Sevilla

Santa Catalina: una suma de errores antiguos y modernos

  • Pese al reciente anuncio de Urbanismo de que ya ha iniciado el proyecto de restauración integral, ningún técnico ha visitado en los últimos tiempos el templo, que lleva ya más de cuatro años cerrado

Las buenas intenciones y las declaraciones políticas no sirven para arreglar los graves problemas que sufre la iglesia de Santa Catalina. Desde que se cerró al público el 29 de mayo de 2004, han corrido ríos de tinta sobre este templo, actual paradigma (una vez restaurado el Salvador) de la precaria situación del patrimonio histórico de la ciudad. Sin embargo, más de cuatro años después de su clausura, y pese a los repetidos buenos gestos de las administraciones autonómica, eclesiástica y local, el templo mudéjar (construido en el siglo XIV sobre una antigua mezquita y declarado Monumento Nacional en la temprana fecha de 1912) sigue esperando una intervención que ponga fin a su ya no tan lenta decadencia.

Como casi siempre, el principal problema es el dinero. Tras el fracaso manifiesto de la Junta y la Iglesia (el Estado hace tiempo que ha dejado claro que sólo intervendrá en catedrales) de reunir los 500.000 euros necesarios para la urgente restauración de las cubiertas, el Ayuntamiento se ha erigido como el nuevo adalid del templo, comprometiéndose a iniciar en este trimestre los trabajos. El vicepresidente de la Gerencia de Urbanismo, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, ha dicho que se tomará el proyecto como un "empeño personal", no en vano es hermano de la Exaltación, cofradía que tiene su sede en el templo.

El tiempo le dará o le quitará la razón, pero lo cierto es que a día de hoy ni se ha puesto en contacto con el párroco de Santa Catalina, Antonio Hiraldo, quien, hasta que se diga lo contrario, es el principal responsable del inmueble. También se asegura desde el Ayuntamiento que ya se ha empezado a redactar un plan de rehabilitación integral. Sin embargo, según confirma Hiraldo, ningún técnico ha visitado la iglesia en los últimos meses.

El problema de Santa Catalina es la suma de errores antiguos (que se remontan a su propia construcción) y a una serie de intervenciones de restauración bienintencionadas que se han producido a lo largo de la historia pero que, a la larga, han generado más problemas que soluciones. La falta de decisión política actual es otra cuestión.

Para Francisco Granero, el arquitecto que ha redactado el proyecto de restauración de las cubiertas (la madre de todos los problemas de Santa Catalina) no hay duda de que el problema se remonta al origen del templo. En resumen, y evitando conceptos excesivamente técnicos, el carpintero que diseñó el armazón de madera sobre el que descansan las cubiertas se equivocó en los cálculos, con el consiguiente peligro de derrumbe. "Hizo demasiado pequeños los estribos", indica Granero. Cuando, siglos después, alguien cayó en el problema tuvo la desafortunada idea de solucionarlo recreciendo los muros y tapando así el sistema de ventilación que sirve, entre otras cosas, para secar la estructura portante. "Ahí comienzan todos los males -continúa Granero-. Todo queda a oscuras y sin entrada de aire, el caldo de cultivo ideal para termitas, carcoma y todo tipo de xilófagos". El techo, definitivamente, está condenado a derrumbarse tarde o temprano, como de hecho ocurrió, pocos días después del cierre del templo en 2004, en la zona conocida como el redondillo.

Pero el problema de las cubiertas, con ser el principal, no es el único. Ayer mismo, el catedrático de Historia del Arte Teodoro Falcón, pedía una "intervención integral en el templo para solucionar también las deficiencias en pilares, muros y cimientos". Eso sí, el profesor de la Hispalense reconocía, sin dar cifras, que este proyecto sería "muy costoso". Los que sí han hablado de números, pero no concuerdan, son la Gerencia de Urbanismo, que cree que la intervención costará ocho millones de euros (una cifra muy alta si se tiene en cuenta que en la restauración del Salvador, un templo mucho mayor, supuso una inversión de 12 millones) y el arquitecto que más conoce los problemas de Santa Catalina, Francisco Granero, que da un número mucho menor: poco más de tres millones de euros.

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