidos. Lo peor de todo es que el cambio climático será especialmente duro para los pobres de Sevilla, habría que hacer un estudio de cómo va a afectar a cada barrio

-Es decir, que el cambio climático puede ser un factor más de desigualdad social.

-Absolutamente, porque va a aumentar aún más las diferencias. Hay mucha gente en Sevilla que no puede tener un piso en la playa o viajar a Finlandia. Se dará la paradoja de que el que pueda pagar más aire acondicionado va a contribuir más al cambio climático pero, sin embargo, se va a librar de sus efectos negativos.

-¿Qué se puede hacer, pues?

-En este sentido es muy importante que se tomen decisiones políticas. Por ejemplo, en la construcción. En Sevilla tenemos la escuela de arquitectura bioclimática de Jaime López de Asiaín pero, sin embargo, se sigue construyendo edificios a base de cristal, acero y piedra que hay que enfriar abusando del consumo energético… Nada de usar recursos tradicionales y efectivos como son las persianas, las ventilaciones cruzadas, la anchura de los paramentos, los techos altos… ¡Vamos! lo que se hacía en mi casa de Huelva, que se construyó en 1892 y en la que, pese a que no teníamos aire acondicionado, nunca pasé calor.

-Ahora se habla mucho de lo sostenible. Todo pretende ser sostenible.

-Es la palabra más mal usada y menos comprendida de los últimos años.

-¿Qué es lo sostenible?

-Sostenible era mi abuela, que me mandaba a comprar aceite en una botella que siempre era la misma… la mantequilla en papel de estraza, reutilizable; los cascos de los quintos de cerveza, las tejas… Todo lo que ahora es modernidad. La sostenibilidad se define en 1984 en el informe Brundtland, que dice que no hagas nada ahora que pueda conculcar los derechos de las generaciones futuras a hacer lo mismo. La sostenibilidad es, simplemente, pensar en nuestros descendientes, lo que tiene mucho que ver con el pensamiento ecosistémico, que asegura que en nuestros ecosistemas urbanos y domésticos hay que copiar a la naturaleza, que nunca hace nada que no tenga un fin.

-¿La crisis económica y el descenso del consumo ayudará a frenar el cambio climático?

-Está claro que se están emitiendo menos gases, pero lo importante es ser sostenible cuando se es rico. Yo defiendo la acción individual contra el cambio climático, como apagar la luz, reciclar, etcétera, pero eso no es suficiente. Las medidas deben ser estructurales, políticas, a gran escala. Lo de los gestos está bien porque uno va al cielo, pero no basta. Los poderes tienen que ejercer su responsabilidad. También es importante que se implique la universidad, como deja claro Daniel Innerarity en su libro La democracia del conocimiento. La universidad debe generar conocimiento que se transfiera al poder público para que éste pueda actuar. También debe contribuir a crear una ciudadanía culta que sepa hacer las preguntas adecuadas a los políticos, una ciudadanía ilustrada en el sentido kantiano de la palabra que no se deje engañar.

-Ha investigado y trabajado mucho sobre los campos de golf, la bestia negra de los ecologistas. ¿Tan negativos son?

-Es un tema muy interesante. Yo me he opuesto a los campos de golf usados como un atractivo para desarrollar grandes operaciones inmobiliarias para minorías. También por su excesivo green, que conlleva un consumo de agua excesivo. La nueva normativa andaluza, en la que yo he intervenido, permitirá hacer campos de golf de otra forma más sostenible. Creo, sinceramente, que los campos de golf pueden ser elementos de lucha contra el cambio climático si se construyen sin apenas consumo de agua y con biodiversidad, lo cual ya se puede hacer. No hace falta que los diseñemos como si estuviésemos en Irlanda.

-En su libro Las calles aladas seseñala la proliferación de colonias de aves exóticas en Sevilla. ¿Terminarán nuestros parques teniendo el sonido de las selvas de Brasil?

-No lo sé. Está claro que hay sonidos nuevos, fundamentalmente producidos por la cotorra de Kramer, que es la más abundante.

-¿Dejaremos de escuchar el petirrojo, como teme uno de sus discípulos?

-No tienen por qué ser incompatibles, los parques son suficientemente grandes para que las cotorras no lleguen a dominar ni el espacio ni el sonido. Ahora mismo no hay que plantarse una política de erradicación.

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