El mercadillo es la punta del iceberg del mercado. Lo demás es Titanic. En el Charco de la Pava son 408 vendedores. Agustín, 24 años, vende "ajos con wifi". Ajos cordobeses de Montalbán. Con un año, se fue con su familia a Tarragona. Es el único que ha vuelto. Con él vende Tamara, que espera un niño en agosto.

Juan León es de El Viso del Alcor y Josefa de Alanís. Se casaron en julio de 1979 y comparten puesto con su hija María del Carmen. "Vendemos de todo, es un pequeño Carrefour", dice ella. Él trabajó en el campo y vende azadas, piochas y rastrillos. Felipe Rodríguez Martín vende cañas de pescar y cuando puede se va de pesca. "A Barbate, a Conil, donde haya agua".

Diez o doce libros. Es lo que vendió ayer Juan José Fernández, pero no le angustia. Sevillano de Valdezorras, el resto de la semana trabaja en una fábrica de jabón. "No vengo por necesidad, sino por gusto. A echar el domingo". Está leyendo el Quijote.

De lunes a sábado, Mario Vera, 43 años, ejerce "el peor trabajo del mundo". "Mi madre tiene alzhéimer y la tengo que cuidar. Como tengo dos hermanas, los domingos vengo para despejarme". Vende artículos de magia con la Cartuja al fondo. "Mi padre trabajó en tres pabellones de la Expo. En el 92 yo estaba en Barcelona de técnico dental".

"Es la primera vez que vengo y no vuelvo más". Francisco Acevedo García, 58 años, pagó cuatro euros por el canon del puesto y ha ganado tres. Es un atlas del Aljarafe: nació en Benacazón, vive en Aznalcázar, trabajó en una fábrica de aceitunas entre Espartinas y Sanlúcar y sus dos hijos trabajan de electricistas en Pilas.

Manuel Galindo Geneiro vende en el Jueves y los domingos en el Charco de la Pava. "El Jueves es más formal, está mejor llevado". A los dos acude con su mujer y su nuera. Antiguo funcionario, sus tres hijos terminaron los estudios y están los tres en el paro.