TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

El rastro de la fama · Javier Pérez Royo

"El sistema que adquirimos en la Transición ya no da más de sí"

  • Fue uno de los redactores del Estatuto de Andalucía y colaboró en la reforma del catalán en 2006. Está considerado como uno de los 'popes' del constitucionalismo progresista español.

-¿Es consciente de las filias y las fobias que provoca?

-Mucho, me ha pasado desde que era un niño. No dejo indiferente. Yo he ido con consejeros socialistas de la Junta a actos públicos y la gente me ha echado la bronca a mí, no a los políticos.

-¿Qué le llevó a elegir el Derecho Constitucional?

-En mis años de estudiante estuve dudando entre el Derecho Civil y el Constitucional, lo cual no es extraño si tenemos en cuenta que ambos son los dos grandes polos del Derecho, el primero del privado y el segundo del público. Todas las demás asignaturas son desarrollos de cuestiones que tienen su origen en estos dos troncos centrales. Al final fue mi trato con Manuel Romero el que me decidió a elegir el Derecho Constitucional. Eso sí, desde el primer curso, que fue uno de los años más felices de mi vida, tenía muy claro que me quería dedicar a la universidad.

-¿No influyó su pasión por la política?

-Ese fue uno de los principales motivos. Yo soy un animal político y el Derecho Constitucional es el punto de intersección entre la política y el Derecho. En general, detrás de cualquier norma jurídica siempre hay una decisión política en el sentido más amplio de la palabra, desde el matrimonio homosexual hasta las limitaciones de la velocidad en las carreteras, pero en el Derecho Constitucional la coincidencia es absoluta.

-¿Tiene algún recuerdo del inicio de su conciencia política?

-La primera reunión política a la que asistí fue en Madrid, con Felipe González, en el marco de la democracia cristiana. Todos estábamos bajo la influencia de don Manuel Giménez Fernández, un Catedrático extraordinariamente conservador, pero cuya condición antifranquista le daba un gran espacio político en aquella época. Fui subdelegado de Facultad cuando Antonio Ojeda era el delegado. Una de las primeras batallas que ganamos, junto al resto de universitarios españoles, fue cargarnos el SEU en la época en la que Rodolfo Martín Villa estaba al frente. Fue la primera grieta en el sistema sindical omnicomprensivo del franquismo.

-¿Y tras esos primeros balbuceos políticos, cuándo dio el paso hacia el PCE?

-A principios de los 70, ya como profesor. Cuando terminé la carrera estuve dos años en Alemania y uno en Estados Unidos. Curiosamente, fue en la Universidad de Minnesota donde entré en contacto con algunos catalanes que eran militantes del PSUC. Con el que más traté fue con el actual consejero catalán de Economía, Andreu Mas-Colell. A la vuelta decidí ingresar en el PCE junto a otros como Amparo Rubiales, mi hermano Fernando, Juan Calero...

-¿Y cuándo y por qué lo dejó?

-En el 81, durante la gran crisis en la que también salieron Manolo Azcárate, Pilar Bravo, Carlos Alonso Zaldívar, etcétera. Llegué a la conclusión de que el comunismo ya no podía existir como respuesta política. Su expresión real, lo que la sociedad conocía como comunismo, eran los países del este, y ese modelo había fracasado.

-Antes de su salida, participó representando al PCE en la Comisión Redactora del Estatuto de Andalucía ¿Qué memoria guarda de aquellos días en el Parador de Carmona?

-Para mí, el gran recuerdo de aquella época es el 28-F. Fue el momento de mayor alegría de la historia de la Democracia. En ningún sitio ha habido una explosión de entusiasmo como la que protagonizó el pueblo andaluz el 28-F. Tuve la suerte de hacer la campaña del referéndum con Alberti, una experiencia maravillosa. La realizamos en unas condiciones muy adversas, con un Gobierno de la UCD que había comprado todo el espacio publicitario de la Ser. Aun así, fue como el Dos de Mayo, la gente te llevaba en volandas.

-Pero, ¿y la redacción del Estatuto?

-Fue relativamente sencilla, porque ya teníamos los estatutos catalán y vasco. Es decir, teníamos las plantillas. No íbamos a poder conseguir más y no íbamos a aceptar menos, simplemente había que hacer el ajuste específico para Andalucía. El debate más fuerte fue el de la Reforma Agraria, algo que, visto desde la perspectiva histórica, puede parecer anecdótico pero que en aquellos años, sobre todo para el PCE, tenía su importancia.

-¿Hubo buen ambiente entre los redactores?

-Muy buen ambiente. La UCD no era el PP y sus representantes eran encantadores: Serrera, Carlos Rosado y Soledad Becerril. Con los tres podías hablar perfectamente. Todo fue bastante agradable, algo en lo que ayudó el que la UCD estaba totalmente derrotada tras el referéndum.

-El Estado de las autonomías está actualmente muy cuestionado, muchos le culpan de ser un modelo derrochador.

-Eso no tiene ninguna base. El estado autonómico ha sido un éxito extraordinario. El problema territorial es el más difícil de resolver en términos constitucionales... El único problema constitucional por el que la gente se mata es el territorial. Ahí está la guerra civil norteamericana. En España se le encontró una respuesta que nos ha permitido estar más de treinta años con el modelo más eficaz, legítimo y democrático de nuestra historia. ¿Qué ha pasado? Que estamos en una crisis que está poniendo en cuestión todo, especialmente el Estado social, democrático y de derecho, que en España se materializa en las autonomías, que administran las competencias más importantes: educación, sanidad.... El problema actual no es que se esté gastando mucho, sino que se está recaudando poco. En la reducción del déficit, las comunidades autónomas se están comportando mejor que el Estado.

-¿Es necesario reformar la Constitución?

-El gran problema de España es que no se reforma la Constitución, algo que es una asignatura pendiente a lo largo de toda su historia. Lo que singulariza al constitucionalismo español con respecto al resto de los constitucionalismos europeos es que en los demás países la reforma es el instrumento mediante el cual se va definiendo la evolución política, mientras que en España hacemos una Constitución cuando no queda más remedio y después salta por los aires. Vamos saltando de Constitución en Constitución, con unos ciclos que siguen un mismo esquema: un primer periodo progresista que se transforma en conservador y un final que coincide con una crisis de legitimidad de la institución monárquica. En 1808 fue la trasferencia de Carlos IV a Bonaparte; en 1833, la muerte de Fernando VII sin descendiente varón; en 1868, la Gloriosa y la expulsión de Isabel II; en 1931, la II República y la expulsión de Alfonso XIII... Finalmente, en 1975 llegamos a un compromiso por el que se mantenía la jefatura del Estado restaurada por Franco. Ahora estamos en un momento en el que, si la crisis sistémica llega a la monarquía, se puede iniciar un nuevo ciclo en la historia de España.

-El fin de la monarquía podría suponer todo un problema.

-España ha sido el único país europeo que ha restaurado la monarquía, no una sino dos veces. El resto de países, o adoptaron definitivamente la monarquía parlamentaria o elaboraron constituciones que la excluían para siempre. Ahora, en España, la pérdida del respeto hacia la Corona es absoluta: el caso Urdangarín, lo de Corinna, los elefantes... Si cae la monarquía habría que ir a un periodo constituyente en el que todo se puede poner en cuestión.

-Entonces, daríamos por enterrado el gran acuerdo de la Transición.

-El sistema y los compromisos políticos que adquirimos en la Transición ya no dan más de sí. Uno de los primeros síntomas han sido las reformas de los estatutos autonómicos. Los problemas se podrían haber resuelto con una reforma progresiva de la Constitución que solucionase cuestiones como las del Senado o la financiación autonómica

-¿Y por qué cree usted que no se ha acometido esta reforma?

-Porque en España sólo nos ponemos de acuerdo cuando estamos al borde del precipicio. Esto nos ha pasado a lo largo de toda nuestra historia. Tenemos que ser capaces de ponernos de acuerdo, de renovar un vínculo entre la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. Eso lo hacen todos: Alemania ha reformado su constitución 51 veces; Francia , 25; Italia ,13 ó 14...

-Ahora, el mayor problema territorial, el más urgente, el que está creando tensión política y social, es el catalán. Usted colaboró en la redacción del polémico Estatuto catalán de 2006. ¿Se podrían haber hecho mejor las cosas?

-El estatuto catalán era perfectamente encajable en la Constitución. Nació del miedo a la reducción del contenido y alcance del derecho a la autonomía de Cataluña tras la segunda legislatura de José María Aznar. Con la reforma se pretendía blindar el autogobierno para que no se pudiese dar marcha atrás en el Estado autonómico. La decisión del PP de acudir al Tribunal Constitucional fue un disparate y las consecuencias se están viendo ahora.

-¿Es deseable un Estado asimétrico, como quieren muchos nacionalistas catalanes?

-En todo estado descentralizado siempre hay algo de asimetría. Por mucho que se diga no es lo mismo Andalucía que La Rioja, al igual que no es lo mismo Alaska que California. Otra cosa es que esas diferencias se traduzcan en posiciones jurídicas distintas dentro del Estado. En España hay algunas pequeñas asimetrías, como el concierto vasco o Canarias, pero son muy menores. Antes veo la independencia de Cataluña que un Estado asimétrico, sencillamente porque el resto de las autonomías no lo van a consentir. Ningún ejecutivo podrá gobernar el país si hace una interpretación de la Constitución en favor de Cataluña. Eso fue el 28-F, un referéndum formalmente andaluz pero materialmente español donde se dijo que no a la asimetría. Lo que se decida políticamente en los próximos tiempos para Cataluña se aplicará en el resto de España.

-¿Hay que tomarse en serio el proceso soberanista catalán o es simplemente un farol?

-Hay que preocuparse. La Constitución que era mayoritariamente aceptada en Cataluña ha dejado de serlo. Antes, el binomio Estatuto-Constitución era la fórmula de integración de Cataluña en España aceptada por la gran mayoría, pero ya no. Esto es gravísimo. La independencia es un suicidio para todos. Sería una catástrofe espantosa a todos los niveles: económico, afectivo, la liga de fútbol [ríe]... Todo. Cataluña es muy singular, pero siempre ha sido España. El Gobierno británico ha sido muy inteligente creando un documento en el que se explica a los escoceses las consecuencias jurídicas y reales de la independencia. El que se independiza se tiene que poner a la cola en la UE, en el FMI, en la OTAN...

-¿Y cree que se hará finalmente una consulta?

-En esta dirección ya se han dado algunos pasos difícilmente reversibles.

-Pero la Constitución bloquea esa posibilidad.

-No se puede concebir la Constitución como un baluarte.

-¿Y qué papel debe tener Andalucía en este proceso?

-El mismo que ha tenido siempre, el de garantizar la igualdad. El problema es que Andalucía está ahora más dividida que en los años de la Transición y eso le resta fuerza a la hora de hacer valer sus argumentos.

-Fue muy polémico su asesoramiento en la redacción de los estatutos de Sortu.

-Es verdad. Me llamó por teléfono el abogado de Bildu Iñigo Iruin y me dijo que querían hacer unos estatutos que se ajustaran a la Constitución y a la Ley de Partidos Políticos, para lo que solicitaban mi asesoramiento. Vino a Sevilla un fin de semana y estuvimos reunidos durante largas horas en el Hotel NH Convenciones (no quise que fuese en la Universidad). Yo les dije lo que, en mi opinión, tenían que hacer para que los estatutos fuesen legales y él tomó muchas notas. Luego me mandaron una primera redacción a la que le hice dos modificaciones muy importantes que aceptaron.

-¿Y cree que merece la pena darles una oportunidad?

-Ellos han llegado a la conclusión de que no tienen otra salida. Estoy convencido de que van a ser respetuosos con el marco constitucional... Más no se les puede pedir. No se puede tener al 23% de la población permanentemente en fuera de juego.

-Hay gente que lo considera como uno de los ideólogos de cabecera del PSOE. ¿Se siente a gusto con esa etiqueta?

-Yo no he sido nunca militante del PSOE, pero sí he estado siempre en el terreno de la izquierda. Nunca he querido un cargo y mi manera de hacer política ha sido escribiendo o hablando. Sí, me siento cómodo con esa etiqueta y creo que he hecho aportaciones importantes en lo que al desarrollo del Estado federal se refiere, pero siempre diré lo que quiero decir.

-Los socialistas viven actualmente una crisis profunda.

-El proceso soberanista catalán ha puesto al PSOE en una situación de crisis objetiva que, además, no depende de su voluntad. Mientras el problema de la independencia de Cataluña esté sobre el tapete, el PSOE tendrá un gran problema, porque socava su condición de partido que garantiza la gobernabilidad en todo el país, algo que ha propiciado que gobierne en seis de las nueve legislaturas de la Democracia.

-Algo tendrá que ver también su falta de ideas ante la crisis.

-Nadie sabe cómo salir de la crisis.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios