Sevilla

Ante el concierto de su vida

  • Receptor de un riñón de su hermano muerto en accidente de tráfico, el organista Ayarra ofrece mañana un concierto en la Catedral en homenaje a los donantes.

"Le gustaba la música más que a mí y siempre me reproché no haberle enseñado. Ahora vamos a dar un concierto juntos". José Enrique Ayarra (Jaca, 1937), organista titular de la Catedral de Sevilla desde 1961, va a dar mañana en este órgano romántico de 105 años de historia el concierto de su vida. No es una fruslería de melómano. El concierto se titula Vivencias de un trasplante renal atípico y en él Ayarra tiende puentes entre la Macarena y Rachmaninof, entre los Seises y el Mesías de Haendel.

Javier Ayarra, médico del servicio de Cirugía del Tórax del hospital Macarena, falleció el 4 de diciembre en accidente de tráfico. El organista era algo más que su hermano mayor. Cuando murió el padre de los Ayarra, asumió esa paternidad y se hizo cargo de la formación de Javier: estudios en el instituto San Isidoro, y carrera de Medicina con licenciatura en París y doctorado en Universidades de Baltimore y Michigan, en ésta gracias a un decano incondicional de la música de Ayarra.

Ayarra significa en euskera madera de boj. Hombres duros, curtidos en la nieve jacetana. Esa fortaleza entró en barrena cuando al organista le diagnosticaron una insuficiencia renal. Suspendió su gira de conciertos en el extranjero: Oslo, Leipzig, París, Roma, Dijon. Contra la voluntad de los médicos, diezmado de fuerzas, sólo fue a la Expo de Zaragoza a tocar el órgano del Pilar, basílica a la que había ido con 8 años cuando se examinó de primero de Piano.

Del Pilar a la espera infinita de la diálisis. Para un hombre de fe como Ayarra, una versión sesgada de la eternidad. La víspera de su muerte, Javier se hizo una apuesta familiar sobre la inminencia de una donación que acabara con el calvario de su hermano mayor, de su protector. No imaginaba que iba a ser su propio riñón el que con una precisión de relojero suizo iba a encajar en el receptor. Iba a ser Javier, el músico inédito, el que le daría la lección al organista, propiciando su reaparición musical.

"Ha sido una experiencia amarga y enriquecedora", dice José Enrique Ayarra en puertas del concierto con un órgano que es la estrella del Coro de la Catedral, con 7.500 tubos que son como los intestinos de ese gigante de piedra y espíritu.

El organista eligió un programa en el que narra su propia experiencia. Lo abre con Tocatta y Fuga en Re menor, de Johan Sebastian Bach. "Para poder tocar a Bach le pedí a don Javier Benjumea el órgano barroco de la iglesia de los Venerables". El Cisne, de Camile Saint-Saëns, evocará el anhelo del paciente impaciente por buscar un remanso de paz, paisajes serenos. Las horas interminables de diálisis necesitaban un correlato dramático como "el Preludio en Do menor que Rachmaninof compuso por el desgarro que le produce abandonar Rusia cuando empieza la Primera Guerra Mundial".

El cura aragonés que antes que organista de la Catedral fue párroco en Ubrique se refugia en la fe, que musicalmente traduce con un Baile de seises de Arquimbau, el maestro anterior a Eslava. Llega la noticia de la muerte de su hermano, golpe sobre golpe, y la plasma en una marcha fúnebre que el organista parisino Alexander Guilmant estrenó en Nôtre Dame por la muerte de su madre. "La he tocado en contadas ocasiones. En el funeral del cardenal Bueno Monreal y en el del matrimonio Jiménez-Becerril. Allí lo escuchó Juan Garrido Mesa, que me lo pidió cuando llegara su momento y así lo hice para cumplir su voluntad".

Con el trasplante llegan "momentos de dolor y molestias, de drenajes, sondas y porqués. No puedo hablar con nadie, entran las enfermeras con mascarillas". Fase que resume con la obra Il silenzio, de Brezza. Ha visto a la Virgen en la titularidad de los hospitales (Macarena, Rocío), en los nombres de las enfermeras. Para ellas es la marcha Coronación de la Macarena. Una historia dramática con final feliz, una lección de generosidad rematada con el Aleluya del Mesías de Haendel.

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