el derbi sevillano· EL PALCO

Escaso juego en los tronos

  • Haro debuta como presidente sin poder acabar con la hegemonía del rival El Sevilla entrega al Betis un obsequio que conmemora la Copa de 1977

Como en los días previos, la tarde del derbi transcurrió plácida. No hubo sobresaltos, ni en los alrededores del Sánchez-Pizjuán ni sobre el césped ni en la zona de la nobleza dirigente, lo cual no deja de ser algo de agradecer. Como era previsible, el Sevilla continuó en su trono en los partidos de máxima rivalidad en Nervión y nadie dudó en arrebatárselo. La hegemonía sigue clara entre los equipos sevillanos.

Ángel Haro, debutante como presidente del Betis en un derbi, acudía por segunda vez al coliseo sevillista en el espacio de apenas tres días. El dato debe de ser un hito en su historia personal. Haro, que habría soñado con una destronización del cetro futbolístico en la ciudad, llegó a Eduardo Dato acompañado de su guardia de corps: la junta directiva del Sevilla recibió según dicta la usanza a Rafael Gordillo y López Catalán, entre otros miembros de la comitiva verdiblanca. Sin juegos de manos que lamentar y con los juegos de palabras propios de la sevillanía, el Betis fue agasajado en las formas y los contenidos habituales de cualquier huésped. No hay nada más digno de celebración en un derbi que la mera normalidad.

Entre los detalles de la bienvenida sevillista cabe destacar ese obsequio común de la entidad nervionense a sus visitantes: en esta ocasión, una viñeta de oro en forma de cómic sobre la Copa del Rey del 1977. La recepción, con Juan Espadas como testigo de excepción, fue fraternalmente modélica. Tan poco alterado se desarrolló el acto que ni siquiera fueron víctimas en el palco del corte del suministro del agua corriente en varias áreas del estadio. Es una bendición ver un partido desde la zona noble.

Para incidir en el capítulo de la normalización de relaciones, y en coherencia con lo declarado durante la semana, Pepe Castro, presidente del Sevilla, recibió con sendos besos a dos aficionadas vestidas de verdiblanco de arriba abajo. Lo normal, pese a que en décadas previas habría sido casi una provocación. Durante el encuentro, los semblantes de los cargos sevillistas no podían contener menos tensión. Hasta el juego en un parque con unos sobrinos debe ser más inquieto para el sevillismo que los últimos derbis en Nervión. El sosiego se mascaba en el ambiente. Que el poder seguiría en el mismo bando lo sabían hasta los colegiales.

Desde el palco un derbi se vive de otro modo. El civismo que impone la corbata impide el salto o el alarido, aunque en el partido de ayer pareció como si el civismo se había extendido a todo el largo y ancho del graderío, todos encorbatados: fue uno de los derbis más tranquilos de la historia. Sobre todo para el Sevilla.

Destronando a Haro o no, la hinchada bética salía del Sánchez-Pizjuán con la película aprendida. Mientras, su antítesis sevillista se había desplegado por todo Nervión en busca del líquido elemento. Para elemental, a estas alturas, la hegemonía local. El trono sigue con su dueño.

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