Sevilla

Una nube negra cubre Sevilla

  • La inversión térmica genera una 'boina' de contaminación que cubre la ciudad, bien visible a primeras horas de la mañana del miércoles.

A cualquier conductor que circulara a primera hora de la mañana de ayer por la ronda de circunvalación SE-30 le llamaría la atención la presencia de una enorme nube negra a muy baja altura, prácticamente a ras de suelo, como si se tratara de una gruesa línea que dividiera el cielo y la tierra. En algunos momentos, si se abstrayera, si no mirara los carteles, si no viera en el horizonte el puente del Centenario o no intuyera el campus tecnológico Palmas Altas a un lado de la carretera, tan borroso a esa hora como el futuro de la empresa que alberga, podría pensar que iba conduciendo por una carretera de una ciudad montañosa, con unos montes no demasiado elevados rodeándola por todas partes. 

 

Si avanzaba unos kilómetros hacia el este, el conductor veía el humo blanco saliendo a borbotones de la cementera de Alcalá atravesando la nube negra y mezclándose con los primeros colores del alba. Y si iba desde algún lugar más elevado, como el Aljarafe, veía una especie de boina, como designan coloquialmente los meteorológos al fenómeno que se dio al amanecer de ayer en Sevilla.

 

El efecto duró poco tiempo, un par de horas a lo sumo, pero sirvió para tomar algunas fotografías espectaculares, tan bellas como tóxica era la nube negra protagonista de las imágenes. El hecho de que hiciera un día soleado marcó todavía más el contorno de esa gruesa línea oscura casi a ras de suelo en las primeras horas del día. Lo que pasó ayer en Sevilla es un fenómeno atmosférico conocido como inversión térmica. No es nuevo, ni mucho menos, aunque es poco frecuente en una ciudad en la que generalmente la temperatura es cálida y la contaminación no llega a niveles de otras grandes capitales, lo que permite que los gases tóxicos se disipen en el aire con cierta facilidad. De hecho, hacía al menos tres años que no se apreciaba tan claramente.

 

Esta inversión térmica sólo se da en la capital andaluza en los días de mucho frío. La madrugada de ayer fue la más gélida del actual invierno, con una mínima de 0,4 grados centígrados sobre cero. Esto provocó que el suelo se enfriara de forma más rápida que el aire y formara una capa de aire frío por debajo de otra más caliente. Esto hizo que los gases contaminantes permanecieran atrapados en esa capa sin poder dispersarse en la atmósfera. A medida que la temperatura fue subiendo, la boina desapareció.

 

El delegado territorial de la Agencia Estatal de Meteorología, Luis Fernando López Cotín, explicó en qué consiste la inversión térmica en una de las últimas ocasiones que ésta se produjo en Sevilla. "Se origina por el enfriamiento del suelo y la ausencia de movimiento de aire vertical. De esta forma, si hay polución, las partículas quedan atrapadas a escasa altitud, lo que reduce la visibilidad". El fenómeno, por tanto, sólo se produce en los días despejados, coincidiendo con un anticiclón, y en los muy fríos.

El aire de las capas bajas es más caliente que el de las más altas, lo que permite la circulación vertical para renovarlo. Sin embargo, cuando se produce una inversión térmica, el resultado es distinto: la temperatura del aire aumenta conforme más altas sean las capas de la atmósfera. Si el suelo se enfría rápidamente y pierde calor por radiación, al entrar en contacto con el aire, éste se enfría más que el que está inmediatamente arriba, que a su vez queda atrapado entre dos capas de aire frío sin poder circular, ya que la que se encuentra cerca del suelo le da gran estabilidad. Este aire pesa más, no asciende y no se mezcla con los de las capas inferior y superior. 

 

Esta circunstancia es propicia para que las partículas contaminantes se concentren, debido a que su difusión se produce de manera muy lenta, al no existir corrientes de aire suficientes que contribuyan a elevalas a las capas más altas de la atmósfera. El aire, por tanto, sólo se renueva en el estrato más inferior y la polución queda atrapada en la segunda capa, que es en la que se produce la boina. Los efectos de la misma son bastante nocivos para los ciudadanos, especialmente para aquellos que padecen algún tipo de alergia o sean asmáticos.

 

Para comprender este fenómeno es importante saber que el aire pesa. De hecho, este factor es el responsable de los dolores de cabeza y articulares cuando llega el frío o se espera lluvia, ya que el aire suele tener una presión más alta y, por tanto, hace que las personas soporten más peso. El aire frío pesa más que el caliente, como puede comprobarse cada vez que se hierve algo en una olla, por ejemplo. Al no haber ninguna masa de aire caliente o precipitaciones que lo impidan, el aire frío cae sobre las zonas bajas y se deposita en ellas sin que nada lo mueva. Sevilla, que está metida en el Valle del Guadalquivir y tiene una elevación mínima sobre el nivel del mar, sería un lugar propicio para poder contemplar este fenómeno, si no fuera porque días tan fríos como el de ayer son muy poco frecuentes en la ciudad y lo habitual es que los inviernos sean muy suaves. Así, la masa de aire frío se queda abajo y no sube, no se mezcla con el caliente como si de agua y aceite se trataran. Se invierte, por tanto, la temperatura de las capas de la atmósfera. Posiblemente ayer, por culpa de esta inversión térmica, hiciera más frío en Sevilla capital a primera hora de la mañana que en algunos lugares de la sierra.

 

La falta de una industria pesada que emita partículas contaminantes y la sucesión de días cálidos hacen que la boina sea una excepción y no algo ordinario, como ocurre en otras ciudades del mundo. A ello también contribuye la falta de precipitaciones, que impide que la atmósfera se limpie y hace que la polución se condense en el aire. Este invierno está siendo uno de los más secos de los últimos años y uno de los más cálidos de la historia reciente. 

 

La inversión térmica es muy habitual en Madrid, ciudad en la que los problemas de contaminación han llevado hace unos meses a prohibir temporalmente los aparcamientos en el centro de la capital. En otras ciudades del mundo  marcadas por la contaminación, como Pekín, la boina tóxica es perenne.

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