Los invisibles

"Fernán Caballero buscaba en esta casa lo mismo que yo, paz y sosiego"

  • Abogado, compositor de célebres sevillanas e inminente novelista. El único de su casa con carrera universitaria, desobedeció a Pla y vino a la ciudad. Hizo el viaje a la Alcarria de Cela.

BUSCÓ vivienda y bufete en una casa donde vivieron y murieron (los dos en abril) la escritora Fernán Caballero y el pintor José García y Ramos. El abogado Juan Pablo Pérez Romero (Alcalá del Río, 1947) tiene otra relación con abril: ha compuesto casi un centenar de sevillanas.

-¿Eligió a propósito esta casa?

-Fue casualidad. La gente pasaba de largo porque al ver esa fachada tan historiada, pensaba que era de alguna institución pública. Un amigo corredor me dijo que estaba en venta. Tenía buena luz y bonitas penumbras.

-Y los que murieron en abril...

-Fernán Caballero en 1877. Llega a esta casa en 1868 buscando paz y sosiego, lo mismo que yo. García Ramos muere en 1912. Desde entonces hasta 1989, cuando yo la compro, pasan muchas familias.

-¿A qué es más afín, a la literatura o a la pintura?

-De joven, todos los veranos leía a Salgari, hasta que Antonio Herrera, mi profesor de Historia del Arte en el San Francisco de Paula, el único que me dio una matrícula, me recomendó Viaje a la Alcarria. Muchos años después, con mi mujer, su hermana y mi cuñado, hemos hecho ese viaje respetando el itinerario de Cela.

-¿Y la pintura?

-Me gusta cada vez más desde que con mi vecino y amigo Benito Moreno voy a todas las exposiciones que puedo.

-¿Practica alguna de esas artes?

-Por una promesa, surgió un libro para un personaje de mi pueblo, Joaquín de los Camachos. Como no encontré a nadie que lo escribiera, me hice escritor. Así surgió Historia de un hombre de campo. Estoy escribiendo mi primera novela. Muy agarrada a la tierra, en un pueblo mitad real mitad imaginario de Huelva, en tierra de viñedos, no lejos del mar.

-Y están las sevillanas.

-Un pecadillo de juventud del que no me arrepiento. Hay letras mías en tres discos de Los Romeros de la Puebla: Guadalquivir de coplas, Estampas del Sur y En tierra firme. También las compuse para Los de la Trocha, Los Rocieros, La Canastera, Brumas, Ecos de las Marismas, Gloria Bendita. Algunas gozaron de cierta popularidad, como las que se llaman Cádiz y otras que dediqué al Guadalquivir. Yo viví y he nacido a orillas de ese río.

-¿Le marcó?

-De niño oía de noche a los pescadores, y de día veía a los carpinteros de ribera arreglando los barcos; a las rederas, las mujeres que arreglaban las redes; a los que sacaban la grava del río en recuas de borriquillos.

-¿Y el Derecho?

-Soy el menor de cinco hermanos, el único que hizo una carrera universitaria. Para corresponder al esfuerzo de mi padre. Me gustaba el Derecho Internacional, pero por mis inquietudes sociales quise decantarme por el Laboral. Visité dos de los despachos laboralistas más conocidos de Sevilla. En uno, el de José Rubín de Celis, había exceso de abogados. En el otro no estaba el titular y me desanimé un poco.

-¿Quién era el titular?

-Felipe González Márquez. Imagino que ya estaba en las reuniones en las que se incubaba la política que venía. O estaría entrando y saliendo al extranjero. Yo era tímido y nervioso.

-¿Lo llegó a conocer?

-Sí, en la boda de un sobrino suyo.

-¿Pero cambió de Derecho?

-Opté por el privado. Y mi primer bufete fue el de mi maestro, José María Doménech Romero, que llegó a decano de la Facultad. Como llegó mi maestro de Penal, Francisco Capote Mansera.

-A Enrique Vila-Matas le encantan estas coincidencias de fantasmas. Dos muertes juntas dan mucha vida. ¿Ha visto algún nexo entre la escritora y el pintor?

-Tal vez que los dos morirían en el olvido. Ella tuvo una biografía muy complicada. Se casó tres veces, y su segundo marido la introdujo en la alta sociedad. Fue la precursora del realismo narrativo. Los dos trabajan los tipos andaluces. En el caso de García y Ramos, pintor magnífico, le perjudicó bastante ese localismo, pese a que pasó veinte años en Roma.

-¿Fue brusco el paso del campo a la ciudad?

-Leo mucho a Pla. En Viaje al autobús dice que es un error dejar el campo para ir a la ciudad. Pero en esta casa yo le digo a los amigos que vivo como en un cortijo. Sólo hay jaleo en Semana Santa. A mí no me hace falta veranear en ningún sitio. Aquí tengo cuatro patios, mis libros, mis discos de clásica y flamenco. Y una terraza con los tresillos del antiguo bufete de República Argentina.

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