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Ayer no hubo pan en Santa Catalina

LO divino y lo humano hermanados. A partes iguales. Obras en Santa Catalina y en El Tremendo. Junto a la iglesia y el bar legendario, la panadería de Santa Catalina permanecía ayer cerrada con un cartel. Cerrado por Defunción. El domingo murió Amalia Vallecillo, 81 años, sevillana de San Román. Panadera consorte cuando se casó con Joaquín Araujo, de estirpe de panaderos de Alcalá de Guadaíra. Panadera ella misma cuando compartió las riendas del negocio, cuando enviudó y madre de panadera, su hija María Luisa Araujo Vallecillo, que vivía con Amalia y con la tata Carmelita.

Joaquín la conoció cuando Amalia trabajaba de cajera en La Alicantina, el bar de la plaza del Salvador. "Dicen que entonces era muy guapa, muy atractiva, muy bien parecida", dice Julio Reguera, de la librería Reguera, que primero fue papelería en la Posada del Lucero que da nombre al hotel homónimo, y en 1979 abrió en su actual emplazamiento, entre las obras de la iglesia y de la cervecería.

"Yo estuve en su boda", dice Carmelita Pérez Caballero, que vivía con Amalia y con su hija. La tata procedía de Arahal, perdió a sus padres y, desde muy niña, empezó a trabajar en Alcalá con los suegros de Amalia. "Cuando se casó con Joaquín, me vine con ellos". "Tenía un carácter un poquito difícil, pero era un encanto de criatura", dice María García, que trabaja cuidando de una persona mayor en Doña María Coronel y es vecina de Amalia.

María Luisa, único fruto del matrimonio del panadero y la cajera, se hizo cargo de la panadería. Ayer acababa de tomar café en el bar Entrevarales. "Siendo rivales, con nosotras ha sido siempre muy simpática", dice Valle, de la panadería San Bruno, junto a la plaza de Los Terceros, de la hija de Amalia "porque a la madre no la traté. Con Pilar tomábamos café en Los Claveles y alguna vez ha comprado aquí. El pan no, claro, pero algún dulce sí se ha llevado".

"Tengo sesenta años recién cumplidos y desde que tengo uso de razón recuerdo la panadería de Joaquín y Amalia", dice Julio Reguera, librero, hijo de libreros. "Tenían un horno tradicional, antiguo. Recuerdo de niño cuando los camiones entraban por San Felipe y en volquetes soltaban la madera de encina para el pan. Por eso salía tan riquísimo". Santa Catalina era zona de negocios con arraigo (El Rinconcillo es de 1670), donde se practicaba la mutua asistencia. "Joaquín venía de vez en cuando a la librería buscando libros de Alcalá de Guadaíra y del Sevilla, porque era muy sevillista".

El librero prosigue su libro oral de recuerdos de la panadera fallecida. "Se pasaba doce o catorce horas en la panadería. Con el buen tiempo, la veías en la calle San Felipe sentada en su sillita, donde se tomaba un botellín de cerveza que normalmente se lo llevaban del bar El Cangrejo". Las hermanas de El Tremendo, parcas en palabras, están a punto de abrir. La panadería Santa Catalina abría todos los días del año, "incluso en Navidad y Año Nuevo", dice Julio Reguera. "Esos días se formaba una cola de gente importante, porque era pan fresco, recién hecho, y a los vecinos nos despachaban por un lateral para que no tuviéramos que hacer cola".

¿Era mujer de iglesia? "Le gustaba todo, lo que es todo. Y muy buena gente", dice Carmelita, a la que le preguntan los vecinos. Hace años, Amalia enviudó de Joaquín, al que conocían como el Minero. "En el responso del tanatorio", comenta Julio Reguera, "pensé que con Amalia se acaba una generación de personas que hasta avanzada edad siguieron regentando sus negocios. Amalia en su panadería; mi padre, Julio Reguera, que estuvo entre libros después de cumplir los ochenta; o Conchita, en la antigua Posada del Lucero".

Mujer discreta, su nombre aparece en los papeles no de libro, sino de periódicos que se archivan puntualmente en la Hemeroteca Municipal, frente a la panadería ayer cerrada por defunción.

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