En Piedad aldeana, uno de los lienzos firmados por Eugenio Hermoso que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, dos pequeñas campesinas clavan su mirada en el espectador con tal hondura que recuerdan a esos niños desdichados que pintó Murillo, el maestro barroco a cuyas obras tantas veces se acercó en las galerías de la pinacoteca sevillana. Debe el pintor extremeño, no en vano, su fama a la capacidad con la que supo trasladar al lienzo la sencillez y la dignidad de las gentes del campo pacense, pero no en su faceta tópica sino en su humanismo. Pero su obra escapó a los márgenes de su Extremadura natal, "la obra de Eugenio Hermoso bebió de todas las corrientes, cultivó muchos más temas que los asociados a su tierra. Fue un retratista excepcional y enormemente versátil", destaca José Eugenio Carretero, director de la fundación que lleva el nombre del pintor y la institución encargada de programar en este 2013 una serie de actividades que conmemora el 130 aniversario de su nacimiento y el medio siglo desde su muerte, acaecida el 2 de febrero de 1963 en Madrid.

De entre el programa de conferencias, citas y exposiciones previstas entre Badajoz, Cáceres, Sevilla y Madrid, destaca la que hoy tiene lugar en la pinacoteca sevillana, Eugenio Hermoso en el Museo de Bellas Artes, a partir de las 12:00 en la sala XIII. Narciso Jesús Vázquez Carretero, director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, realizará un recorrido por las piezas de la colección firmadas por el autor: Piedad aldeana, Retrato de Rosario Hermoso y el desnudo Estalagmita, éstas tres legadas por sus herederos en 1999 a las que se suma Rosa, pieza en depósito por el Reina Sofía que obtuvó la Medalla de Plata en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908; y ahondará en la figura de un autor que ligó su formación a Sevilla con su ingreso a los 15 años, gracias a una beca, en la escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.

Su traslado a Madrid en 1901 y su viaje al París de las vanguardias en 1905 ensanchó el conocimiento y la mirada de un pintor inquieto y precoz, coétaneo de autores como López Mezquita o Romero de Torres, por un lado, y de Picasso, Miró o Dalí. Con sólo 22 años pintó La Juma, la Rifa y sus amigas, un monumental lienzo que se verá en mayo en el Museo de Badajo y que en Sevilla se expuso con motivo de una de las últimas subastas de Arte, Información y Gestión -finalmente quedó desierta su compra- que dan fe de la influencia que ejercieron sobre él los impresionistas, sobre todo en el uso del color, un cuadro éste que le valió la segunda Medalla en la Nacional de 1906 y en la Internacional de Barcelona de 1907, y constituye, apunta Carretero, un primer jalón estilístico que recoge un grupo significativo de obras juveniles, pero muy originales: El desayuno, La vuelta al trabajo, La marocha, Francisco o el óleo La niña del violín.

Su personalidad artística fue muy admirada por coleccionistas europeos e hispanoamericanos, como atestiguan la demanda de muchos de sus cuadros por coleccionistas de Argentina, Chile y Brasil, pero también la salida al mercado de numerosas falsificaciones. En su trayectoria se suman los reconocimientos y distinciones -entre ellas la Medalla de Oro en pintura y de Plata en escultura de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 - y dedica su empeño, también, a formar a las nuevas generaciones de pintores.

Como quiera que su obra fue siempre un reflejo de su estado de ánimo y del tiempo que le tocó vivor, la asfixia de la dictadura movió a Eugenio Hermoso a crear la serie Nertóbrigas, una suerte de pinturas negras que constituyen la vía de expresión de un autor que siempre se sintió cómodo entre intelectuales, literatos, críticos y toreros reunidos en torno al Círculo de Bellas Artes de Madrid, ciudad en la murió hace 50 años.